La principal cualidad que hallamos en los dieciséis relatos que componen Relatos casi tristes es que en todos, del más breve al más extenso, la autora se las arregla para mantener la tensión continuamente exacerbada que define al cuento bien parido. En ningún momento parece que estemos ante una obra literaria primeriza; aparte de lo aprendido y/o desarrollado en el taller de escritura al que ha acudido (en la entrevista que sigue a la reseña hablo sobre esto con Sagrario Muñoz Guzmán), desconocemos el tiempo que ella ha invertido en estas 122 páginas, pero por el acabado que presentan pocas dudas hay de que han sido bien pulidas.
El tono general de estos cuentos es triste, desolado, a veces acongojante. Otro rasgo sustancial de la colección es la facilidad con que su escritora introduce episodios y personajes que al lector nada cuesta suponer procedentes de una experiencia vivida –y que permean la narración con naturalidad–. La impresión que produce esta apuesta es que lo imaginado y lo no imaginado se amalgaman modélicamente en la ficción total del relato.
El cuento es una narración breve de contenido expectante que se intensifica y aclara en el desenlace; y sobre esta ortodoxa definición parece haberse edificado el quehacer de Sagrario Muñoz Guzmán. Los relatos que conforman su primer libro pueden agruparse siguiendo tres divisiones.
Lo fantástico tiene su presencia en un libro tan marcadamente realista como es Relatos casi tristes.
Un tono fantástico de lo cotidiano, al modo de Juan José Millás (su novela Desde la sombra), asoma en El alquiler, donde la protagonista ve su piso invadido por una invisible benefactora que hace más cómoda la vida; Y no tenerlo claro muestra a un anciano perdido ayudado por una mujer y recogido luego en una ambulancia, de la que escapa para regresar a la casa familiar.
La fantasía va más allá de experiencias frecuentes en dos relatos insólitos: En Bórrela, señorita un profesor de dibujo, harto de su alumna incapaz de dibujar una mano, le explica por qué debe dedicarse a otra cosa; y en Guerrero un soldado que ha perdido su mano recibe otra gracias a un trasplante: la nueva, diestra para la música, hábil en encuentros amatorios, provocará la envidia de la otra mano.
Pero es lo real aquello que predomina en este inolvidable libro de Sagrario.
Dos niñas muestran falta de acomodo y cariño: en La ventana una, harta de haberse convertido en muñeca de porcelana, decide jugar con los chicos de la calle; Nana es una niña con malas notas y sin afecto familiar que encuentra su felicidad en el taller de costura de la abuela; su difícil relación con el padre le llevará a tomar una drástica decisión.
El amor y sus problemas quedan reflejados en Las cartas, donde un amor epistolar entre maduros (él bancario, ella empleada de ultramarinos) busca concretarse en una cita en vivo: el tráfago de la estación de Atocha y una desconocida lo dificultan; Historia de un beso, el microrrelato de esta colección, resume un amor a través del desgaste de sus besos. Un tono más esperanzado presenta Taxidermia, donde una profesora de cuarenta y dos años queda embarazada de un joven vendedor de La Farola.
Dos caraduras presentan, sin concesión a la galería, lo peor del género masculino: la vida de un albañil que, con la excusa de reformar casas las ocupa con su familia, es lo que cuenta La reforma; y Benito do Santos es la biografía de un portugués que nunca trabajó; mujeriego impenitente la Mari, una madre con seis hijos, logrará retenerlo durante cuarenta años.
Por último, situaciones habituales en la vida, llevaderas en apariencia, hasta plácidas incluso, se complican por una serie de circunstancias que abarcan desde lo inesperado a lo doloroso y trágico. Yo me reía contigo recuerda la llegada a una fiesta de alguien que hará a la anfitriona ver la vida de otra manera. Único testigo homenajea a la película Witness (Peter Weir, USA, 1985) para, desde varios puntos de vista, narrar un absurdo crimen cometido en unos urinarios: su exigente limpiadora, un chaval y un padre de familia se reparten las culpas. En Y fue cuando te llamé el bebedor solitario auxilia al habitual borracho de un bar. Mis pies centra su peripecia en el dolor que su protagonista sufre en esa parte del cuerpo; la angustia de esta mujer hace que suframos su desesperado malestar. Y 20 horas, cierra Relatos casi tristes con la crónica de un día en la vida de un triunfador en lo laboral pero un desastre en su vida personal; la jornada retrata a lo crudo su integral estupidez.
