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artículo literario

08/06/2020@17:00:00
Es verdad que si yo fuera Dios lo hubiera hecho todo de otra manera. Como creyente irredenta que soy, la hipotética responsabilidad de Dios es un tema que me apasiona, pero no quedan muchos interlocutores válidos para dilucidar este tipo de cuestiones. La única persona con la que podía especular y desbarrar sin complejos era Jorge Oteiza. Solíamos coincidir en lo fundamental, aunque en la discrepancia las batallas dialécticas podían ser a muerte.

Dos crónicas y una efeméride literaria han, levemente, sacado del aturdimiento a los escasos seguidores de eventos retóricos en la Colombia del coronavirus.

No existe un imán con más poder de atracción que la palabra “SEXO”. NI más sugerente, excitante, misterioso, prohibido y clandestino. De hecho, está considerado el reclamo más eficaz para el título de cualquier artículo, ensayo, novela, película o canción. Dicen que la jodienda no tiene enmienda y debe ser cierto. Algo parecido a “Información vaginal, éxito garantizado”, como diría Lola Delgado, flamante Fiscal General del Estado, espiada por el agente Villarejo 007.

Por Luis Miguel Román Alhambra

El confinamiento es la mejor manera de combatir eficazmente la pandemia del COVID-19. Esta medida de aislamiento social, que parece novedosa o fruto de la imaginación de políticos iluminados por el conocimiento médico, no es nueva.

Hipatia de Alejandría es una de esas mujeres que han sido olvidadas por la historia. Tanto es así que lo que sabemos de ella puede recogerse en unos cuantos folios. No obstante, en el mundo anglosajón y, en general en la Europa que rompió con Roma a partir del siglo XVI su figura, al menos en los círculos académicos, era mucho más conocida que en el mundo católico, donde interesadamente se le había cubierto con un manto de silencio.

Ahora, que desgraciadamente la COVID-19 ha puesto de plena actualidad el problema de la salud pública, es un buen momento para repasar, de la mano de sus hospitales, cómo ha evolucionado la historia asistencial de Alcázar de San Juan.

El dandi sanguinario que encarnaba Jack Nicholson. El agente del caos con sus ojos hervidos en cráteres de khol al que dio vida Heath Ledger. O, finalmente, el Joker de piel cadavérica y sonrisa acuchillada que ha llevado a Joaquin Phoenix al Olimpo del séptimo arte. ¿Hijos del siglo? Sí, pero del XIX. Todos ellos emergen de dos tinteros magistrales. Víctor Hugo y Alejandro Dumas fueron sus padres putativos. Hasta que Francis Bacon, ya en el XX, lo incorporó a su galería de los horrores contemporáneos.

Procuraré no ser tan pedante y narcisista como un escritor al uso. No te escandalices, todos los escritores lo somos, además de competitivos, envidiosos y dispuestos a cualquier aberración con tal de mejorar las ventas de los bodrios que parimos. Y el que diga lo contrario miente. Es verdad que siempre ha habido clases. No es lo mismo Jane Austen, Nabokov o Graham Greene, que J. K. Rowling, Dan Brown, o E. L. James y sus infumables “cincuenta sombras”.

La idea de convertirse en escritor -en buen y famoso escritor- debe antojársele a cualquiera una meta difícil, especialmente si se ha fracasado en los estudios. Sin embargo, a Thomas Mann, incapaz de concluir el bachillerato, le fue en ese sentido de fábula (infinitamente mejor que a su hermano, el también escritor, Heinrich Mann), hasta el punto de que su primera novela -Los Buddenbrook. Decadencia de una familia- alcanzó un éxito editorial tan notorio, que veintiocho años más tarde le concedieron el Nobel de literatura, básicamente por esta ópera prima. Lo cierto es que ni La muerte en Venecia (1913) ni La Montaña Mágica (1924), ni Tonio Kröger (1903), su composición más querida (se refería así a sus obras), ni ninguna otra, fueron mencionadas en la ceremonia de Estocolmo de 1929. Hay quien a eso lo llama “llegar y besar el santo”. Ignoro qué nombre le otorgó Heinrich, que siendo quien inició a Thomas en la escritura, tuvo que soportar que dijera de sus libros que eran tan malos que provocan un odio apasionado.

En un mundo globalizado como el nuestro en pocas ocasiones nos encontramos con personajes de la talla de nuestro protagonista un verdadero entusiasta del conocimiento y del estudio y un enamorado de la Pedagogía. Al profesor Antonio Piñero (Chípiona, Cádiz, 1941) se le puede leer en las distintas páginas digitales o en las diversas conferencias que ofrece a lo largo de nuestra geografía. Comenzó con un blog en Periodista Digital y han pasado ya diez años...

Desde su entrada en París un 18 de Brumario hasta su muerte en Santa Helena, la figura de Napoleón ha provocado un verdadero frenesí exegético. A tanto ha llegado la hagiografía del Gran Corso, que incluso ciertos esotéricos han llegado a postular que nunca existió, que más que un hombre fue un mito solar, un deslumbramiento.

Hay infinidad de causas que merecerían una segunda lectura, pero no voy a ser yo la imbécil que se rompa los cuernos con disquisiciones prolijas y abstractas que no llevan a ningún sitio. Salvo que me sienta concernida, como en este caso. Hablábamos hace una semana de “Best sellers como churros” y tengo una interesante precisión qué aportar. No pienses que voy a matizar o suprimir ningún detalle de mi argumentario. Al contrario, añadiré un concepto sorprendente con una cierta carga de profundidad metafísica.

A la escritora Concha Espina (Santander 1869-1955 Madrid), su esposo -Ramón de la Serna- le hizo trizas el borrador de una obra. Era 1909 y acababa de publicar con aceptación de crítica y publico una novela brillante titulada La Nina de Luzmela. A él le disgustaba su éxito en las letras, a pesar de que los beneficios de los libros de su mujer engordaban la maltrecha economía de la familia. Debieron ser aquellas cuartillas rotas la gota que colmó el vaso, porque Ramón partió a México a ocupar el empleo que ella le había conseguido, y ella -acompañada de los cuatro hijos de ambos- se trasladó de Santander a Madrid. Pretendía vivir de la literatura.

Según síntomas, durante una larga temporada, no vamos a poder viajar. Por tanto seguiremos condenados, con máscara de cirujano incluida, a nuestro paseo hasta el estanco de la esquina o hasta el colmado del barrio, que si presentan cola a la puerta propiciarán una pasajera y morigeradora tertulia; y ya como acontecimientos extraordinarios, una visita al médico o al ayuntamiento para resolver un papel de la contribución, y en el colmo de las excepciones y bajo un sigilo de furtivo, aprovecharemos la invitación de unos amigos a su casa de campo o a su estrechito apartamento con vistas al mar.

Sus adeptos rendían culto a Isis, a Buda, a Cristo. También a Lucifer. Sin embargo, les acompañarán personajes como Gandhi, Yeats o Edison. Entre persecuciones y escándalos, la Sociedad Teosófica fundada por Madame Blavatsky, además de una Nueva Espiritualidad, anticipa el Feminismo, el Ecologismo, la New Age. ¿Hasta un salvator mundi como Krishnamurti?