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Friedrich Nietzsche: "Crepúsculo de los ídolos"

Tecnos, Madrid, 2022
Por Ricardo Martínez
jueves 17 de noviembre de 2022, 18:00h
Crepúsculo de los dioses
Crepúsculo de los dioses

El autor se muestra aquí de una manera no solo directa, certera y clara respecto de lo que podríamos llamar los pilares de la cultura, sino de una forma tan fría e incisiva que resulta de todo punto inútil el eludir su planteamiento. Eso mismo Nietzsche beligerante dijo de sí: “Alguien que quiera hacerse una idea de hasta qué punto todo estaba cabeza abajo antes de mí, que empiece por este escrito”.

Y pronto, lector, habrás de entrar en batalla: “A mí mismo esta irreverencia, a saber, que los grandes sabios son tipos de la decadencia, se me ocurrió por vez primera precisamente en un caso en que el prejuicio docto e indocto se le opone con máxima fuerza: yo reconocí a Sócrates y a Platón como síntomas de decaimiento, como instrumentos de la disolución griega, como pseudogriegos, como antigriegos”.

Y continúa un poco más adelante: “Sócrates pertenecía, por su ascendencia, al pueblo más bajo: Sócrates era plebe. Se sabe (¡!), incluso todavía se ve, qué feo era. Pero la fealdad, una objeción en sí, es entre griegos casi una refutación (…) Cuando se tiene necesidad de hacer de la razón un tirano como hizo Sócrates, tiene que haber un peligro no pequeño de que otra cosa haga de tirano. Entonces se adivinó la racionalidad como salvadora, ni Sócrates ni sus ‘enfermos’ eran libres de ser racionales. El fanatismo con que toda la reflexión griega se lanza a la racionalidad delata una situación crítica: se estaba en peligro, se tenía una única elección: o bien perecer o bien ser absurdamente racionales”.

(La invitación a la discusión, a la dialéctica por parte de este brillante incendiario de la filosofía occidental está servida. Toda sorpresa no debe excluirse (eso sí, siempre bajo el marchamo de la utilidad de la inteligencia, cual es su caso).

Y cuando Nietzsche aborda la figura de Platón, no es menos cortante: “El moralismo de los filósofos griegos a partir de Platón está patológicamente condicionado; de igual modo su aprecio de la dialéctica. Razón = Virtud = Felicidad significa simplemente: es necesario imitar a Sócrates, y colocar aquí de manera permanente, contra los apetitos oscuros, una luz diurna, la luz diurna de la razón. Es necesario, a toda costa, ser inteligente, claro, lúcido: toda concesión a los instintos, a lo inconsciente, conduce hacia abajo (conclusión ésta que bien pudiera parecer una defensa de esa forma casi hedonista que nos acompaña en la actualidad, qué curioso).

Al fin, se concluye esta larga cita de una manera bien explícita: “Es un autoengaño por parte de los filósofos y moralistas imaginarse que, por hacer la guerra contra la décadence ya salen de ella (…) Lo que ellos escogen como remedio, como salvación, no es a su vez más que una expresión de la décadence, ellos alteran la expresión de ésta, pero a ella misma no la eliminan”.

Y remata de un modo casi desafiante dialécticamente: “¿Llegó a comprender esto él mismo, el más inteligente de todos los que se han engañado a sí mismo? ¿Acabó por decirse esto en la sabiduría de su coraje ante la muerte?... Sócrates quería morir; no se la dio Atenas, él se dio la copa de veneno, él obligó a Atenas a darle la copa de veneno”.

Pareciera que, de algún modo, Nietzsche discrepase con visos de esnobismo de la dialéctica o de la racionalidad, sin embargo, creo que debemos interpretar esta rebeldía como la necesidad precisamente de una conciencia crítica que vaya más allá de cualquier aceptación, y, en tal sentido, estaría haciendo un elogio de la inteligencia como racionalidad, de la crítica un ejercicio de dialéctica suprema. El transcribir aquí un fragmento tan amplio del libro considero que ayuda a esta de interpretación.

Al fin: así es el genio; así era Nietzsche.

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