Dos años antes nos regalaron ‘The Dark Side of the Moon’. No conoceríamos nada semejante hasta ‘The Wall’. Bastan esas tres cumbres melódicas para sintetizar la trayectoria de un grupo con casi medio siglo de existencia en torno a ese Everest. ‘Wish You Were Here’, me gustaría que estuvieras aquí. ¿Quién? La presencia espectral, el fantasma encriptado en su silencio. El de la cara oscura del rock.
El que todos querían que estuviera, pero ya no estaba, ni siquiera dentro de sí mismo, era uno de sus fundadores, Syd Barret. Fundido por el LSD. Sólo estuvo con ellos tres años. Pero si Pink Floyd logró imponerse como el grupo faro de su tiempo hasta elevarse a la altura de los clásicos, fue gracias a ese diamante negro eclipsado a las puertas de la percepción.
Sin él, desaparecido, registraron su primer gran éxito, ‘The Dark Side of the Moon’. Luego una caída en el vacío, la banda pierde su inspiración. Hasta que Gilmour concibe ‘Shine On Your Crazy Diamond’. Cuando se deciden a grabarlo, en los estudios Abbey Road, aparece un sujeto inquietante al otro lado del prisma. El cuerpo hinchado, calvo, sin cejas, la mirada ausente. Escucha la canción sin darse cuenta de que habla de él. Y nadie sabe que se trata de él, hasta que Roger Waters lo reconoce: se trata de su amigo Syd, regresado de entre los muertos. Waters y Gilmour siguen tocando entre lágrimas. Nunca más volverían a verlo hasta su muerte.
Ni siquiera Ridley Scott se concedió la licencia de dar una respuesta definitiva acerca del destino de Rick Dekkard en ‘Blade Runner’. Tanto vale para Pink Floyd y su fantasma, Syd Barret.
Tal vez la belleza más alta sea aquella que nace de una herida. El sentido de la ausencia y su conjuro. ‘Wish You Were Here’. Aquel que no estaba, sigue estando, prendido de cada nota, como la luz que se refracta en el prisma de ‘The Dark Side’. En la otra cara de la luna y de la vida, para siempre.
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