La crisis de fe viene servida en bandeja. Para colmo de males resulta que el hijo es un angelito, y de su buen comportamiento y sus buenas acciones se derivará una duda razonable en un hombre al que de un día para otro se le vuelca su rutina. Poco a poco comenzará a intimar con su vástago, a la par que se dará cuenta de que el dicho “con la iglesia hemos topado” no se suele decir a la baladí, ya que sus superiores en cuanto a ordenación religiosa se refiere pondrán el grito en el cielo ante lo que para ellos se trata de un escándalo con muy pocos precedentes en la curia.
Y así, lo que en nuestro cine dió para un lío de faldas y una comedieta de las de toda la vida en Francia se lo toman muy en serio y el meollo argumental sirve de pintiparada excusa para tocar de forma algo tangencial temas tan espinosos como el abuso de menores por parte de los sacerdotes o la dificultad de la mujer para entrar a formar parte del sistema de lo piadoso y espiritual, y alguno más amable como la labor de la iglesia para con la pobreza y la oportunidad de que personas sin posibles encuentren su vocación.
Proveniente de una familia muy religiosa, el director del film, Ronan Tronchot, comenzó su carrera en el cine como montador en varios largometrajes bastante conocidos, de los que se llegaron a estrenar en nuestro país algunos como Un paseo con Madeleine, Promesa al amanecer o Las buenas intenciones), antes de pasarse a la dirección firmando dos cortometrajes. Estos dos últimos trabajos ya abordaron los temas de la paternidad, desde el punto de vista de un padre que debe volver a casa de sus progenitores ante su precariedad laboral (Dans la foret lointaine, 2014), y otro padre que echa mucho de menos a su hija y hará todo lo posible por recuperarla (Novembre, 2012). Por eso suponemos que le resultó muy natural construir la trama de Un buen padre, su primer largometraje de ficción, en torno a la figura de este sacerdote que descubre once años después que es el padre de un niño concebido durante su estancia en el seminario.
Para escribir este libreto de la manera más adecuada, el cineasta francés contó con la ayuda de Ludovic du Clary, a quien ya le debemos los guiones muy bien construidos de El buen maestro (Olivier Ayache-Vidal, 2017) y Burn Out (Yann Gozlan, 2017). Para enriquecer su historia, los dos hombres pasaron tiempo compartiendo la vida cotidiana de un grupo de religiosos de Auxerre, mientras se iban inspirando en noticias que han afectado de manera continuada a la institución. Así, son relativamente numerosos los casos de sacerdotes que terminan abandonando sus funciones por amor y por el deseo de formar una familia, aunque esto generalmente se silencia, como tantas otras cosas...
Uno de los puntos más a favor que se derivan después del visionado es el de la cotidianeidad que se desprende de todas las tareas diarias que el protagonista debe afrontar: además de sus deberes sacerdotales, el ministro del culto debe ocuparse de la gestión de los bienes de la Iglesia, de las obligaciones administrativas, pero también preparar comuniones, bautizos, así como acompañar a los moribundos, a veces durante horas. Así esta suerte de trabajos asumidos se extienden mucho más allá de lo que suele ser visible para el público en general.
Otro acierto lo hallamos en el tramo final de la película, donde se nos muestran los límites de una institución que no evoluciona tan rápidamente como las mentalidades de su rebaño, aunque en algún momento podamos dudar de la hermosa unanimidad que parece reinar en torno al personaje principal, por otra parte muy bien interpretado por el excelente Grégory Gadebois. La pena es que este último tramo, donde el ritmo se agiliza mediante un juego de réplicas y contraréplicas entre quienes defienden las normas establecidas y los que las cuestionan culmina con un largo discurso del sacerdote que vuelve a poner de relieve todos los temas desarrollados anteriormente con una pesadez demasiado hollywoodiense.
El aspecto visual del film también anda un tanto descuidado, ya que lo único que importa es el conflicto y posterior mensaje y los cuidados formales se van a dejar para otra ocasión. Por desgracia este es un mal que se repite en demasía en muchas producciones francesas por el estilo (cada semana llegan un par de este estilo a nuestra cartelera) y podrían pasar perfectamente por productos televisivos.