www.todoliteratura.es

Nuestro poema de cada día
Vicente Aleixandre
Ampliar
Vicente Aleixandre

Vicente Aleixandre: De la tuberculosis a la poesía, un viaje transformador

Aunque su infancia transcurrió en Málaga, Vicente Aleixandre vivió en Madrid -que fue su lugar habitual de residencia- desde 1909. En 1925, una grave dolencia -tuberculosis renal que traería como consecuencia, en 1932, la extirpación de un riñón- le aleja de cualquier actividad profesional o social y le fuerza a llevar una vida de reposo y cuidados clínicos que favorecerá su dedicación por entero a la poesía, al convertir el placer de escribir en auténtica necesidad.
Sombras del paraiso
Sombras del paraiso

Nacimiento del amor

¿Cómo nació el amor? Fue ya en otoño.

Maduro el mundo,

no te aguardaba ya. Llegaste alegre,

ligeramente rubia, resbalando en lo blando

del tiempo. Y te miré. ¡Qué hermosa

me pareciste aún, sonriente, vívida,

frente a la luna aún niña, prematura en la tarde,

sin luz, graciosa en aires dorados; como tú,

que llegabas sobre el azul, sin beso,

pero con dientes claros, con impaciente amor!

Te miré. La tristeza

se encogía a lo lejos, llena de paños largos,

como un poniente graso que sus ondas retira.

Casi una lluvia fina -¡el cielo azul!- mojaba tu frente nueva. ¡Amante, amante era el destino

de la luz! Tan dorada te miré que los soles

apenas se atrevían a insistir, a encenderse

por ti, de ti, a darte siempre

su pasión luminosa, ronda tierna

de soles que giraban en torno a ti, astro dulce,

en torno a un cuerpo casi transparente, gozoso

que empapa luces húmedas, finales, de la tarde,

y vierte, todavía matinal, sus auroras.

Eras tú, amor, destino, final amor luciente,

nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso.

Pero no. Tú asomaste. ¿Eras ave, eras cuerpo,

alma sólo? Ah, tu carne traslúcida

besaba como dos alas tibias,

como el aire que mueve un pecho respirando,

y sentí tus palabras, tu perfume,

y en el alma profunda, clarividente

diste fondo. Calado de ti hasta el tuétano de la luz,

sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste.

En mi alma nacía el día. Brillando

estaba de ti, tu alma en mi estaba.

Sentí dentro, en mi boca, el sabor a la aurora.

Mis sentidos dieron su dorada verdad. Sentí a los pájaros

en mi frente piar, ensordeciendo

mi corazón. Miré por dentro

los ramos, las cañadas luminosas, las alas variantes,

y un vuelo de plumajes de color, de encendidos

presentes me embriagó, mientras todo mi ser a un mediodía,

raudo, loco, creciente se incendiaba

y mi sangre ruidosa se despeñaba en gozos

de amor, de luz, de plenitud, de espuma.

Vicente Aleixandre: Sombra del paraíso. Madrid, Adán, 1944.
[Edición de referencia: Madrid, Editorial Castalia Ediciones, 1976.
Colección Clásicos Castalia, núm. 71. Edición de Leopoldo de Luis].

Vicente Aleixandre obtuvo el Premio Nacional de Literatura con La destrucción o el amor en 1933, uno de los más hermosos libros de toda la poesía surrealista, que confirmó a Aleixandre como un maestro de la poesía contemporánea. En 1949 es elegido miembro de la Real Academia Española. Con la obra Poemas de la consumación (1968) logró el Premio Nacional de la Crítica. En 1977 recibe el Premio Nobel de Literatura.

