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Mónica Ojeda, "Nefando": un lenguaje polifónico donde el grito fue hecho palabra

Editorial Candaya
miércoles 26 de febrero de 2020, 08:00h
Nefando
Nefando
Tirarnos a una piscina. Buscar el fondo. Y explorar el silencio bajo sus aguas. Allí, donde nos atrevemos a “mirar de frente a las mandíbulas abiertas”. Fieras que desean devorarnos porque saben que no somos víctimas fáciles de engullir. Allí, donde los ojos cerrados y la respiración estancada en la abominable oscuridad del terror que solo existe en una habitación-cocodrilo son nuestras señales de identidad. Allí, donde el grito se hace palabra.

“Y lo que no se ve o no debe ser dicho encuentran su verdadero sentido”. Allí, donde el grito y su posibilidad de transformarse en palabra son la única opción. Palabra hecha agua. Redentora y Asfixiante. Agua transformadora del dolor y la forma de mirarlo. Agua transparente que en nuestras conciencias deviene en habitaciones-cocodrilo que lo engullen todo. El presente y el pasado. El dolor y el placer. La agonía y la redención. En esa necesidad de nuestro deseo a la hora de colonizar la experiencia del otro es en la que Mónica Ojeda ha construido Nefando. Nefando, un videojuego creado como un sinfín de gritos vertidos sobre el silencio. De la noche. De lo que no se ve. De lo que no debe ser dicho. De lo no visto. De lo no dicho. Como un juego exterior-interior existente en cada uno de los seis personajes de esta novela que traspasa las líneas invisibles de nuestras mentes y sus conciencias. Del deseo y el terror que se afianza como una liberación del alma que, atormentada, está sujeta a las reglas de un cuerpo que en ocasiones ni conocemos ni deseamos. Cuerpo-prisión. Cuerpo-deseo. Cuerpo-terror. Cuerpo que transita por la mugre de un mundo que no visualizamos. Como tampoco lo hacemos con el dolor que solo nosotros sabemos que nos hace daño. Ese, sin duda, es uno de los aciertos de esta novela y de su autora. Novela-difícil. Novela-dolorosa. Novela-única. Como único es mirar al dolor desde la valentía del que sabe que no saldrá ileso del intento. Dolor íntimo y perverso. Dolor sobre uno mismo y sobre el otro. El otro que ya no es un reflejo, sino la puerta que nos lleva hacia el abismo. A la derrota. A la destrucción. A la muerte.

Nefando es una cacofonía de la vida interior y de los miedos que nos comporta, no solo aceptarla, sino retarla. Vida de estragos y sexo. Sangre y cuerpos lamidos. Penetraciones anales y canibalismo. Decapitaciones animales y pornografía que solo existe en la deep web. Infierno de contraseñas liberadoras. Acertijos sin resolver. Y vidas que alientan un deseo desde la pedofilia. Cómic sin héroes. Pornografía sin reglas. Ciencia ficción sin platillos volantes. Todos ellos conforman un juego que no existe. ¿Acaso existe la zona oscura? Aquella que no nos atrevemos a mirar o admitir. El lenguaje polifónico de los personajes de Nefando nos arrastra hacia ese otro que creemos no ser y, sin embargo, late dentro de nosotros. Todos llevamos un monstruo dentro que se mece bajo las notas musicales de Daft Punk o Gorillaz. Todos exploramos en alguna ocasión la sonrisa del deseo de un hombre-cocodrilo que lo abarca todo en la noche-oscura del deseo incontrolado y liberador. Límites que no conocen fronteras. Límites que necesitan de una voz: el silencio. Un silencio reconstruido a base de una prosa poética indestructible: «Lo que se escriba aquí tiene que ser más importante que el silencio...» Arrolladora y violenta: «El erotismo es violento como la naturaleza». Herida por el deseo: «El deseo se parece a cientos de pájaros estrellándose contra una boca cerrada». Una prosa poética que se olvida de respirar bajo el agua para crear otros mundos y otros valores. Donde la lealtad hacia uno mismo es la necesidad de realizar un viaje hacia las entrañas de una habitación tamizada por las noches sin luz. Una prosa poética que busca a la vez lo bello y lo horrible: «la diferencia entre lo bello y lo horrible es la misma que la de adentro y afuera del baúl: ninguna».

Mónica Ojeda ha creado en Nefando una suerte de adivinanza sobre lo nunca escrito. Territorios salvajes que no vírgenes. Territorios sacralizados que son atravesados por el deseo más impulsivo y las noches plagadas de luciérnagas: «En lo innombrable hay imperios de luciérnagas». Pulsiones incontrolables como lo no creado: «Lo revulsivo merecía ser articulado; alguien debería ensuciarse en el lenguaje para que los demás pudieran verse». Un lenguaje polifónico donde el grito fue hecho palabra.

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