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artículo literario

13/10/2020@16:00:00

La buena literatura encuentra su acomodo no solo en ediciones lujosas. También en aquellas otras que siendo populares y asequibles por su precio a costa de la calidad en la impresión, no regateaban en la de su contenido.

Hace ahora 40 años la editorial italiana Bompiani publicó una de esas novelas llamadas a convertirse pronto en un clásico y entrar por derecho propio en la historia de la literatura universal, ‘El nombre de la rosa’ del escritor piamontés Umberto Eco.

1920 fue, nataliciamente hablando, un año clave para la ciencia ficción. Tres escritores fundamentales para el género: Isaac Asimov, Ray Bradbury y Frank Herbert vinieron del espacio a la Tierra. Los tres compartieron una infancia y una adolescencia heridas por la Gran Depresión, una juventud interrumpida por la Segunda Guerra Mundial y una madurez tensada por la Guerra Fría.

Huyendo del vergonzoso guirigay político que se ha levantado por adueñarse de Madrid, en mitad de esta infección donde boquea el país entero, reparé en una singular gacetilla que informaba de que el gobierno británico estudia, tras el aluvión de inmigrantes que han arribado a sus costas durante estos últimos meses, hacinarlos en la remotísima isla de Ascensión.

Hablar de La India, es hacerlo de sus gentes y de sus muchas ceremonias. Entrar por Nueva Delhi y salir por Chennai, antigua Madras es hacerlo y ver como nuestros sentidos cambian por completo. Ir en sus autobuses, en sus trenes, subir y bajar es encontrarse en cada esquina con un mundo totalmente diferente al nuestro. Algo que tan solo con nuestros ojos podemos observar. ¿Hay miseria en un país con más de mil millones de habitantes?, ¿o esta emergiendo un país que tiene como principal competidor a otro gran coloso que es China? Depende de lo que cada uno entienda... Por que también nos podemos preguntar: ¿si a nivel tecnológico y en un mundo globalizado, La India de hoy se encuentra por encima de muchos países denominados avanzados? Un país en donde la tradición y la modernidad se juntan y son capaces de convivir juntos.

Este verano –ya lo he contado en alguna parte- he leído por fin “Serotonina” de Houellebecq. Siempre que puedo, evito hacer algo al mismo tiempo o en el mismo lugar que todo el mundo, ya sea leer una novela o cantar “Resistiré”, de ahí la demora. Y ese mismo escrúpulo antigregario ha complicado mucho mi fallida intentona de convertirme en un escritor destacado en este país en el que nadie lee pero todo el mundo publica, o lo hacían antes de la COVID. Pero ya llegaremos a eso.

Hay veces en las que, después de terminar una novela, no sabemos en qué nueva aventura literaria sumergirnos y, simplemente, optamos por acudir a las últimas novedades del mercado editorial aunque no hayamos leído muchas de las obras más importantes del s. XX. Por este motivo, hemos elegido a tres grandes literatos del s. XX cuyas obras destacan por ser capaces de cautivar a cualquier lector y que no suelen leerse todo lo a menudo que deberíamos.

La segunda serie en orden cronológico fue impresa en 1902 y se trata de una colección de 20 tarjetas postales editada por Hauser y Menet, que reproducen escenas de la primera parte del Quijote, dibujadas por García Sampedro, acompañadas de un breve párrafo alusivo al pasaje correspondiente de la novela de Miguel de Cervantes.

Cuentan que es difícil situar el nacimiento de Jean Klein, donde vivió o que fue de su vida. En ocasiones son muchas las personas que dejan pasar el tiempo y no dan importancia a esos lugares o acciones que han realizado. Raimon Panikkar teólogo y filósofo escribió en su momento «Una invitación a la sabiduría».

En la vida de María Moliner merece especial mención la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876, y su prolongación: la Escuela Cossío de Valencia, creada en Octubre de 1930, hace ahora 90 años.

Tirar del hilo es la póstuma y más reciente novela del autor siciliano. El comisario Salvo Montalbano nació en 1994 con La forma del agua. El primero de otros más de treinta títulos que lo inmortalizan como personaje literario contemporáneo.

Siempre me apenó su postergación por la natural balumba de títulos que, cada temporada, exigían desde los suplementos literarios su inmediata presencia en los escaparates y en los expositores más distinguidos de las librerías.

On Twitter there are hundreds of comedian memes, and seeing them constantly habituates the masses to the apodeictic, that is, to what is recognized in the distance (“apodeictic”, from Greek “apodeiktikos”, from “apo”, far, and “deik”, to show). On YouTube there are hundreds of bricolage instructors, and seeing them constantly accustom the masses not to conceiving (from Latin “complexus”, a scientific notion today), but to assembling (factory notion) concepts.

Recordando a la superagente Balcells en el quinto aniversario de su muerte

En una entrevista de hace casi tres lustros, la agente literaria Carmen Balcells (Santa Fe, Lérida, 9 de Agosto de 1930 - Barcelona, 20 de Septiembre de 2015) aseguraba que la vida se renovaba para ella cada uno de octubre. “Una costumbre colegial”(…)“Es un tiempo en que se vuelve a poner todo en orden” (la cursiva es mía). Exagerada como era -según descripción de su nieta, Laura Palomares Güells- puede que escogiera morirse antes de esa fecha simbólica para no renovar nada que no pudiera o no deseara concluir. No le gustaba dejar tareas a la mitad y horas antes de abandonar el mundo, mantuvo con Miquel Palomares -su hijo- una conversación exhaustiva sobre el estado de su hacienda; una causalidad que podría haber novelado García Márquez y que causó que Palomares se situara al frente de la nave que ni él ni su madre imaginaron que gobernaría. “Sí, me encontré, de un día para otro, en la empresa que nunca pensé comandar”. Le acompañan, desde entonces, rostros de siempre y algunos nuevos, como el de Laura en el departamento de derechos de traducción.

Las primeras tarjetas postales vieron la luz en la ciudad de Viena en 1869 y posteriormente llegaron a España hacia finales del año 1873. En un primer momento se trataba de enteros postales (es decir, una tarjeta de cartulina con un sello ya impreso de la Dirección General de Correos) y no llevaban dibujos ni imágenes.