Francisco Ariza nos brinda un acrílico difícil de mejorar y Edwin Figueroa diseña la portada con la modernidad y el vigor que tienen también sus versos. No olvidemos, la musicalidad mediterránea de hondas raíces líricas que sopesan el peso histórico y simbólico de la palabra. En gran medida, el eje constructor de la poesía de José Antonio Santano, un profundo compromiso ético y estético con el lenguaje. De manera elegante, el poeta nos hace partícipe de su homenaje con los precursores del haiku en España, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado fundamentalmente. Además del colofón, un haiku nos remite a la imprescindible escritura machadiana, “El olivar/es reflejo en la luna/de soledades”. En este caso, Si hemos de ilustrar la expresión “joya bibliográfica”, este poemario a todas luces lo ejemplifica. Luego, la gratitud bajo el manto del poema que incide en una armónica fusión del haiku y del flamenco, del arte en partituras y fotogramas. Una gratitud a modo de nota de autor que nos explica el génesis de este nuevo poemario. La poesía además de expresar su voluntad creativa debe perfilar el agradecimiento en cada verso. Esta dimensión poética es la que da sentido y razón de ser a lo conocido como “Humanismo Solidario”, un movimiento de la que nuestro autor es cofundador.
A ciencia cierta, “desprende el haiku/el aroma de olivas/recién prensadas”, porque la mirada del poeta es una mirada de raigambre y a la vez universal, de contemplación de su paisaje natural, pero también de meditada introspección, lo que requiere grandes dosis de síntesis, exactitud y sensualidad, o por retomar la consideración de Salvador Compán: “Lo propio del haiku es la esencia, no ser otra cosa que elipsis y vuelo”. El olivo, como árbol de luz y de historia literaria, como patrimonio de la amistad y la plenitud de la familia. Al mismo tiempo, es la celebración de la forma más perfecta o armónica, como el brillo de las amapolas que reviste su pulso poético. Un discurrir lírico que es palabra meditada y resonancia histórica. Lo grecolatino se proyecta desde el olivo, pero de igual modo recorre la vertiente andaluza, sustancialmente, aunque Extremadura, Aragón, Castilla, La Mancha, se configuran con la misma ternura. Santano contextualiza el proyecto literario mediterráneo y se inscribe en esa brillante corriente de poesía andaluza, esperanzadora, misteriosa, onírica y seductora. En gran medida, las preocupaciones sociales, la conciencia ecológica, el deseo de justicia, el arte como fórmula transformadora, están presentes en este bello poemario. Paralelamente, el magistral homenaje lingüístico de suprema síntesis poética rinde homenaje al olivo, fijando luz, simbolismo, serenidad y belleza. Hay mucho de sagrada forma, cántico espiritual, significativa vinculación de artes, historia y cultura. Este grado supremo de interdisciplinariedad que es rasgo manifiesto de Humanismo Solidario, no es precisamente práctica común. Probablemente, a la concepción machadiana de “palabra en el tiempo”, el poeta José Antonio Santano le suma, el ideal más concreto al que podamos recurrir: el beso. Así nos escribe “Tarde y crespúsculo/por las cimas de olivos,/ beso en el tiempo”. Cuando leímos su anterior poemario, Sepulta plenitud, ya decíamos que el poeta trataba de hallar la esencia cuando no el sentido de la propia lírica en momentos históricos muy concretos. Luego, la eterna necesidad de cantar a los ideales de la humanidad, la belleza y la libertad. Si Hölderlin propuso un impulso sobresaliente hacia un nuevo helenismo, Santano anticipa la armonía y la unicidad de la esfera latina, que reescribe con tanta intensidad como sugerencia con una forma poética tan sustancial como el haiku. José Antonio Santano discurre por entre las percepciones de su tierra, la sensibilidad que de allí se proyecta, una suerte de celebración sensorial, donde la reflexión sobre el tiempo ocupa también un espacio relevante. Un tiempo que subraya el silencio (recordemos que su poesía de 1994 a 2021 se recoge en un magnífico volumen de la editorial Alhulia titulado Silencio), que pone en valor la soledad, que enlaza la tradición y la modernidad, que crea paralelamente una música cautivadora. Nos dirá: “En los inviernos/ el picón del olivo,/ reloj del tiempo”, “Vive el olivo/ silencioso en la tierra,/ canto en el tiempo”, “Alma del tiempo: Córdoba y su olivar. Góngora vive”, “Detiene el tiempo un paisaje de olivos en la memoria”.
Un tiempo que sin duda es movimiento, dinamismo, un horizonte intimista y conceptual, su poesía que es también conquista meditada del lenguaje, en su particular arcadia que germina una mirada lúcida, singular, honesta, auténtica, universal y, ciertamente reconocible. En esta combinación de inquietudes, fascinantes resonancias y sobrios registros, llegamos a un poeta que se encuentra en el acopio de componentes varios; la música, la pintura, el viaje, la literatura y por supuesto la vida. Así pues, mientras este libro irá conociendo lecturas y éxitos, me quedo con dos haikus como estandarte del cancionero: “Vuelvo al origen,/ donde nace la tierra,/ eterno olivo” y “La soledad los olivos abraza, metamorfosis”.
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