Gran parte de la producción narrativa de Juan José Saer ha estado bajo la advocación y acicateada por el estímulo de la estética del Nouveau Roman (o “nueva novela”, o “escuela de la mirada”, u “objetivismo”: esta última clasificación, la más discutible e imprecisa de todas), la última y más significativa vanguardia literaria de la post-guerra, que tuvo su origen en Francia, abrevó en el venero de la dramaturgia de Samuel Beckett y se constituyó en una de las tantas respuestas a una de las tantas crisis que cíclicamente sufre eso que, a falta de mejor nombre, se conoce como “realismo” (término no menos impreciso que “objetivismo” y que se tambalea sobre sus endebles cimientos ante una pregunta que no puede dejar de formularse: ¿qué se entiendo por “realidad”?, concepto que, como bien enuncia Vladimir Nabokov en el epílogo de Lolita, sólo puede ser esgrimido cuando está encerrado entre sus correspondientes y necesarias comillas).