Como otros poetas de su Generación, Aleixandre niega la existencia de un lenguaje poético por sí mismo: “No hay palabras feas o bonitas en la poesía; no hay más que palabras vivas y palabras muertas”. Y su continua preocupación será situar cada palabra -bonita o fea- allí donde aparezca como necesaria: “Toda palabra es poética si necesaria, quiero decir imantada en el acto de la creación fiel. Dentro del poema, cuando (sea) justa, ¡cómo brillará con la luz inconfundible de la creación!” Para Aleixandre, la poesía, más que belleza, es comunicación: “En todas las etapas de su existir -escribe-, el poeta se ha hallado convicto de que la poesía no es cuestión de fealdad o hermosura, sino de mudez o comunicación. A través de la poesía pasa prístino el latido vital que la ha hecho posible, y en este poder de transmisión quizá esté el único secreto de la poesía, que cada vez lo he ido sintiendo más firmemente: no consiste tanto en ofrecer belleza, cuanto en alcanzar propagación, comunicación profunda del alma de los hombres”. No es extraño, por tanto, que Aleixandre haya llegado a formular esta definición del poeta: “una conciencia puesta en pie, hasta el fin”.

La lengua poética de Aleixandre se caracteriza por su riqueza verbal, que se manifiesta a través de grandiosas metáforas -sólo Pablo Neruda puede comparársele en la creación de imágenes cósmicas-. El verso libre amplio -dramático unas veces, reposado otras, pero siempre majestuoso- es el cauce predilecto del poeta. Juzgada en conjunto su obra poética, el lector no sabe qué admirar más: si la plenitud del lenguaje poético o la inmensa entereza humana del poeta.

Aleixandre manifestó, en cierta ocasión, que aspiraba a merecer este juicio (que hemos de despojar de las expresiones atenuadoras, producto de un exquisito pudor): “En su tiempo no quedó del todo al margen de la corriente viva de la poesía: había enlazado con un ayer y no había sido materia interruptora para el mañana”. Desde luego, Aleixandre ha logrado no sólo que sus aspiraciones se hayan visto colmadas -pues por su indiscutible calidad humana ha ejercido una influencia considerable sobre las nuevas generaciones poéticas que, al término de la Guerra Civil, buscaban orientación-, sino también que se le considere, además de como una de las mayores figuras de la Generación del 27, como uno de nuestros grandes poetas.

La producción poética de Vicente Aleixandre es muy extensa. Conveniencias críticas han llevado a distinguir dos claras etapas en su obra. La primera comprende un largo periodo que va desde Ámbito (obra publicada en el año veintiocho en la malagueña revista “Litoral”) hasta Nacimiento último (Madrid, Ínsula, 1953); la segunda se abre con Historia del corazón (Madrid, Espasa-Calpe, 1954) y se prolonga hasta el final de su vida -Diálogos del conocimiento (Barcelona, Plaza & Janés, 1974) es uno de sus últimos libros-; pues, según Aleixandre, “el poeta sólo muere cuando muere el hombre; y entonces vive, para siempre, su poesía”. El propio Aleixandre, a propósito de la índole de los contenidos de su obra, afirma: “En la primera parte de mi trabajo, yo veía al poeta en pie sobre la tierra, como expresión telúrica de las fuerzas que le crecían desde sus plantas [...]. En la segunda parte de mi labor, yo he visto al poeta como expresión de la difícil vida humana, de su quehacer valiente y doloroso”. Así pues, la propia Naturaleza y el vivir humano son, respectivamente, los protagonistas de una y otra etapa de la obra poética de Aleixandre.

