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"Luis XIV", de Stéphane Guerre

Edl Rialp. 2023
martes 29 de julio de 2025, 21:20h
Luis XIV
Luis XIV
El profesor-doctor Guerre nos aproxima, de forma conspicua, en 166 páginas, lo relativo a la vida y a la obra del gran rey de Francia, el denominado ‘REY SOL’, y con ella la editorial Rialp nos ofrece paradigmáticas pinceladas suficientes para conocer lo justo y necesario, sobre el monarca Luis XIV. El monarca capeto fue rencoroso y prepotente, y lo demostró a lo largo de su vida y con todos sus adversarios, tampoco quería a nadie próximo salvo a su pueblo, pero desde sus parámetros afectivos singulares, lo que va a demostrar en el comportamiento amoral e indigno que demostrará hacia su nieto, el monarca de las Españas, Felipe V de Borbón.

En el corazón de Borgoña, en un valle boscoso del Auxois, aparece el castillo del conde de Bussy-Rabutin. Un gentilhombre guerrero, pero también un cortesano desgraciado, encarcelado por Luis XIV, en 1665, por haber desvelado secretos de una corte libertina en su Histoire amoureuse des Gaules. No es, en efecto, bueno revelar lo que hay detrás del decorado pacientemente compuesto por el príncipe para servir a su esplendor. Más víctima que provocador, el conde quedó destrozado por este escándalo. Caído en desgracia, se le obligó a exiliarse a estas tierras después de su año de prisión. No deja por eso de intentar reconquistar el favor real, escribiendo al soberano para suplicarle que le perdone y al menos le deje servir en sus escritos. Nada consigue. Alejado de París y Versalles, Bussy-Rabutin decide entonces hacer venir la corte a él, al menos simbólicamente. Reproduce en las paredes de una sala de su castillo las moradas reales, a las que le está prohibido entrar. Siempre galante, adorna también su habitación con imágenes de las amantes de los reyes de Francia, como las de Mme de La Vallière, Mme de Montespan o Mme de Maintenon. En una pieza circular, la ‘torre dorada’, instala los retratos de las bellas damas de la corte y de los miembros de la familia real”.

La monarquía francesa, tras la extinción del legado dinástico de los Valois, se encontraba en un callejón sin salida, ya que el matrimonio entre Luis XIII y Ana de Austria, la reina hermana de Felipe IV de España, era aparentemente infecundo. Desde el 18 de octubre de 1615, fecha de la bendición matrimonial, no habían existido hijos. El matrimonio era un auténtico desastre, tanto personal como políticamente, ya que la soberana se mostraba como adversaria firme de la persona del primer ministro, el inteligente y despótico cardenal Richelieu, tanto en su carácter soberbio y prepotente, como en su forma de gobernar. Sea como sea, milagros de la genética marital, el domingo 5 de septiembre de 1638, estando en el castillo Nuevo de Saint-Germain-en-Laye, después de las once de la mañana, y tras un preparto difícil y complicado, la española Ana de Austria dio a luz a un heredero varón, se le pusieron, por ser tan deseado para el bien de Francia, que se consideró otorgado por la voluntad de Dios Todopoderoso, como Luis Diosdado. Detrás de este deseado alumbramiento político se encontraba la desconfianza de los franceses relativa a que su monarca, sospechoso de ser estéril y con una salud tan frágil, pudiese ser capaz de engendrar algún tipo de heredero.

Nacimiento muy político, pues, asegura la estabilidad del trono a costa de los derechos a la sucesión del ambicioso hermano del rey, Gastón de Orleans. Un testigo nos dice que, al enterarse del sexo de la criatura, se quedó completamente aturdido. Se comprende. Todos los proyectos se desvanecen en un instante, más aún porque la constitución del recién nacido parece buena. Un horóscopo obtenido a petición de la corte debe aún perturbar más a Gastón de Orleans. El astrólogo, consciente de la importancia política de su oráculo, anuncia que, cuando sea rey, el Delfín reinaría ‘largo tiempo, duradera y felizmente”.

Es este momento histórico, tan difícil y complicado, con una Francia envuelta en una guerra sangrienta y de desgaste, contra la dinastía de los Habsburgo, que es la Guerra de los Treinta Años, y que finalizará con la Paz de Westfalia y la de los Pirineos, cuando el futuro Luis XIV venga a este mundo. Por todo lo que antecede, este recién nacido será recibido con las albricias propias de que traiga la paz civil a aquella agotada nación. El escribano de Limoges, Pierre Vacherie formulará un deseo que, obviamente, no se va a cumplir, ya que la geopolítica del momento se lo impedirá taxativamente. ‘Quiera la divina bondad que su reinado sea más dulce que el de su padre…’. Luis XIII no es lo suficientemente dúctil y comprensivo, a la par que inteligente, como para entender el comportamiento de su primer hijo, que no deja de ser un niño, pero paradójicamente poco afectivo hacia su regio padre, todo lo contrario que muestra hacia la reina-madre. Pero, cuando el monarca sufra su enésima enfermedad, su angustiado hijo indicará, sin ambages, que: ‘Si mi papá muriese, yo me arrojaría a la fosa…’.

