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Lucía Falcón
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TODAS LAS CALLES DE MIS SUEÑOS, de Lucía Falcón García.

Complot Editores. 2018
Por José Manuel López Marañón
jueves 02 de noviembre de 2023, 15:14h

Lucía Falcón García (Oviedo, 1983), autora de Todas las calles de mis sueños, es licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Oviedo. Junto a su hermano Juan Falcón fundó la Falcón Gallery Studio y ha sido secretaría de cultura en la Agrupación Municipal Socialista de Oviedo. Además, ha escrito entregas semanales para EL COMERCIO: de este diario asturiano deriva el libro reseñado hoy para TODO LITERATURA, una recopilación de su fructífera labor periodística. La autora lo ha subtitulado como «Ideas para el cambio de una ciudad de provincias al mundo entero».

Todas las calles de mis sueños
Todas las calles de mis sueños

Se sabe que cada persona es un acontecimiento único e irrepetible… Pero… ¿acaso no es la ciudad el mejor lugar donde desarrollar esas singularidades? Se dice que en el campo el aire es más puro y que uno está menos expuesto a las tentaciones... Sin embargo, la gran orquesta de la humanidad se da cita en la ciudad. Hoy, más que nunca, para captar el Zeitgest, el clima cultural e intelectual de una era, debemos sumergirnos en la vida urbana.

Todas las calles de mis sueños, sus 140 artículos, muestra como una capital de provincia de 200.000 habitantes –Oviedo– se las arregla para abrirse al mundo desde sus más variadas manifestaciones culturales. Lucía Falcón, en efecto, es prolija a la hora de descubrir a sus lectores lugares, hechos, personajes, premios y asociaciones, que colaboran para que la principal urbe asturiana aporte lo suyo a la suma global de la cultura española y europea.

Así, esa ruta básica trazada (no solo para aprovechamiento de visitantes) que comienza en Le Chigre para el vermú, sigue con las exposiciones de las galerías de Lola Orato y Dos Ajolotes, continúa en la jamonería de Fuentes Acevedo (croquetas) y la Ruta 66 (para la cerveza) y acaba en el Museo de Bellas Artes; la plaza del Paraguas ovetense cobija a jóvenes artistas asturianos que exponen en ella sus creaciones; la Feria de Arte Oviedo, el Concurso de rock Ciudad de Oviedo y los Conciertos de San Mateo, forman ese cóctel cultural tan habitual de la ciudad; los Premios Princesa de Asturias en el Teatro Campoamor (la Fundación Princesa de Asturias favoreciendo que las personas de a pie interactúen con los premiados sin cortapisas), el Premio literario Tigre Juan o el de las Letras de Asturias (destacado por su sinceridad y limpieza a la hora de dar oportunidad a escritores en castellano de ambas orillas del Atlántico); la Fundación Anastasio de Gracia, que distribuye libros entre los trabajadores interesados y que se reúnen para hablar sobre ellos, la Asociación Cauce del Nalón, organizadora de debates de interés (y cuyos 2.000 socios tienen especial devoción por la poesía de Antonio Gamoneda), o el Círculo de Obreros de Trubia que idea actividades culturales; el Ágora Foto Cine Club de Oviedo cumple 60 años de proyecciones de cine y revelado de fotos; Oviedo, ciudad hermanada con Clermont-Ferrand, colabora en su Festival Internacional de Cortos exhibiendo alguna sección; Juan Falcón, el gran pintor surrealista, o Hugo Fontela, cotizadísimo pintor en España (y Estados Unidos) que reivindica la profesionalidad en el oficio; el historietista e ilustrador Alfonso Zapico e investigadores como el bioquímico y biólogo Carlos López Otín o Amador Menéndez, científico capaz de explicar con amenidad los avances tecnológicos… Es una nómina esta, reconocerán, bien atractiva.

Pero Todas las calles de mis sueños no se limita a constatar realidades. Lucía no es una de esas autoras complacientes, menos una intelectual orgánica que base su quehacer en repartir loas a diestro y siniestro a cambio del pesebre. Desde una perspectiva abierta –y siempre crítica– la reportera Falcón pone en bandeja a los poderes públicos (empezando por el alcalde de su ciudad, su radio de acción alcanza al Gobierno del Estado) un torrente de ideas a las que cabe calificar como sugerentemente imaginativas para revitalizar la ya rica vida cultural ovetense.