Aleixandre se da a conocer como poeta con Ámbito (1928), libro al que siguen Pasión de la tierra ( conjunto de poemas en prosa escritos entre 1928 y 1929, y cuya edición completa y primera española apareció en 1946, en la Colección Adonais); Espadas como labios, escrito entre 1930 y 1931 (Madrid, Espasa-Calpe, 1932), La destrucción o el amor (Madrid, Signo, 1935), Sombra del paraíso (Madrid, Adán, 1944) -libro al que pertenece el poema que hemos seleccionado para su comentario-, Mundo a solas (Madrid, Clan, 1950; libro escrito entre 1934 y 1936, y cuyo tema central es el desamor), y Nacimiento Último (Madrid, Ínsula, 1953) libro con el que concluye la primera etapa de la obra poética de Aleixandre. La segunda etapa de su obra se inicia en 1945, año en el que el poeta comienza la composición de Historia del corazón, que verá la luz en 1954 (Madrid, Espasa-Calpe). Con esta obra, Aleixandre emprende una radical renovación temática y estilística, en esa línea de profunda humanidad que compartirán otros libros posteriores: En un vasto dominio (Madrid, Revista de Occidente, 1962), Retratos con nombre (Barcelona, El Bardo, 1965), Poemas de la consumación (Barcelona, Plaza & Janés, 1968) y Diálogos del conocimiento (Barcelona, Plaza & Janés, 1974). A los libros poéticos hay que añadir uno en prosa: Los encuentros (Madrid, Guadarrama, 1958), colección se semblanzas de escritores muy apreciados por Aleixandre.

**********

En cuanto a Sombra del paraíso, podemos considerarlo el libro cumbre de la poesía surrealista española, escrito entre 1939 y 1943, y con el que el lenguaje de Aleixandre alcanza las más altas cimas poéticas. Muchos de los 52 poemas de la obra -sin rima, y con predominio, en más de un 80 % del versículo aleixandrino sin uniformidad silábica- tienen como marco geográfico los paisajes del Mediterráneo andaluz. El propio autor ha comentado que Sombra del paraíso “intenta ser un cántico a la aurora del mundo, desde el hombre presente”; que es “un canto a la luz, desde la conciencia de la oscuridad”; que se trata de “la visión de la aurora, como un ansia de verdad y plenitud, desde el estremecimiento doloroso del hombre de hoy”. Y de ahí el título del libro. El poeta nos ofrece un mundo virginal y paradisíaco, que contrasta patéticamente con “la actual realidad humana”. El grito “¡Humano: nunca nazcas!” -con que concluye el poema en versos heptasílabos El fuego- expresa la pureza de la creación antes de la presencia del hombre, y revela la concepción tremendamente pesimista que de él tiene Aleixandre. Sin embargo -y como señala Leopoldo de Luis-, “es el sentimiento de solidaridad y es la comprensión del dolor humano, lo que supera tan decepcionada actitud hacia un humanismo que se inicia en poemas finales del volumen y acaba por desembocar en la poesía de Historia del corazón”.

**********

Y entramos ya en el poema “Nacimiento del amor”. Aleixandre evoca en estos versículos, libremente agrupados en tres conjuntos estróficos, con un total de 45 (10+13+22), la capacidad transformadora del amor, encarnado en el cuerpo de la amada, que retira la tristeza del mundo y sume el alma del poeta en un profundo estado de dicha. Y lo hace en versículos no sujetos a rima y totalmente heterosilábicos (por ejemplo, los más cortos son el 2 (“Maduro el mundo”, 5 sílabas) y el 11 (“Te miré. La tristeza”, 7 sílabas); y el de mayor extensión, el 14, con 18 sílabas (“Casi una lluvia fina -¡el cielo azul!- mojaba tu frente nueva”. Pero decir versículo no equivale y menos en Aleixandre- a decir “prosaísmo” como defecto poético, o falta de ritmo; simplemente, el ritmo hay que buscarlo por otros derroteros distintos a los que producen los versos convencionales (con un determinado número de sílabas, diferentes tipos de rimas, estrofas perfectamente estructuradas, etc.); y se obtiene por procedimientos morfosintácticos y léxico-semánticos basados fundamentalmente en el “principio de recurrencia” (paralelismos, repeticiones de palabras e ideas, etc.). Y así lo vamos a comprobar en este poema de Aleixandre.

