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San Juan en el desierto
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San Juan en el desierto

Conceptuando el arte

Por Eduardo Zeind Palafox
sábado 31 de octubre de 2015, 09:55h

Solemos creer que la literatura es algo libre, algo que nace lo quiera o no el artista en que tiene lugar. Lo libre, según nuestra razón, es algo “en sí”, es decir, algo que no es causado o que se causa a sí mismo. Pero nuestra razón, que nunca se conforma con lo que le presentan los sentidos, busca los orígenes del arte, y halla, o cree hallar, fuerzas que lo provocan. El salto de lo físico a lo abstracto, ciertamente, es un salto literario.

Hay una gran diferencia entre la vida del hombre común y corriente, superficial, y la vida del artista, de las honduras. El hombre de la calle, de pobres aspiraciones, harto común, se satisface con lo “suficiente”, mientras que el poeta busca lo “determinante”. El hombre común primero afana comer y después dedicarse a la escritura, digamos, mientras que el poeta antes quiere escribir que comer. El poeta ve en las letras una causa y en la comida un efecto, y el hombre común ve el orden contrario. La razón que el artista tiene para vivir es abstracta, intangible, y la del común es tangible.

La belleza, que es alto concepto, color de la idea del sumo bien, guía al artista. Al común, en cambio, lo guía la idea del bien. Para el poeta de fuste, por ejemplo, es posible lo bello sin el bien, mas para el común sin bien no hay belleza. El arte ramplón, así las cosas, depende de sentimientos humanos. El gran arte, contrariamente, depende de sentimientos divinos.

Filósofos importantes y poetas perdurables creen en un ser primigenio, en la “unidad”, y meditadores de bagatelas y remedadores de razonadores creen en la “diversidad”, en la fragmentación del universo. Podríamos decir que el arte de los primeros es monoteísta y que el de los segundos es politeísta. Muchas son las diferencias entre unos y otros, pero la principal es que los primeros quieren plasmar sentimientos que encarnan en cosas y los segundos cosas que inspiren sentimientos.

El método, a palabras de Kant, que el hombre común sigue para crear obras de arte, es el “físico-teológico”, que parte de cosas concretas, y el del poeta grande, en cambio, es el “ontológico”, que parte de conceptos. Éste, entonces, encuentra, y aquél crea. Encontrar es labor de curiosos impertinentes, recordando a Cervantes, y crear labor de estadistas. El curioso goza describiendo lo que otros han hecho y el estadista tocando la realidad para hacer otra. Así se explica, tal vez, la nostalgia que las pinturas de los maestros nos provocan, y también la desagradable sorpresa que el arte contemporáneo nos causa.

Todo arte nuevo, si cabe llamarle “arte” a lo que no hace resurgir lo más valioso del inconstante humano, para embozar su novedad nos hace creer que lo accidental es necesario. El gran arte, en parangón, nos hace pensar que algunas substancias, aunque sufran las opiniones humanas, sobrevivirán a cualquier moda o filosofía.

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