No se puede definir, obviamente por la distancia del tiempo, que era lo que sentía el niño-heredero por su padre. Quizás la relación fuese frustrante, aunque su gusto por conservar el palacete de Versalles pudiese ser una muestra inequívoca de amor filial. Cuando Luis XIII pase a mejor vida, el Delfín de Francia solo tiene cuatro años y medio. Se estima, por los estudios médicos realizados en la época, que el Rey de Francia Luis XIII tuvo una agonía terrorífica, al morir por causa de una más que dolorosa peritonitis infectada y purulenta, esta perforación intestinal se produjo por la enfermedad primigenia de una tuberculosis intestinal. No obstante, el monarca francés trata de mantener una dignidad acorde con su rango, y recibe en su habitación a sus militares para que le informen de en qué situación evolutiva se encuentra la guerra contra su irredento enemigo español. Esta forma de morir dejará una huella indeleble en el hijo, que se comportará igualmente cuando le llegue su hora, ya en el año de 1715.

Bautizado de urgencia por el obispo de Meaux al nacer, a Luis le bautiza solemnemente el mismo personaje el martes 21 de abril de 1643, unos días antes de que la agonía de Luis XIII tenga fin. Bautizar a un niño tan tardíamente es raro en el siglo XVII, por temor a que su muerte precoz le lleve al limbo. Sin embargo, es tradición en los reyes que se espere a que el pequeño haya sobrevivido hasta los cuatro o cinco años para organizar una verdadera ceremonia. Se trata en realidad de un ritual tanto religioso como político, en la medida en que la designación del padrino de un futuro monarca reviste un significado evidentemente particular”.

Pero, curiosamente y a pesar de lo esperado, el superministro que Luis XIII va a colocar al lado de su viuda española, Ana de Austria, no será su orgulloso hermano ya citado, Gastón de Orleans, sino un discípulo del cardenal Richelieu, ya fallecido, creatura ad hoc del todopoderoso prelado, y que se llama Jules Mazarino, cardenal descendiente de italianos, y que incluso se citará posteriormente, que pudo tener una relación íntima con la propia soberana de Francia. No obstante, todo este comportamiento regio deja bien claro que el soberano es quien decide, sensu stricto, lo que se debe hacer, esto es lo absoluto inherente a los Reyes de Francia del siglo XVII y XVIII, que le costará a largo plazo la dinastía y hasta la cabeza de su último soberano, Luis XVI. Cuando sea ungido y coronado, lo será ante Dios Todopoderoso, en la Catedral de Reims, y ya estamos en el 7 de junio de 1654, tocando las escrófulas o linfadenitis cervical tuberculosa de 3.000 pobres, este hecho consuetudinario será constante a lo largo de su reinado. Desde aquí hasta el 9 de septiembre de 1715, muchos hechos pasarán, favorables o negativos, bajo el puente de la Historia del Rey Sol. En este momento final ya existen diferentes panfletos, donde se le acusa de ser el responsable de la miseria de las gentes, y de la depredación de sus impuestos.

«El poderoso Rey Sol no se rinde jamás. Pero el autor nos ofrece otro retrato: el de un príncipe que quería ejercer un “oficio”, el de jefe de Estado. Es el rey más famoso del panteón nacional francés, y es también una marca comercial, con Versalles. Escribir su vida es un desafío para el historiador, ya que el individuo desaparece tras el mito del monarca absoluto. Pero es posible hablar de otro Luis XIV, más cercano y real. Recorrer los pasillos del poder nos permitirá descubrir la sensibilidad de un monarca que llora, gime, sufre, titubea, y es capaz de repensar su autoridad durante los años de penuria y miseria. Porque este libro es también la biografía política de un rey que, como ningún otro, quiso no solo reinar, sino gobernar bien a los hombres». Para finalizar, indicaré que me ha gustado muy mucho esta breve, pero enjundiosa biografía diferente del Rey Luis XIV de Francia, por nítida y divulgativa. Recomendación plena. «Timeo Danaos et dona ferentis. ET. Labor Omnia vincit».

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