Esta reedición de homenaje consta de un prólogo: “La poesía de Fernando Herrera Gómez: una rara avis”, firmado por Margarito Cuellar; y de varios epílogos, que, en sentido estricto, constituyen sendas lecturas del Breviario…, que van firmados por Fernando Charry, Juan Manuel Roca, Ramón Cote, Juan Felipe Robledo, Guido Tamayo, Orlando Gallo, Ana Franco Orduño y Jaime Londoño, y que nos permiten a los lectores hacernos una idea exacta del mismo. No hace mucho, en otra reseña de una obra radicalmente distinta a esta, destacaba su unidad de estilo, temática y de sentido, como varios de los aspectos que más me atraen en un libro de poesía, y este Breviario de Santana posee, sin duda, los tres elementos. «El poema en prosa se erige como piedra angular de la poesía y traza su propia ruta de lectura…» Así, comienza su prólogo Margarito Cuellar; y tiene toda la razón, este poemario, una vez leído y saboreado, y tenida en cuenta la intención recapituladora –del espacio de la memoria y del tiempo– que Fernando Herrera le imprime, no puede concebirse, si no es en prosa poética. En efecto, para ‘contar’ y ‘recapitular’ el tiempo/naturaleza/mundo de Santana, era preciso hacerlo en prosa poética; de modo que la elección del ‘poema en prosa’ no es, en absoluto, arbitraria ni casual, tal como Cuellar expresa, al inicio de todo: esa elección es una decisión muy motivada y, cabría decirse, que intrínsecamente necesaria, pues, como concluye el propio Margarito su prólogo… «Fernando ha encontrado [de esta manera, con la prosa poética] una forma de compartir la transparencia y la paz que emanan del entorno no urbano, dotando sus poemas de una atmósfera vigorosa a partir del detalle y la fuga.» Y es que Santana, se habrá sobreentendido ya, es un espacio ajeno a la urbe, anterior a la urbe, único y fabuloso, en el que la memoria del poeta se recrea y se pierde con fruición… «De todos los olores de todas las hierbas, hay uno que pertenece a estas tierras. No es el del pelargonio al agitarlo, ni el del poleo en las eras, ni el del hervor del tomillo en la cocina, ni el del romero de púas como pino, ni el del cidrón, ni el de la mejorana, ni el del toronjil que alegra el sabor del agua. Es un olor que no se confunde, que salta de pronto entre los arbustos, en los potreros, que nace silvestre a orillas del río, cerca de las tapias, en la mitad de los sembrados. A pie o a caballo, basta con rozar la ruda, con tocar levemente sus minúsculas hojas dentadas, sus flores amarillas, para que su olor se levante como un vuelo de torcazas, para que su aroma nos diga que estamos en Santana.» La ruda. Así, comienza este viaje sutil y mágico, que es Breviario de Santana, por un territorio vivido/soñado/imaginado/inevitablemente perdido, más real que lo real, porque la palabra poética lo ha hecho universal y eterno. Lo demás es dejarnos llevar arrastrados por el viento y por el ritmo hipnótico y sensual de esta escritura en estado de gracia de Fernando Herrera, y atravesar las colinas y las montañas, la casa familiar, sus habitaciones y dependencias, los huertos, el molino, el patio y el jardín, la orilla del río, las viejas melodías y los cantos de la siega, los gansos, el halcón y el toro, la lluvia y el estanque, la represa, las mirlas, las mariposas nocturnas, el ordeño y las torcazas, las chizas y las caicas, el cucarachero, que «para don Baldomero es el ruiseñor de la América del Sur»; y la niebla, y la cristalina escarcha de enero, y la evocación del tío Álvaro, y la muerte (et in Arcadio Ego), también la muerte. E internarnos, al final, en nuestra propia Santana –nosotros también–, de la que saldremos distintos, renovados, niños y niñas inocentes y hechizados por la maravilla de la vida en estado de gracia, como esta escritura de Fernando Herrera. Noticias relacionadas+ 0 comentarios
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