Cito algunas: al modo de Berlín, Madrid o Nueva York crear ferias temáticas anuales (Tim Burton, Walt Disney o la Fórmula 1 pueden ser grandes hitos); compartir obras entre museos de todo el mundo se ha puesto de moda y crear vínculos con otros centros de arte favorecería mucho a las colecciones asturianas; El «Art Bus» aplicado a Oviedo y sus barrios; los hoteles con habitaciones reducidas o «cápsulas con alta tecnología» hace conjeturar a Lucía cómo el Santo Domingo o el de la Reconquista ganarían dando esos servicios que podrían ampliarse reconvirtiéndose luego en sedes de encuentros y exposiciones itinerantes; transformar el edificio de La Malatería (antigua leprosería) en centro artístico de estancia, trabajo y exhibición para artistas de dentro y fuera del país; ampliar el impacto de la Noche Blanca a las piscinas para crear una noche de las piscinas que fomente la natación; tomando como ejemplo el festival musical de un pueblecito al sur de Inglaterra organizar algo similar en la plaza del Lago Enol; el arte feminista podría ser mejor mostrado usando los bajos del Teatro Campoamor (galería pública); promover intercambios culturales entre la comunidad educativa local y centros culturales foráneos: aprovechar que Oviedo es la ciudad de La Regenta y también su Museo de Bellas Artes, el Niemeyer o la monumental calle Uría; adaptar el Festival Ñ del Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde se juntan amantes de los libros, al Auditorio Príncipe Felipe; tomando como modelo al Lincoln Center de Nueva York, revivir el triste y trasnochado Centro Cívico como lugar activo de ocio y cultura con sala de exposiciones, mesas redondas, micro teatros y conciertos de cámara; conjugar gastronomía con exposiciones de pintura (como ya se hace en el Nuevo Compa); el centro musical joven Pedro Bastarrica no es suficiente: Falcón exige más locales para los músicos, espacios que generen cantera de oficios musicales y sean trampolín para el éxito, y, para un mejor conocimiento de las obras expuestas en la segunda planta del Museo de Bellas Artes (de arte contemporáneo), ofrecer cursos para su mejor comprensión.

Con la democracia asentada en nuestro país, por desgracia estos últimos decenios, paradójicamente, han afectado de forma negativa a los sectores de la industria cultural que no buscan en exclusiva la rentabilidad del negocio y huyen de maximizar las ganancias en sus balances a costa del contenido de su producción. Esta dramática situación cuenta a la hora de transmitir cualquier diagnóstico de la situación cultural por la que atraviesa España y, también, por desgracia, al tratar de remediar aquello que sin exagerar podemos calificar ya como una completa devastación.

En nuestro tiempo, los escritores y los académicos se mantienen por lo general confinados en sus dominios reservados. Y los periodistas en el suyo. La cultura se ha vuelto una especialidad que el profano mira de lejos, con desconfianza, sin saber bien qué es ni para qué sirve. La cultura, así es, debe ser explicada para ser entendida por la mayoría de la ciudadanía. Dos son hoy los escollos que hacen zozobrar a los programas culturales: aburrir o intimidar a los espectadores, oyentes o lectores. La gran habilidad de Lucía Falcón sobre este libro, al que califico como una guía aplicable directamente no solo para Oviedo y cualquier otra capital de provincias, –también Madrid y Barcelona–, consiste en dotar de una apariencia risueña, accesible y cotidiana, a los temas de la cultura –incluso a los más enrevesados– sin por ello traicionarlos.

No se trata de frivolizar ni banalizar la cultura para que parezca divertida: ella lo es, pero la gente no lo sabe y cada día tiene menos ocasiones de enterarse. De la mayor urgencia resulta ahora tender puentes entre las grandes creaciones artísticas e intelectuales y esa masa de hombres y mujeres a la que una creciente especialización comercial (con sus competencias agresivas y alocadas de subproductos seudo o semi culturales) cada día aleja más.

La tarea es difícil. Pero libros como Todas las calles de mis sueños prueban que aún es posible mostrar al gran público, y de forma persuasiva, cómo la cultura está ahí, al alcance de su mano; cómo las ideas, imágenes, fantasías si se quiere, que conforman las propuestas de Lucía Falcón, además de colaborar a comprender mejor la problemática realidad en que la cultura está inmersa, ayudan de paso a medirse con ella y a organizar la vida no solo de una ciudad, también de un país. Al ser leídas, semejantes propuestas seducen al desorientado –por no decir irremisiblemente perdido– público con aquella intensidad emocional de antaño; dan oportunidad a tantas desdeñadas dosis de placer intelectual, sin las cuales, para una ya selecta minoría, la existencia resultaría intolerable –invivible– en esta segunda decena del siglo XXI.