El poema arranca con una interrogación retórica, cuya contestación ogirina todo el desarrollo poemático, montado como apóstrofe lírico. Y en este primer agrupamiento estrófico, el poeta describe la inesperada irrupción de la amada en una tarde otoñal, y de forma ya inesperada (versículos 2 y 3: “Maduro el mundo, / no te aguardaba ya”; en realidad, esa madurez del mundo no es sino la referencia a la propia madurez del poeta, que ha dejado de ser joven, pero sin entrar aún en la vejez). Y le proporciona una inmensa alegría, más allá de todo tiempo: “Llegaste alegre, / ligeramente rubia, resbalando en lo blando / del tiempo” (versículos 3-5). El predicativo “rubia” (“llegaste ligeramente rubia” se está aplicando al cabello, que por su luminosidad, pasa a simbolizar la belleza de la juventud y su capacidad para la seducción. Por otra parte, el encabalgamiento de los versículos 4 y 5 impone el ritmo del decasílabo a una afortunada combinación de palabras con una rima consonante interna de gran expresividad (“resbalando en lo blando del tiempo”; como si el amor doblegara los rigores del paso del tiempo). Y el poeta la contempla absorto ante su hermosura, y le dedica una pareja de adjetivos, ahora atributivos en relación asindética, el segundo de los cuales es altamente poetico: “sonriente, vívida” (versículo 6). Y de igual manera que la luna aparece en el cielo “aún niña, prematura en la tarde, / sin luz, graciosa en aires dorados” (versículos 7, 8), así la amada llega “sobre el azul, sin beso, / pero con dientes claros, con incipiente amor” (versículos 9, 10); y es el adverbio relativo “como” el que se encarga de sustentar sintácticamente la comparación, cuyos elementos separan el punto y como. Es decir, que la predisposición al beso que la clara sonrisa de los dientes femeninos sugiere despiertan la impaciencia amorosa (versículos 9-10), que ya anticipan la transformación que la presencia de la amada va a ejercer en la creación entera y, por tanto, en el propio ser del poeta. Y el primer agrupamiento estrófico se cierra con una bimembración introducida por la preposición “con”, y que, a su vez, está montada sobre un “quiasmo “nombre+adjetivo/adjetivo+nombre”: “con dientes claros, con impaciente amor”. Repárese en el hecho de que, desde el versículo 5 y hasta concluir el 10, la entonación exclamativa subraya la intensidad de la emoción poética.

El segundo agrupamiento estrófico parte del destierro de la tristeza, que huye a lo lejos, envuelta en solemne gravedad, ante la alegre presencia del amor: “Te miré. La tristeza / se encogía a lo lejos, llena de paños largos, / como un poniente graso que sus ondas retira.” (versículos 11-13). El símil como un poniente graso que sus ondas retira descansa en la semejanza emocional que existe entre el carácter mortecino de la luz crepuscular -desde que se pone el sol hasta que entra la noche- y la falta de vigor que es consustancial a la tristeza. A la majestuosidad de estos versículos y a su parsimoniosa lentitud contribuyen, sin duda, los adjetivos que despiertan insospechadas connotaciones en relación a los nombres a los que acompañan: “paños largos”, “poniente graso”. El inciso exclamativo del versículo 14 -fenómeno denominado ecfonesis: los signos de puntuación enmarcan la expresión de una fuerte emoción- hace posible la siguiente imagen: “Casi una lluvia fina -¡el cielo azul!- mojaba tu frente nueva” (versículo 14, con una triada nombre+adjetivo perfectamente ubicada para lograr un efecto rítmico): el delicado color azul del cielo, como si fuera lluvia, se proyecta en la frente de la amada que, una vez mojada, emite brillantes reflejos. Y tan luminoso es su cuerpo, que los astros giran a su alrededor con sus luces desvaídas: “Tan dorada te miré que los soles / apenas se atrevían a insistir, a encenderse / por ti, de ti, a darte siempre / su pasión luminosa, ronda tierna / de soles que giraban en torno a ti” (versículos 16-20). La amada se convierte así en “astro dulce” que absorbe las últimas luces de la tarde y, cuando todo se apaga, sigue emanando claridad, destilando luz sonrosada de aurora: “astro dulce, / [...] que empapa luces húmedas, finales, de la tarde, / y vierte, todavía matinal, sus auroras” (versos 20, 22-23). Y de nuevo la importancia de la adjetivación: “pasión luminosa”, “astro dulce, ronda tierna / de soles” (versículos 19-20, con encabalgamiento incluido), “cuerpo casi transparente, gozoso” (versículo 21), “luces húmedas, finales” (versículo 22); una adjetivación que va ralentizando el ritmo del poema, al que también contribuye la repetición de palabras: “te miré” (versículos 11 y 16), “amante” (versículo 15) “soles” (versículos 16 y 20), “por ti, de ti”; “en torno a ti” (versículos 18 y 20), “entorno a” (versículos 20, 21).