Como asiduos lectores de cuentos recomendamos en TODO LITERATURA a Sagrario Muñoz Guzmán. El debut de esta autora se salda con altísima nota. El porvenir del género del cuento, con gran esplendor en el mundo entero, en manos de quienes los crean desde semejante maestría, está asegurado.
PD: El libro no tiene muy buena distribución. Relatos casi tristes está a la venta en la LIBRERÍA LUA de Guadalajara y en esta dirección de Amazon:
https://www.amazon.es/RELATOS-TRISTES-SAGRARIO-MU%C3%91OZ-GUZM%C3%81N/dp/B0CCCS7WTB
ENTREVISTA CON SAGRARIO MUÑOZ GUZMÁN
La autora de Relatos casi tristes ha reconocido la importancia que asistir al taller de escritura creativa de Cabanillas del Campo (Guadalajara) ha tenido en la génesis y desarrollo de su primer libro.
Priorizar la creatividad y la conexión emocional con el lector, utilizando recursos literarios y técnicas para construir historias interesantes y estimular el pensamiento crítico, es el objetivo principal del taller de escritura creativa que la Biblioteca Municipal León Gil de Cabanillas ofrece a sus conciudadanos.
Es interesante para los lectores de TODO LITERATURA informar sobre esta manera de desarrollar la expresión a través de una disciplina grupal. Acercarse al arte literario así, como ha querido Sagrario Muñoz Guzmán, para encontrar originalidad y ampliar imaginación, está en la base de cualquier taller que pretenda allanar el desafío, tanto creativo como técnico, que supone contar con gracia historias, transmitir ideas y emociones. En definitiva: escribir bien.
Por la calidad de su prosa aventuramos que usted ya estaba innatamente dotada para la escritura y que su cultura libresca debe tener amplitud. Acudir a un taller, en un caso como el suyo, resulta de una admirable humildad…
Superar algún miedo asociado a la creación, liberar la imaginación, encontrar –entre otras voces– la propia voz… ¿Algo de todo esto puede estar detrás de su decisión de inscribirse en un taller literario?
Siempre me ha gustado escribir, pero jamás con ninguna pretensión. Encontrar el taller fue encontrar un método a eso que yo hacía. Mi formación es artística, soy licenciada en Bellas artes. De igual modo que yo aprendí a encajar un dibujo, pensé que el taller me enseñaría a encajar mis palabras. Y así fue.
Escribir y corregir en público los textos de cada tallerista; sus lecturas y análisis; así como la práctica de estilos y puntos de vista diferentes, parecen (por lo visto en películas y series) asuntos obligados en este aprendizaje grupal de la escritura.
¿Cómo se llevan estos temas a la práctica en la Biblioteca de Cabanillas?
El taller fue impartido por Pelayo Díaz González, periodista y lector profesional. Lleno de contenido teórico, Pelayo nos enseñó, sobre todo, a tener una mirada crítica a nuestros textos. Leerlos en voz alta delante de todos era casi un martirio, porque después de la lectura, poco quedaba. Sobrevivir a esta, a la lectura del relato, era como ganar una batalla. Pero, como mencioné antes, yo estaba acostumbrada a que de estudiante, el profesor de turno me borrara el dibujo.
¿Cuál diría que es la seña de identidad principal del taller al que, tan provechosamente, ha asistido?
Para mí, fue una guía. Fue aprender a estructurar una historia; entender que hay que saber colocar las trampas para capturar al lector. Que escribir, relatar, tiene método y que si fuera necesario, pues uno se salta ese método.
Pero, por óptimos que sean profesorado y alumnado, nos parece que el desarrollo de las habilidades de la escritura, al final, está más en la práctica individual; en las horas que cada cual dedique después a emborronar papeles o borrar pantallas.
Frente al autor escéptico a la hora de desarrollar su talento en el seno de un grupo… ¿Cómo defendería la validez del taller para esos aprendices que pretenden iniciarse en la escritura creativa?
Yo también soy docente, si no creyera en la validez del taller, sería una incongruencia. El taller es entrar en el bosque protegido por el grupo y guiado por alguien que un día se perdió en él.
En un taller orientado al cuento literario (tras la poesía, el género más difícil) parece que trabajar el punto de vista del narrador y la estructura narrativa (tanto desde el contenido como desde las diferentes formas de desarrollarla) deben ser asuntos en los que, si cabe, debe hilarse todavía más fino…
¿Qué tanto por ciento del éxito de un libro tan brillante como es su Relatos casi tristes atribuye a dedicación y talento propio, y qué otro tanto a lo aprendido –y asimilado– durante esas semanas pasadas en el taller?
