Theodor Kallifatides nació en Grecia en 1938 y emigró a Suecia en 1964, donde se consolidó como uno de los escritores más importantes de la literatura mundial actual. Su último libro, Una mujer a quien amar, ha sido publicado en España por la Editorial Galaxia Gutenberg. Licenciado en Filosofía, con la especialidad de filosofía práctica y teórica aborda, en esta novela, cómo el sentido de la vida puede mutar en función de la sociedad en la que vives, ahora que su íntima amiga Olga se ha ido. Fueron amigos porque no pudieron ser amantes y porque con ella podía compartir los dos mundos entre los que tiene repartido el corazón: su Grecia natal y la Suecia que lo acogió, hablar en griego y sueco, introducir palabras en francés e inglés y dejarse, casi, insultar en ruso. Sabe que no debe volver a Grecia, porque esta mujer de baja estatura, aunque no daba esa impresión, decidida y fuerte, y que aun así parecía dulce y flexible, tan apasionada que podía resultar distante, que conducía como una ladrona de coches, leía mucho y pasaba frío, no puede quedar sola. Porque Era una mujer a quien amar. Y porque se sobrepuso a la tragedia de perder un hijo siendo la madre de otros muchos que sufrían y la necesitaban creando una gran familia con los desheredados que tenían que, como ellos, dejar su hogar, amigos y país atrás. Posiblemente, Olga, amiga, hermana mayor, madre, fue una de las personas que mejor conoció al autor, y siempre supo de su dolor, cuando todavía no sabía qué hacer con él. También la única que entendió por qué abandonó su lengua materna cuando perdió la inocencia, aunque, afirma, abandonar la propia lengua es como abandonar el alma. No le interesaba la literatura de la palabra adecuada, sino del pensamiento adecuado. Por eso abandonaba su lengua, porque la suya había perdido todo rasgo de autenticidad por la presión de distintos órdenes sociales. Poco a poco, con dolor, fue liberando esa alma a través de las palabras; encontró la forma de manejar la vida cuando amenazaba con resultar insoportable. Theodor comparte protagonismo, en esta obra deliciosa e intimista, con su gran amiga Olga, que se enfrenta a uno de los retos más difíciles de la vida: la muerte. Es el momento de reflexionar sobre el sentido de la vida y las antiguas creencias filosóficas que creía haber abandonado. ¿Teme a la muerte? ¿La teme ella, ahora que se acerca el final? Era una mujer tan potente como un punto en una frase; brillaba y sobresalía cuando ya se había formado otras frases y tenía miedo al amor cuando lo conoció, como ahora tiene miedo a la muerte, porque ya vive en la muerte. Y sólo se libran de ese temor aquellos que están saciados de vida. Ella le ayudó a entender, a colocarse al otro lado de sí mismo. El autor no cree que haya una vida después de esta, y no le seduce el paraíso, ni siquiera como símbolo. Nacer como ser humano es sencillamente una operación perdedora. Nacer como ser humano es haber perdido el paraíso. Afirma que la amistad exige más que el amor, porque no se puede ser amigo de alguien que no te gusta. Y a él Olga le gustó siempre, porque nunca le permitió caer en la autocompasión cuando se sentía infravalorado o incomprendido, cuando sentía esa necesidad recurrente de dejarlo todo atrás. Aprendió que uno no puede irse de su vida, aunque abandone su país y su lengua. Descubrió que él también tenía un refugio en Suecia cuando más lo necesitaba; en Grecia no tenía nada. Uno no debe ponerse a amueblar la nostalgia, porque entonces corre el riesgo de acomodarse a ella. La rosa silvestre no ha de crecer en el alféizar de una ventana. Ha de crecer alta y poderosa en el seno del corazón y no ha de tener agua ni solución nutritiva. Ha de tener sangre. Y aprendió también que si lloras mucho de mayor es porque cuando eras joven tenías grandes sueños. Las creencias han ido cambiando con los años, con las vivencias, con el dolor; no así los valores que le sustentan. Desechó lo que no servía y encontró, como Olga, una vida más auténtica, más verdadera. No está dispuesto a asumir su muerte, tal vez pueda seguir sonriendo cuando recuerde cómo reían juntos. Y tomó una gran decisión: No voy a volver a Grecia. Olga no se puede quedar sola. Puedes comprar el libro en:
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