Los dos versículos iniciales del tercer agrupamiento estrófico -el más largo de los tres, con 22 versículos- plantean la duda de si la llegada del amor (de la amada: “Eras tú”) se produce tardíamente (en un versículo 24, en el que se reitera la palabra “amor” y, en la segunda ocasión, va flanqueada por adjetivos “final amor luciente”, trasladando la idea de que el sentimiento amoroso brilla hasta el término de los días); y de ahí el contenido del versículo 25: “nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso”. La duda se resuelve al principio del versículo 26, de manera categórica: “Pero no” (y esa conjunción adversativa “pero” va a establecer una contraposición entre lo anteriormente expresado y lo que se va a expresar seguidamente). Y lo primero que hace el poeta es preguntarse por la naturaleza del ser de la amada: “¿Eras ave, eras cuerpo, / alma sólo?” (versículos 26-27). Y a mitad del versículo 27, y hasta el 29, Aleixandre logra una de las más emotivas imágenes de su poesía: “Ah, tu carne traslúcida / besaba como dos alas tibias, / como el aire que mueve un pecho respirando”. El poeta presenta a la amada besando con todo su cuerpo: la carne traslúcida -espiritualizada al máximo- besa con la suavidad tibia de unas alas, con la armoniosa cadencia rítmica del aliento que impulsa la vida. [Y aquí queremos traer el trasfondo lingüístico de estos versículos explicado por Leopoldo de Luis en la edición de Sombra del paraíso que hemos tomado como referencia: “El pretérito imperfecto besaba tiene por sujeto a carne, que se convierte así en elemento activo del beso, cuando sería más habitual considerarla como elemento pasivo, esto es: besada. Ahora bien, las dos alas que a continuación aparecen, sin duda indican que se trata de los labios -besadores activos, en efecto-, que han sido aludidos con un singular: carne traslúcida”.

Y para un mejor entendimiento de los versículos que continúan, nos parece conveniente traer aquí otro poema del mismo libro, uno de los once escrito en heptasílabos y titulado “Los besos”:

Sólo eres tú, continua, / graciosa, quien se entrega, / quien hoy me llama. Toma, / toma el calor, la dicha, / la cerrazón de bocas / selladas. Dulcemente / vivimos. Muere, ríndete. / Sólo los besos reinan: / sol tibio y amarillo, / riente, delicado, / que aquí muere, en las bocas / felices, entre nubes / rompientes, entre azules / dichosos, donde brillan / los besos, las delicias / de la tarde, la cima / de este poniente loco, / quietísimo, que vibra / y muere. -Muere, sorbe / la vida. -Besa. -Beso. / ¡Oh mundo así dorado!