Juan Ramón Masoliver se preguntaba cómo ejercer esa labor divulgativa tan necesaria desde la prensa sin rebajar un ápice la calidad, cómo «acreditar una firma, atraer la atención e influir en las ideas, forzar o ahormar las convicciones de miles de lectores, discrepantes o no». Lucía Falcón demuestra, página a página, poseer ese don, encantador y persuasivo a partes iguales.

Para el filósofo Jean-François Revel el nacionalismo cultural, tesis por lo común de gentes ignaras que no ven en la cultura sino un instrumento de poder y de propaganda política, es profundamente antidemocrático: un esperpento característico de regímenes totalitarios. Estos han rodeado siempre la vida cultural de alambradas y la han sometido al control y a las dádivas del Estado. Por eso es inaplicable en una sociedad abierta. Pese a la gritería y a las periódicas campañas a su favor, difícilmente prosperará en un país como Francia mientras la sociedad (en este caso la francesa) siga siendo democrática, lo que va para un rato bien largo. Porque la única manera en que el proteccionismo cultural se traduce en una política efectiva es mediante un riguroso sistema de discriminación y censura para los productos culturales, algo que resulta intolerable para un público moderno y libre. Otra cosa es que muchos prefieran anclarse en su vetustez e indigencia mental: allá ellos, están en su pleno derecho, faltaría más. Pero a nadie deberían ya engañar...

Contra esa lacra, y como tan atinadamente se lee en la contraportada de Todas las calles de mis sueños, «las presentes páginas están abarrotadas de ciudades (repletas de calles) y sueños a barullo y granel (cuyas avenidas titilan con más fuerza). Es la obsesión, urbana y decidida, por lo nuevo antes que por lo bueno, como quiere César Aira. El fresco tiene el aroma del trasvase de lo universal a lo local, del explosivo radioactivo de lo «glocal», del laboratorio de ideas y presente para una hermosa ciudad de provincias (Oviedo) a la que llegan ecos y voces de medio mundo en nuevas iniciativas culturales en busca de muda, cambio y todas las vitaminas juntas de la resurrección».

ENTREVISTA CON LUCÍA FALCÓN GARCÍA

Todas las calles de mis sueños es, entre tantas cosas, un manifiesto por la cultura de proximidad. Dice usted que, además del centro de las ciudades, la cultura debe apostar por los márgenes, por la periferia. Elogios hacia el barrio abundan en su libro: lugares donde se favorece la familiaridad, la cercanía… incluso encuentra aspectos positivos en la tan vilipendiada (por tanto defensor de unas esencias que solo ellos perciben) gentrificación. Lucía Falcón García no desfallece a la hora de remarcar el importantísimo papel de las administraciones públicas para que el arrabal ovetense disponga de un plan estratégico para desarrollar en él actividades culturales.

Me gustaría que contara cómo encaran los barrios de Oviedo este acercamiento de su población al hecho cultural, algo que tan fundamental parece para revitalizar cualquier ciudad y hacerla más vivible.

Todos somos de barrio, todos somos de alguna parte, tan empantallados y digitalizados perdemos lo más importante, que es lo que ocurre en la esquina. El hecho cultural, por otra parte, es permeable a toda la fauna y flora existente. Panaderas que son voraces en la lectura, mecánicos a los que les gusta el cine y el teatro, ingenieros aficionados a la música, abogados que coleccionan arte. El barrio puede ser el continente pero el contenido es variado como la vida misma. Defender el barrio es defender a tus vecinos, a la gente, no a una multinacional. Beber cañas o vinos o cafés por el barrio es limpiar la mirada y propiciar la comunidad. Nadie es una isla. Mi barrio es mi amanecer. Cuando viajo, quiero barrios, pobres y ricos, porque ahí está la vida desnuda, lo auténtico. Nuestros abuelos jugaban en la calle, nuestros padres se hicieron hombres y mujeres en billares y salas de fiesta, mis contemporáneos vivimos la universidad como un barrio con cafés y copisterías. Yo creo que, en el fondo, salir de ti mismo, es siempre fructífero. Soy de barrio, ellos cambian y nosotros también. La compra masiva por internet convierte a los barrios en cementerios. La cercanía es una vela que hay que mantener encendida.

