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Edvardo Zeind Palafox

30/05/2015@07:14:04

Aprendió Sor Juana, para agrandar su visión del cosmos, latín, la filosofía de Aristóteles, la hermética, la neoplatónica, la cartesiana y la de Santo Tomás de Aquino. Le abrió el latín quince siglos de disquisiciones quisquillosas, eruditas y profundas, lo cual aguzó su sensorio. Aristóteles puso orden a sus pensamientos, siempre movidos por las pasiones. La hermética, tan cercana a lo esotérico, multiplicó su credulidad, postura intelectual necesaria para la poesía. El neoplatonismo, que es mística y teología, la avezó a la reflexión constante y alta, a la que pocos resisten sin desorientarse. Descartes, que con sus yerros sobre la substancia inauguró el solipsismo, le dio términos suficientes para metodizar cualquier ciencia. Y el Aquinate, merced a sus lucubraciones escolásticas, le enseñó a discernir las esencias, desde las divinas hasta las terrenales. Tal fue la torrentosa educación que Sor Juana, a fuer de tesón, se regaló.

¿Es, por ventura, el Don Quijote sólo una bufonada?
Hernnan Cohen


Meter en un discurso hipérboles y expresiones literarias delata confusión ideológica, y prueba de ello son las siguientes palabras de ella: “el verdadero amor no se divide”. La palabra “amor” representa un concepto sin objeto. El amor no es material, no es ni divisible ni indivisible. El amor, lógicamente, no tiene grados: se ama o no se ama. El amor, por no ser materia, no tiene durabilidad, ni causas perceptibles, ni puede mezclarse con otros sentimientos, pues haciéndolo sería otra cosa, pero no amor. “El amor, un encuentro de dos salivas. Todos los sentimientos extraen su absoluto de la miseria de las glándulas. No hay nobleza sino en la negación de la existencia, en una sonrisa que domina paisajes aniquilados”, ha dicho Ciorán.


Hojeando la magnífica revista “Letras Libres”, portentoso índice de restaurantes, aburguesadas biografías y bibliotecas, me topé con un artículo del académico Christopher Domínguez Michael que trata de la muerte del bardo Yeats, texto minucioso que ostenta la erudición del más alto guía turístico y que me movió a ponderar e inquirir las razones que hacen que los literatos piensen que poseen la rara habilidad de leer lo que otros no pueden leer.

¿Es, por ventura, el Don Quijote sólo una bufonada?
Hernnan Cohen

El discurso de la pastora Marcela (Quijote, 1, XIV), por ser parte de una de las obras más altas de la literatura española y universal, ha sido canonizado, excesivamente barajado, y por ende tiene que ser sometido a una minuciosa crítica. En una época como la nuestra, heredera del criticismo de Kant y gustosa de fascismos, imperialismos, dictaduras y atropellos en nombre de la palabra, es oneroso leer una obra de arte sin que contemos con una visión pertrechada con teorías filosóficas capaces de poner en claro cualquier ideología (metafísica conceptuada). La pastora Marcela, como cualquier persona que habla en público, como cualquier retórico, emitió su discurso ignorando la ideología para la que trabajaba.