Las denominadas Guerras Napoleónicas constituyen un conflicto de una única evolución, aunque de una amplia duración, y de alrededor de 23 años. Francia se tuvo que enfrentar a diferentes coaliciones europeas, que nunca estuvieron a favor de la preeminencia política y militar del Emperador de los franceses, aquel corso tan complicado y difícil. Entre los años de 1792 hasta 1815, las tierras de Europa se vieron sometidas a sangrientos vaivenes y cambios de todo tipo y condición. La Revolución francesa y su genocida guillotina, provocaron un innumerable número de cambios sociales, políticos, culturales, identitarios y militares. El factotum encargado de todo ello sería Napoleón Bonaparte, quien desde artillero en Toulon, y luego cónsul republicano se encargaría de extender todo ello fuera de las fronteras de Francia. La guerra y resistencia del resto de la Europa antifrancesa sería de una enormidad fuera de toda duda; hasta tal punto es así que todas las monarquías europeas movilizaron todo tipo de inconmensurables esfuerzos civiles, económicos y militares. Las dimensiones gigantescas de esta guerra conllevarían que fuese calificada como la Gran Guerra. “Las Guerras Napoleónicas, aunque provocadas por rivalidades en el seno de Europa, incluyeron luchas por territorios coloniales y por el comercio mundial. Por su escala, alcance e intensidad, representan uno de los conflictos de mayores dimensiones de la historia. Napoleón, en sus esfuerzos por conseguir la hegemonía de Francia, se convirtió de forma indirecta en el arquitecto de las independencias de los países iberoamericanos, cambió la configuración de Oriente Medio, reforzó las ambiciones imperialistas británicas y contribuyó al ascenso de la potencia estadounidense”. Desde la primavera de 1792, la Francia revolucionaria se ha ganado, por sus ingentes asesinatos en la guillotina, la enemiga de casi todas las coronas de Europa; la causa estribaba en que deseaban extender su credo revolucionario por todo el continente. La cuestión sociopolítica no iba a mejorar con el general Napoleón Bonaparte, ya que los franceses pretendían seguir con la habitual práctica borbónica de expansión territorial. Napoleón era el segundogénito del matrimonio entre Carlo Buonaparte y María Leticia Ramolino, familia noble corsa de ascendencia italiana, pero venida a menos. Para tratar de ascender en aquella sociedad tan turbulenta y complicada, estudiaría en academias militares francesas, donde demostró su inteligencia destacada, y alcanzaría el grado de teniente de artillería. En 1796, se le concede, por el Directorio republicano, el mando supremo de las fuerzas de Francia para invadir Italia, con estas campañas conseguirá que el norte sea para los franceses, ya que las victorias que ha conseguido son de una brillantez importante. “La siguiente campaña de Bonaparte, en Egipto, fue un fiasco militar que no consiguió sus objetivos y que, al final, acabó con la salida de los franceses del país. Sin embargo, aumentó su fama de jefe resoluto y le ayudó a derribar al Gobierno francés en noviembre de 1799. Para entonces, una década de convulsiones e incertidumbre había conseguido que la esperanza en un gabinete fuerte, y el orden y la estabilidad que este prometía, resultaran más atractivas que las ideas y las promesas de los revolucionarios radicales”. En dicho año, Napoleón Bonaparte, ya ha afrancesado su nombre y su apellido, tiene 30 años, y ya es considerado como una autoridad militar, con tics políticos muy respetables. Lo que siempre ha pretendido es otorgar estabilidad a Francia, y, quiérase o no, cuenta con bastantes simpatías entre la burguesía (Beethoven) y la clase trabajadora europeas. Entre los años de 1800 a 1804 consigue la consolidación de los logros obtenidos por los revolucionarios franceses, a pesar de la sangre derramada, en la mayoría de las ocasiones de forma totalmente injusta, a la par que innecesaria. No obstante, los principios sí son válidos, aunque los subraye un claro sofisma: igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, seguridad para la riqueza y la propiedad privada. Se puede resumir en que Napoleón Bonaparte no era un revolucionario, en el más estricto sentido del término, ni un maniaco psicótico, con un trofismo incontrolado por el poder, sino que lo que pretendía era un prístino despotismo ilustrado, ‘todo para el pueblo, pero sin el pueblo’, que él conseguiría disfrazar de unos ideales de democracia, que eran un simple barniz. «Austerlitz, Bailén, Wagram, Borodinó, Trafalgar, Leipzig, Waterloo… son algunos de los nombres intrínsecamente asociados a las Guerras Napoleónicas, un conflicto que a lo largo de más de dos décadas de lucha continuada sacudió los cimientos de Europa, pero cuya onda expansiva se hizo sentir mucho más allá. La inmensidad de la guerra desatada entre Francia e Inglaterra, Prusia, Austria, Rusia y España y las consecuencias del terremoto político desatado tras la Revolución francesa han ensombrecido las repercusiones que las Guerras Napoleónicas también tuvieron a escala mundial. A partir de una prodigiosa labor de documentación, Alexander Mikaberidze sostiene que este vasto conflicto solo puede ser entendido plenamente considerando la totalidad de su contexto internacional: las potencias europeas se disputaron la hegemonía en los campos de batalla del Viejo Continente, pero también en América, en África, en Oriente Medio, en Asia, en el Mediterráneo, en el Atlántico, en el Índico… Recorriendo cada una de estas regiones, la bella prosa de Mikaberidze desgrana los principales acontecimientos políticos y militares que jalonaron esta convulsa y transformadora época tanto en Europa como alrededor del mundo para construir con ello la primera historia global del período, que amplifica la visión tradicional que tenemos de las Guerras Napoleónicas y su papel determinante en la configuración del mundo moderno». Napoleón era una persona sumamente impaciente con el caos social. Siempre mantuvo una fidelidad clara a los principios del despotismo ilustrado, pero quedándose en este estrato, aunque nunca llegando a abrazar o aceptar un principio de democracia republicana y, en ninguna circunstancia entregar la soberanía al pueblo. “Bonaparte, que fue proclamado ‘Emperador de los Franceses’ con el nombre de Napoleón, en 1804, es ampliamente reconocido como uno de los comandantes más grandes de la historia, aunque sus contribuciones originales a la teoría de la guerra son escasas. Su genio estriba en la habilidad para sintetizar innovaciones e ideas previas y aplicarlas de forma eficaz y coherente”. Para finalizar, deseo indicar que estamos ante un libro sobresaliente, y completo total y absolutamente, muy documentado, con una bibliografía exhaustiva y esclarecedora, además de necesaria. El aparato fotográfico es de gran calidad y muy bien escogido. La portada (1810) del pintor de Napoleón, F. Gerard sobre Austerlitz (1805), es magistral. «Roma locuta, causa finita. ET. O tempora, o mores!». Puedes comprar el libro en:
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