Se muestra decidida partidaria de que las ramificaciones de la cultura interactúen. Así, juntar una feria de arte con actuaciones musicales, cine y exposiciones de arte contemporáneo –como se hace en Gijón– le resulta un soplo de aire fresco. Con más recursos podrían lograrse mayores retos que abarcaran todo el Principado. Y aquí remarca usted el papel fundamental de los emprendedores culturales a la hora de conseguir que estas fiestas de la cultura tengan publicidad y alcancen la visibilidad.

Dónde obtener esos necesarios recursos y cómo motivar para conseguirlos, ¿será el principal caballo de batalla para levantar eventos culturales de tal magnitud?

Soy breve, creo mucho en las posibilidades de una ley de mecenazgo. Las empresas privadas que invierten en cultura pueden estar explorando otras vías de publicidad. La cultura, por otra parte, siempre prestigia. Todo hecho en Latinoamérica bajo el marbete «economía naranja» son eventos culturales rentabilizados. En España existen numerosos eventos, ARCO por ejemplo, cuyos patrocinadores presumen de rentabilidad y éxito. La cultura es vida como lo es también la empresa. La cultura no es un adorno sino que, por el contrario, genera consumidores de la misma, por tanto riqueza y empleo. Los recursos públicos son igualmente merecedores de aplauso, porque se mantienen con nuestros impuestos y, bien llevados, con conocimiento y sin sectarismo, florecen en multitud de ámbitos. No conozco a nadie que no lo pase bien en un acto cultural. La cultura es esa ventana que te abre otros mundos.

La figura de emprendedor cultural suena fenomenal. Pero: ¿Qué es exactamente un emprendedor cultural? ¿Dónde se forman estos emprendedores y cómo recurrir a ellos?

Un tío que monta una galería de arte es un emprendedor, unos amigos que montan una librería son emprendedores, otros amigos que montan un periódico o revista igual, muchos fans que crean eventos musicales son emprendedores, gente del cine que proyecta películas en salas públicas buscando público cautivo y periodicidad estable o regular, también lo son. ¿Dónde se forman? En sus pasiones. En su vida privada. En la ramificación de sus propias titulaciones superiores. En el conocimiento compartido. En el préstamo público. En la idea privada que regalan a los demás. «Yo me invento pasiones para ejercitarme», dijo Voltaire del Quijote. Hay miles de emprendedores, además, de vida efímera, por falta de riego en la planta. Si hubiese más capital y apoyo publicitario o cualquier otra fórmula los resultados serían más óptimos. Muchas veces, y no quiero ser pesimista, falta la comunicación de la idea. Que emisor y receptor entiendan el proyecto sobre la mesa.

La presencia de su tío Juan Falcón, célebre escultor y cotizado pintor surrealista, por desgracia prematuramente fallecido en 2020, asoma en varias páginas de Todas las calles de mis sueños. Dice Juan: «El cambio de Oviedo comienza por darnos a los jóvenes la alternativa ocasional al público». En otro artículo del libro leemos: «Lo más “in” de las colecciones de un museo o una galería es lo imprevisto, lo que viene de fuera, lo que no se espera».

¿Qué cree que aporta su tío al panorama pictórico asturiano y cuál piensa que ha sido su mejor legado, tanto artístico como de conocimiento?

Mi tío fue underground, fue bohemia, fue un pintor fuera del sistema por voluntad propia, y ello le dio una pátina de frescura y, qué duda cabe, de libertad. Hay gente que apostó por un camino, en éxito y en fracaso, al sol y bajo el chaparrón, ellos son los valientes. A lo mejor mi generación pecamos de teóricos, de titulados, de cerebritos, pero nadie coge un pincel y se pone a trabajar. Algo así decía Ágatha Ruiz de la Prada hace poco, que en las universidades americanas vas tres horas a la semana a clase y aquí cuatro al día, pero que falta el trabajador. Mi tío fue un autodidacta. Un obrero de los colores. Igual nos falta a todos acción, ponernos a ello. No creo, además, que haya formaciones superiores para escritores, pintores o cineastas. Son profesiones muy vivenciales. La vocación va por delante que la teoría, la vida va por delante. ¿Quién enseñó a escribir a Cervantes? Él solo.

En vida Juan Falcón gozó de mucha atención pública (codearse con Goytisolo o con Eduardo Arroyo en París es lo que trae) y se hicieron pormenorizados estudios sobre su obra.

A tres años de su desaparición, ¿considera que su memoria está preservada y que sus cuadros mantienen el mismo interés de cuando los pintaba?

Es muy emotiva esta pregunta. Supone para nosotros, su familia, un momento muy gratificante ver cómo un artista fuera del sistema comienza a entrar en el museo, en las instituciones, de modo lento, constante y serio. Con él vivo igual todo esto no podía ocurrir. Preservar la memoria de los autores honra a todo un pueblo, pienso yo. El interés sobre la obra de mi tío es creciente, la catalogación de la misma supone la mayor aventura, la ilusión y el entusiasmo no decrece. Debemos dar las gracias a todo el mundo, especialmente a todos esos chicos universitarios que ya lo ven como algo propio. Su obra tiene numerosos estratos, niveles, catas. Fue un pintor/pintor en esa hoguera compartida del surrealismo, el cubismo, el fauvismo, las vanguardias, y lo mejorcito del siglo xx. Luego, sí, fue un creador o artista del instinto, no especialmente de la cultura. Su obra es radical e inmediata, dijo algún teórico. Conjugaba épocas de absoluta fiebre con otras de sequía y adicciones varias. Tuvo mucho carisma, muchos mecenas populares, muchos amigos. Jamás quiso morirse: era un volcán. Rezumaba fortaleza, no debilidad.

En Todas las calles de mis sueños varios artículos se ocupan de mostrar realidades aún existentes pero en situación agónica. El comercio de barrio (viejos colmados como La cuchara o Granel esforzándose en mantener el empuje del mercado tradicional); las destructivas y agresivas acciones sobre la naturaleza, siempre sometida a la planificación urbanística, denunciadas por aguerridos grupos ecologistas; las bibliotecas y sus bibliotecarios heroicamente empeñados en su idea de la lectura como camino hacia la libertad, la salud y el conocimiento… son ejemplos que usted expone como realidades en Oviedo y que, evidentemente, resultan extrapolables a cualquier ciudad.

A la dificultad que entraña cualquier cometido laboral, ¿habrá que añadir la madera de héroe para desempeñar actividades como las referidas?

Por supuesto. Muchos héroes de los que me habla son obreros que trabajan para ellos y no para un patrón. No hay horas a la hora de cumplir tus sueños, pienso yo. No hay horas a la hora de convertir en real algo imaginario. El tesón, la constancia, la lucha por un sueño cultural es pura dopamina. Es heroico y, al mismo tiempo, gratificador subir cualquier peldaño de la enorme escalera. Parece mentira, pero hay gente que se crece en el castigo, que no tira la toalla, que saca fuerzas de todas partes, que sigue sin palmadas en la espalda ni abrazos, que lucha por lo suyo. La cultura no es un privilegio sino una manera de estar en el mundo. Los libros, en tiempos de bulos y de confusiones, son tan necesarios como las panaderías. El conocimiento siempre resulta enriquecedor. Una buena exposición de arte te cambia la piel, el coco, te quita las ojeras, te da brillo a los ojos. Eres más feliz. Todo el mundo quiere conquistar horizontes. Son trabajos duros, mal pagados, pero maravillosos.

En su programa como ex concejala del Grupo Municipal Socialista de Oviedo, ocupándose de los asuntos culturales, propuso usted dar protagonismo a lo «Glocal» (mezcla de cultura local y universal), que las artes interactuaran e incidir en la sustancialidad de las raíces («se puede no saber adónde vas pero no de dónde vienes»).

Son objetivos sugerentes y ambiciosos. ¿Qué puede contar a los lectores de TODO LITERATURA sobre su experiencia a la hora de llevarlos a la práctica desde las procelosas aguas de la política?

La política es el arte de hacer las cosas reales. Por un lado, obedece a una ideología, en mi caso socialista, muy preocupada por la igualdad social y de oportunidades, muy centrada en el débil, muy progresista en los aspectos morales a la hora de avanzar hacia unas mínimas cotas de felicidad para todos. Por otro, no es fácil, porque hay mucho sordo y ciego y mudo, gente que rechaza cuanto ignora, gente que debido a su egocentrismo no tiene empatía hacia lo común, y abiertamente opositores, gente que ve lo cultural para vagos o raros, siempre como una extraña amenaza a su vida, asunto ridícula. La política, bien llevada, te permite defender a bibliotecarios, artistas, creadores, emprendedores y el tejido cultural de tu ciudad, de tu sitio, de tu lugar. Debe ser reivindicativa, hay que estar pidiendo siempre, y transversal, en la vorágine social tan cambiante. Debe derribar prejuicios, los que sabemos que tenemos, y los que no, quizás los más peligrosos. Debe limpiar los cristales de la democracia. Debe ser universal. Accesible a todo el mundo. Pero yo me metí en política para hacer las cosas reales. No para imaginar nada. Hacerlo posible, cercano, meritorio, exitoso. El mal de la política son los mediocres.

Sacar a la cultura de su saturación de ruidos y de tanta irreflexión crítica favorecida por las redes sociales es otra de sus preocupaciones a la que se incorpora la necesidad imperiosa de formar e informar para que el ciudadano salga de su «lugar pequeño» y acceda a la universalidad que ofrece la cultura; una cultura que cada vez debe resultar más accesible, ser altavoz de desigualdades e injusticias, y que apoye decididamente al progreso.

Nadie que lea esto estará en desacuerdo. Pero sus ganas de cambiar el estado de las cosas, favorecidas por su formación universitaria y una larga, a pesar de su juventud, experiencia en este campo, hará a unos cuantos lectores de esta entrevista enarcar sus cejas y decirse: «Otra idealista…».

¿Cómo es el trabajo diario de Lucía Falcón para tratar que la cultura recupere un terreno que, por desgracia, parece irremisiblemente perdido?

Mi trabajo diario es no tirar la toalla. Creo en aquello que hago e intento hacerlo posible. El asociacionismo me parece una gran herramienta, juntarnos para hacer cosas, escuchar al otro, puestas en común de objetivos y metas. Nadie es una isla, como le decía antes. Una cultura de todos y para todos, sin pereza por ir a los sitios, sin pereza por leer o ver cosas que no tienen nada que ver con tu vida, sin pereza por caminar por los organismos vivos y mutantes que son las ciudades. Una forma de estar es no encerrarte. No creo en las torres de marfil ni en los secuestros públicos o burbujas placenteras. Creo en bajar al ágora, a la calle, al andamio. Creo en hacer cosas entre todos. Si te paras a pensarlo la cultura siempre fue política. Queremos otra vida que la cultura imagina y la política hace real. Mis bajadas y mis caídas y mis desánimos me los curo con otros objetivos, con doble ración de lo mismo, con más ganas. La pandemia nos enseñó a que no es posible la vida fuera del ecosistema cultural de libros, películas, música y arte. Fue un punto de inflexión. Los empobrecimientos siempre son malos. Me gusta vivir despierta y atenta.

En un artículo de su libro encontramos esta cita del escritor y crítico Diego Medrano: «La literatura está en el adjetivo y el periodismo en el verbo. La velocidad en el segundo, la belleza de las palabras en el primero».

Con Todas las calles de mis sueños ha conseguido usted un libro ciertamente dinámico además de entretenido. Ha logrado que los propios ovetenses (re)descubran su ciudad y, sobre todo, que el resto de los españoles tengamos noticia de Oviedo, otra joya escondida –para tantos, me temo, entre los que me incluyo– de nuestra inagotable geografía.

¿Continúa escribiendo Lucía Falcón García para EL COMERCIO? Al final de este libro anuncia que volverá… ¿Cuál sería la temática de una futura compilación suya de artículos periodísticos? ¿Se plantea dar descanso al verbo raudo y probar con las bellas palabras de la literatura?

No continúo escribiendo en EL COMERCIO pero son muy amigos y en cualquier momento estoy dispuesta a la vuelta. Me apena la muerte de su último director, que fue amigo nuestro y un gran profesional. La prensa de proximidad es otro voluntariado, cuentas una vida pequeña y propicias unas sonrisas grandes. No me he planteado, por tanto, futuras temáticas, pero creo en lo nuevo antes que en lo bueno, quiero decir que están pasando muchas cosas nuevas en el mundo que lo van a hacer muy bonito. Respecto a la literatura, yo no soy escritora, tengo mucho respeto por los escritores y no me llama tanto la ficción como el ensayo, como lo que ya le digo, lo nuevo que está pasando por ahí y muchas veces no sabemos, sea la esquina de tu calle o Silicon Valley. Empecé a escribir como un juego, debido al cambio político en mi ciudad, otro despertar social muy ilusionante, y me gusta mucho leer periódicos. Estos artículos tuvieron muchos lectores. Me divertí haciéndolos. Amigos extranjeros me mandaban noticias sobre lo que ocurría en sus ciudades y yo lo recogía como agua del suelo. Creo que, en el debate cultural y político, falta un tercer estrato, que es el ciudadano. Alguien que aporta su pequeño granito a la comunidad. Tejer red, de personas e iniciativas, es un desafío.

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