Paralelamente a su desempeño laboral en el ámbito de las leyes, el escritor alicantino Juan Carlos Lozano Felices (Elche, 1963) ha venido desplegando una interesante trayectoria como poeta –bien lo avalan sus obras Soliloquio del auriga (2013), El nadador del crepúsculo (2015), Naturalmente, amarte (2019) y Memoria de lo infinito (2020)- y, de manera complementaria, una generosa dedicación a la crítica de libros, y también a la difusión musical. En este sentido, la aparición del sobresaliente volumen ensayístico titulado "Proyecto Mosaicum" supone, sin ningún género de duda, un antes y un después en su trabajo como musicógrafo, al extremo de convertirle en uno de los nombres cuyos logros habrán de ser seguidos, necesaria y venturosamente, en los tiempos venideros.
Proyecto Mosaicum tiene un curioso y, a la vez, lógico origen: los artículos o pequeños ensayos que, respondiendo a un espíritu de divulgación musical tan heterogéneo como reconociblemente característico, el autor fue viendo publicados en Internet, la red de redes. Así, el libro se nutre de cuarenta de aquellos textos, revisados a fondo y “con no poco material añadido”, en palabras del propio Lozano Felices; todo ello –cuarenta capítulos ahora, cuarenta teselas de un mosaico indiscutiblemente exuberante- bajo el prisma de una nueva ordenación que, sin embargo, no abandona en minuto alguno la filosofía plural de la mirada carente de prejuicios en torno al arte del sonido.
El resultado es una obra verdaderamente atractiva, y en muchos tramos incluso apasionante, donde Tomás Luis de Victoria, Johann Sebastian Bach, Henry Purcell, Franz Schubert, Richard Wagner, Richard Strauss, Gustav Mahler, Herbert von Karajan, Glenn Gould, Christa Ludwig o Kathleen Ferrier conviven con el Festival de Benidorm, Joan Manuel Serrat, los himnos de la transición española a la democracia o la música de la Revolución de los Claveles –y atención a los espléndidos capítulos titulados “Algunos casos de ornitología musical” y “España, capital Buenos Aires” (sobre la presencia en nuestro país de la música popular urbana de origen argentino)-. De esta manera, y en palabras nuevamente del autor, la obra permite ir siguiendo “la trama discontinua de un mosaico hecho de teselas de diferentes materiales”. Y es que conviene no olvidar que, etimológicamente, mosaico y música provienen de un hontanar idéntico, el del latín musae, del que también se deriva la palabra museo, “en origen un templo consagrado a las nueve musas, que eran divinidades menores inspiradoras de las artes, bajo la égida de Apolo.”
Con la habilidad de estructurar en diversos epígrafes los capítulos o teselas que mejor pueden prestarse a tal segmentación, con un estilo en cuya forja la sencillez y la agilidad no se hallan en absoluto enemistadas ni con el rigor ni con la exposición ponderadamente enardecida, y con el viento en popa de esa corriente ensayística actual que felizmente permite un enfoque apriorístico de menor rigidez respecto a los contenidos susceptibles de desarrollo en una obra concreta, Juan Carlos Lozano Felices acierta a encontrar, en cada lance propiciado por la escritura, los ángulos precisos para articular su discurso con la sintonía acorde a cada reto. Y, además, sin perder nunca la perspectiva de que, en el arte del sonido, la llamada “música clásica” –“música exacta”, al decir de Leonard Bernstein- ha de llevar siempre la voz principal, por la mayor ambición de su lenguaje, pero sin olvidar conquistas inequívocas –a caballo entre lo estético y lo rabiosamente histórico- que hayan podido trascender desde otro tipo de esferas. Estamos, pues, ante un auténtico festín de música y de músicos, de compositores e intérpretes, de realidades poliédricas y de puentes tendidos entre arte y sociedad.
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