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‘Los corazones recios’, de Antonio Daganzo

Ediciones Vitruvio, 2019

Por Francisco J. Castañón
martes 10 de septiembre de 2019, 13:03h
Corazones recios
Corazones recios

"Los corazones recios" es el título del poemario más reciente del escritor Antonio Daganzo, publicado bajo el sello de Ediciones Vitruvio. Un nuevo libro que viene a consolidar la reconocida trayectoria poética de una de las voces más interesantes y originales de nuestra poesía contemporánea. De esta forma, Los corazones recios se une a libros como Que en limpidez se encuentre, Mientras viva el doliente, Llamarse por encima de la noche o Juventud todavía. Un elenco de poemarios que han venido recibiendo una excelente acogida por parte del público lector y la crítica.

Dos citas, una de Juan Ramón Jiménez y otra de Jorge Guillén, hacen las veces de pórtico de un libro que comienza con los espléndidos versos del poema Los corazones recios, donde hallamos varias ideas que merecen ser destacadas. Por un lado, estamos ante un canto a la siempre ardua existencia: …‘vivir a sangre limpia y ancha, / ser árbol del valor pese a las ramas muertas, / pese al cuajado viento / de la duda.’ Por otro, desvela una creencia firme en el amor como respuesta vital de esos ‘recios corazones’ de los que ‘la vida se enardece’. Un elevado sentir para afrontar el mundo que nos circunda: ‘Y por amor tan solo / -y por amor tan alto- / vibra este aliento aún.’

Las páginas de este nuevo libro de Daganzo poseen una gran riqueza temática: la búsqueda del ser humano, el misterio de la vida, la recuperación de los ancestros del poeta, el desarraigo de la gran ciudad, el arte, el amor, los ámbitos propicios, el alcance de lo chileno en el devenir del poeta… y la música, sobre todo la música. No debemos olvidar que este escritor, además de poeta y novelista, es musicógrafo y autor del imprescindible ensayo musical Clásicos a contratiempo.

Antonio Daganzo nos convoca así, en el poema Felicidad, a exaltar ese difícil vivir que tiene fecha de caducidad, ‘a la dicha de sabernos efímeros’. También va a hablarnos de sí mismo, visto en el presente desde un ayer cercano: ‘Ved a ese hombre que recuerdo / tan solo entre las gentes, / tan lejos del amor aunque creyese mirarlo / a diez zancadas, /…’. Para anotar más tarde: ‘Ahora ved que soy yo quien ha abierto los ojos,’.

La palabra poética es en estos versos búsqueda y memoria. En este sentido, poemas como Alborada o Castro de Baroña recuperan la ascendencia gallega del poeta. Señas de identidad que Daganzo no desea arrinconar: ‘Raigambre: soy gallego, vuelvo siempre, vivo.’, escribe al principio del poema, y unos versos después continúa: ‘Ancestros, ancestros ya invisibles, vuelvo siempre: / vibra Galicia en mí como alborada’. En el segundo poema, incorpora al discurso poético resonancias aún más lejanas: ‘En mi sueño hay unos celtas aguerridos / que sólo al mar se entregan.’

Por otro lado, la música, como tema y trasfondo, se revela en esta obra como un eje fundamental en torno al cual giran diversos poemas. En el titulado Todavía Chaikovski surge el célebre maestro ruso con su ‘Ortografía del relámpago en lo oscuro’, y en De Francis para Isaac el poeta rinde tributo a ese gran compositor que fue Albéniz, creador para el poeta de ‘la música imposible de mi vida, / la que tú fecundaste en los pianos / y nacerá del aire’.

Entre estos poemas de temática musical destaca Suite ingenua, escrito como homenaje al compositor Antonio José Martínez Palacios, cuya vida pronto se vio truncada durante la Guerra Civil al ser fusilado en octubre de 1936. Una figura fundamental de la música española que Daganzo recupera en este poema, como ha hecho en su reciente artículo El mozo de mulas, por fin: un hito en la recuperación del legado de Antonio José. En el poema dedicado al músico burgalés hallamos dolor en numerosos versos: ‘Amigo, llegan ya, / que han venido a buscarte envidia, infamia y odio / de fácil madrugada,’. Aunque atisbamos un resquicio de esperanza que llega con ‘la danza que suena ágil, / traviesa incluso, / última y breve como el adiós de un pájaro / (…) para encontrar el alba que tú le has entregado, / Antonio invicto’.

La música aparece igualmente en poemas como El director de orquesta, Música y tacto o Pequeña historia de la palabra y la música, donde podemos leer versos hilvanados con maestría: ‘Canta en la noche ahora la palabra, / cuando todo reposa, / y no cesa su asombro por tan cierta pasión’. Junto a la música hacen también acto de presencia la danza y el baile, ‘cuando la pasión no es fuerza sino música’ (del poema Bailar la noche).

Asimismo, quiero referirme a un sobresaliente poema que tiene un significado primordial en este libro, Panorama del ardor. Quizá esté aquí la esencia de esos corazones recios a los que canta Daganzo, corazones que ‘han aprendido a amar / después de odiar, tras el temer, con el dolor’. Han aprendido a amar, sí, ‘…al límite del verbo, áspero, / mordaz como niebla sin su aire’ o ‘sobre los torpes surcos abiertos por las lágrimas / en el valor de amar’; esos corazones recios que ‘…en derredor admiran / cuanto quema’.

En este poemario tienen su lugar varios poemas donde el poeta evoca su vínculo con Chile. De este modo, en Mañana en Valdivia leemos: ‘Valdivia transigente / mojada hasta las nubes pero fácil, / navegable de vientos saturados al bies.’ Y en el poema Palta reina escribe: ‘Chilena está mi boca de pensarte.’

El libro es, sin duda, una unidad más allá de la variedad de temas que emergen en los diferentes poemas. Sus versos, compuestos con un léxico escogido, poseen el ritmo interno y la musicalidad precisa. Quehacer poético que en ocasiones toma forma desde el propio bagaje cultural del poeta. Una escultura de la artista francesa Camille Claudel, otra del rumano Constantin Brancusi, un cuadro del pintor francés Nicolás Poussin, el personaje Antoine Doinel del cineasta François Truffaut o la Santa Capilla de París son el origen de diversos poemas que leemos con agrado en este libro.

En otra línea diferente, el libro contiene poemas deliciosos como Función de títeres, donde la magia del pequeño teatro para niños y adultos se cuela en versos como ‘Sencillos y joviales, / promesa de la risa con los ojos, / sus días tan veraces de colores sin pausa / precipitan / el sol de la ternura, / que es paz de los ingenios.’

Una cita de Vicente Aleixandre encabeza el último poema de Los corazones recios, titulado La sangre sabia. Un poema excelente. Versos que brotan de lo vivido, para configurar un discurso poético lleno de fuerza expresiva. Versos que conmueven y aportan, como tantos otros en este libro, una idea sobre la existencia que puede sucumbir, como escribe el autor, hasta ‘Vivirme derrotado: / que no hay alternativa para el alma / que vive sin amor / y se cree amante’ o descubrir ‘…la piel del entusiasmo’, cuando se admite el enigma y ‘la imperfección sublime / de sabernos efímeros en el destino vasto’.

A modo de epílogo, los versos finales de este poema y del libro son, en cualquier caso, una promesa colmada de tenaz e inquebrantable aliento: ‘Como un verso a su lumbre / avanzo decidido: / mi recio corazón canta por todos’. Para concluir, cabe apuntar que adentrarnos en estos Corazones recios de Antonio Daganzo supone experimentar una poesía elaborada con brillantez, que mantiene intacta la capacidad de sorprender.

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