Pues el 100% al taller. Aunque algunos relatos ya estaban escritos previamente, el taller los puso patas arriba. Tengo claro, que si no hubiera asistido, este libro no existiría.
Centrándonos ya en sus cuentos:
Lo aportado por el taller de escritura habrá ampliado el tiempo invertido en Relatos casi tristes, que ha cumplido ya su primer año de vida.
Díganos, ¿ha sido este un libro especialmente complicado de terminar?
No, es un libro sin pretensiones; solo lo publiqué para que mi hijo tuviera un libro de su madre y para que mi madre leyera un libro de su hija. Nació sin pensar que iba a estar expuesto a la crítica y esto hizo que naciera sin fórceps.
Sus relatos son frescos y ágiles algo que solo se consigue corrigiendo los textos una y otra vez.
¿Hasta qué punto las apreciaciones de sus compañeros de taller han podido modificar (en estilo pero, también, en trama) cuentos que les presentaba?
Las apreciaciones de mis compañeros a mis relatos sólo fueron aire para levantar el vuelo. Gracias a sus comentarios me animé a coser las páginas de este libro. Aprendí de sus textos, de los relatos de otros, cómo no.
En algunos parece que haya sucesos personales, incorporados con poco filtro.
En «Las cartas», «Historia de un beso» o «Mis pies»… ¿Interviene de alguna manera lo autobiográfico?
Muchos de los personajes tienen cara, en algún momento de mi vida me he cruzado con ellos. Lo que pasa es que yo he cogido un poco de este, otro poco de aquel, y ahí está ese híbrido que no sé si se parece a alguien. Mi padre tenía una frase que decía «Puede ser cierto y no haber ocurrido»… Pues eso.
No se trata de elegir, pero…
¿Cree que da lo mejor de sí en relatos donde predomina lo fantástico («El alquiler», «Guerrero»), que en otros, también excelentes, pero de corte más realista («Nana», «La reforma»)?
Leo realismo mágico desde hace mucho tiempo y con la edad, he aprendido que la realidad es mágica o que la magia es muy real. Yo soy «el guerrero» de mi relato, tengo una mano real y otra imaginada.
Los finales, además de contundentes, son poco dados al optimismo…
¿Encuentra la vida tan dura como en su libro?
No creo que mis finales no sean optimistas, sobre todo, porque no hay finales, dejo el beneficio de la duda a un final mejor. Creo que también hay humor, que ayuda a quitar importancia a lo importante. La vida es casi triste; esto no es pesimismo. Ese «casi» amortigua el golpe.
¿Es la literatura una forma de catarsis para su supervivencia?
No, no llego a tanto. Mi supervivencia es mi familia. La buena literatura, los autores y autoras que yo leo, como cualquier otro tipo de arte, es la ración de pan con chocolate del recreo.
Por desgracia España no tiene en el cuento esa legión de fieles seguidores de Francia o Argentina.
¿Asumió que su presentación literaria iba a producirse con un género narrativo de gran nivel actual en España pero que, por desgracia, no goza de los lectores merecidos?
La presentación del libro vino por casualidad. Le regalé un ejemplar a Pelayo, el profesor del taller, y este se lo llevó a la biblioteca del pueblo en donde pude hablar por primera vez de mis relatos. Asumía que no fuera nadie, asumía que el libro terminara en un cajón y que solo lo leyera mi madre y mi hijo. Al final he logrado que el libro no solo esté en mi cajón, ha caído en alguno que otro, y que algún conocido valore con cariño mis relatos.
Y para terminar:
¿Puede decirnos autores de cuentos que le gusten e influyan en su obra?
Me encantan los relatos de García Márquez, Isabel Allende y Juan Rulfo. Los relatos de Dino Buzzati y Max Aub. La novela española y la novela rusa del XIX. Los cuentos de Maupassant y las novelas de Boris Vian. Me entusiasma Vargas Llosa. Me gusta Gloria Fuertes. Y el punto de partida fue a los nueve años, cuando mi abuelo me regaló un libro de una autora argentina, Poldy Bird, llamado El país de la Infancia, que me incubó la tristeza en el cuerpo. Y otros muchos.
¿Entra en sus planes inmediatos escribir una novela?
Por ahora, sigo relatando con mejor o peor fortuna. Algún día, si Dios quiere, me meteré en ese bosque.
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