El verano de Cervantes como toda su obra creativa e incluso de corte crítico, es pura autenticidad, memoria relevante y portadora de conocimientos, pasión libresca y conciencia del peso histórico de las palabras. Una escritura que oscila también entre el soul y la saudade, los placeres textuales, los aromas lectores y el sonido del viento o del tiempo que remite directamente a Don Quijote, a sus lectores, admiradores y estudiosos. De hecho, en el capítulo 156, leemos: “Sola la vida humana corre a su fin ligera más que el tiempo” ; la sabiduría de Francisco Rico lo puntualizaba como error, señalando que debía leerse como “ligera más que el viento”. En cualquier caso, Muñoz Molina que con diez años lee por vez primera Don Quijote de la Mancha, sin estar consciente de ello, encuentra muchos paralelismos en las historias narradas y en sus historias vividas. De tal manera, que es la obra de referencia para el escritor ubetense. Si Cervantes, tarda también unos años en escribir el libro más universal, Muñoz Molina en sus relecturas de Don Quijote va tomando notas, sensaciones, emociones, nuevos hallazgos que felizmente han desembocado, a mi humilde entender, en una obra profunda que entrecruza los valores de la escritura de Cervantes y su presencia en la biografía y bibliografía de Muñoz Molina, además de un ejercicio integral de literatura comparada que se refuerza con las concomitancias musicales, de manera especial, el jazz, y, el cine que suscita mayor conciencia, si cabe. Otros escritores universales, Shakespeare, Austen, Eliot, Proust, Stendhal, Flaubert, Mann, Montaigne, Melville, Tristram Shandy, Joyce, Machado, entre muchos otros conforman ese hilo lector y crítico que traen al frente la excepcional riqueza de la obra de Cervantes. Un libro bello, apasionado, culto y asequible en todos sus rincones. Incluso, a veces, me da la sensación de estar leyendo al propio Cervantes, cuando menos a uno de sus mejores lectores. Muñoz Molina traspasa el engranaje del “desocupado lector” para convertirse en “lector duplicado”, más aún, en lector polifónico que sincroniza una “escritura desatada” para ofrecernos, sin aspavientos ni artificios una genuina lección de literatura y una clase magistral de vida. Con mucha razón, Javier González-Cotta, en la Revista Mercurio (24 de agosto de 2025) escribe:
“No disuena el ámbito de la memoria en la Úbeda de la niñez con la disección literaria que se hace del Quijote... Aflora como siempre ese reconocible estilo tan de Muñoz Molina, hilvanado por el fraseo largo, la cadencia sinuosa pero no fatigante. La emoción reclama ahora su sitio. Leer ciertos pasajes nos regala momentos emotivos de grata felicidad... De añadido, a uno también le embarga la emoción y la piedad por el ingenioso hidalgo, a quien vemos reflejado no tanto en su locura a veces colérica como en su enternecedora incapacidad de discernir lo real de lo imaginario, el vulgar entorno manchego del deformado fulgor de las ilusiones caballarescas”. Justo es reconocer, solo sea, por ampliar la mirada, que Don Quijote existe por la inconmensurable presencia de Sancho, por el valor del diálogo, pues Cervantes es el dominador de la conversación, del mismo modo que Shakespeare lo era del monólogo. La vocación de Cervantes es la misma que la de Muñoz Molina. La lectura. En esa vocación, va tejiendo las huellas que resuenan en su propia escritura. En cierto modo, al ensayo de Muñoz Molina, le podemos añadir un tanto de narrativa detectivesca de la que es fiel seguidor. El escritor sigue las huellas de Cervantes en sí mismo y también en la literatura universal y los modelos operativos de novelas tan espléndidas como El invierno en Lisboa, Plenilunio o Ardor guerrero aportan un indiscutible enriquecimiento expresivo, ahondando en esa fusión interdisciplinar, especialmente el cine y la música, como hemos señalado anteriormente. Confiere igualmente una atmósfera que permite al lector ir desentrañando esas zonas de misterio y en cierto modo apresar ese movimiento constante, afianzando la novela como forma de arte. Por utilizar un término adecuado, Antonio Muñoz Molina aplica su maestría, sobresaliendo y guiándonos por esta maravillosa aventura que transcurre siempre en verano.
Cuando desde una modesta columna de opinión en un diario de provincia pedía el Premio Nobel para Saramago, disfruté con la concesión del galardón y con su discurso. También lo pedí para el escritor sueco Henning Mankell, pero en esta ocasión, la Academia miró más la punta de la nariz que la realidad. No me parece descabellado, por obra, compromiso, conciencia que Antonio Muñoz Molina pudiera ser el próximo Nobel en lengua española. Nos alegraría tanto como seguramente su discurso, pues de una infancia con cierta austeridad, trabajos cuando menos difíciles en el campo, pero con una revitalizadora conciencia de la escasez, ocupa hoy un papel relevante en la RAE y nos sigue emocionando con sus novelas. La lectura de Don Quijote de la Mancha debería acompañarse de este libro fundamental, iba a decir, de este Premio Cervantes como requisito de los lectores.
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