Besar, en la forma descrita por Aleixandre en este poema, es morir de verdad: besos magníficos y trágicos, que dan la vida y la muerte, mientras el paisaje, loco y quieto al mismo tiempo, vibra -vive- y muere a la vez. La idea de que la vida no es sino vivir y morir al unísono está expresada, de manera explícita, en los últimos versos “-Muere, sorbe / la vida. -Besa. -Beso.” El verso con el que concluye el poema -“¡Oh mundo así dorado!”- supone una vuelta a la realidad, tras esos hermosos instantes de dicha en que los labios se besan -“la cerrazón de bocas / selladas”. Porque sólo besando así es posible habitar la tierra.

Y tras este inciso, retomamos el poema “Nacimiento del amor” donde lo habíamos dejado. La unión amorosa en la que el poeta y la amada, aniquilados sus límites corporales, se funden en un único ser, aparece expresada con desbordante entusiasmo: “y sentí tus palabras, tu perfume, / y en el alma profunda, clarividente / diste fondo. Calado de ti hasta el tuétano de la luz, / sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste” (versículos 30-33). La tristeza de la que aquí habla el poeta surge como resultado de la destrucción de su propio ser como individuo en el éxtasis amoroso, precisamente para renacer en el ser amado y alcanzar la dicha total, según queda explícito en los versículos siguientes (34-35): “En mi alma nacía el día. Brillando / estaba de ti; tu alma en mi estaba". Los diez últimos versos del poema expresan, en imágenes cargadas de profunda afectividad, la dicha del amor -que la Naturaleza refleja-: el poeta siente en su boca el sabor de la aurora (versículo 36); siente en su frente el piar ensordecedor de los pájaros (versículos 37-38); y su estado interior, comparado con el florecer del día, asciende hasta alcanzar su plenitud más absoluta: “todo mi ser a un mediodía, / raudo, loco, creciente, se incendiaba / y mi sangre ruidosa se despeñaba en gozos / de amor, de luz, de plenitud, de espuma” (versículos 42-45). Ese “incendiarse” todo el ser del poeta con la luminosidad que irradia el mediodía; ese “despeñarse” la sangre del poeta “en gozos / de amor, de luz, de plenitud, de espuma”; en definitiva, esa intensidad espiritual con que se vive la emoción amorosa ha llevado el poema a las cumbres de la poesía de mayor calidad artística y emocional.

En definitiva, la maestría en el uso del verso libre, amplio y solemne -que incluso desborda sus propios limites con algunos encabalgamientos-, la hermosísima expresión -con un léxico que revela una poderosa imaginación poética-, el acierto poético de las imágenes, la eficacia de una sugerente adjetivación y la intensísima afectividad que se difunde por todos los versículos son algunos de los rasgos más destacados de este extraordinario poema, en el que el estilo de Aleixandre resplandece en toda su originalidad y expresividad.

[FERNANDO CARRATALÁ]

**********

Centro Virtual Cervantes: Vicente Aleixandre.

http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/aleixandre/

Poemas de vicente Aleixandre.augnos recitados por él mismo.

https://www.palabravirtual.com/index.php?ir=critz.php&wi=231&show=poemas&p=Vicente+Aleixandre

RTVE. Aleixandre, Premio Nobel de Literatura 1977.

https://www.youtube.com/watch?v=ccDE4IYyQGo

RTVE. Entrevista a Aleixandre.

https://www.youtube.com/watch?v=DDRy6Vd7K6U

[Coincide la crítica en ver SOMBRA DEL PARAÍSO como un libro de gran belleza, tendente a reflejar un mundo soñado que ansía lo puro y elemental, evocando a través de los recuerdos infantiles una suerte del alba del universo. Mágico edén donde el poeta vivió ahora recuerda sin saberlo, dijo de él su propio autor en una muy usada carta a su amigo y crítico Dámaso Alonso. Perturbador de tan radiante sueño, el hombre, que debería ser armónico elemento, deviene mancha impura. Y el amor pasa idealizando la belleza sensual, entre seres desnudos que gozaron la irreal ventura, dejando triste espuma como estela de la gloria perdida.]

Puedes comprar sus libros en:

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios