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Ed. Libros Mablaz. 2023
Esther Martínez Carne
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Esther Martínez Carne

Donosura y ángel

Reseña del poemario "De piedra y arena", de Esther Martínez Carne

Por José Antonio Olmedo López-Amor
miércoles 13 de septiembre de 2023, 13:12h

«El amor es un acto de perdón interminable». Peter Ustinov

A mediados del siglo XIX, autores como Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro brillaron con luz propia al cultivar una mirada nueva que llegó para renovar un gastado panorama romántico. De esta forma, un nuevo Posromanticismo, centrado en el énfasis de lo personal, en la mediada y parcial perspectiva de lo subjetivo y, sobre todo, en trazar la accidentada cartografía de lo íntimo, trató de superar al Romanticismo y al Realismo constituyéndose como una suerte de aleación de ambos.

De piedra y arena
De piedra y arena

Martínez Carne es, en este sentido, una poeta posromántica, al menos, en De piedra y arena, pues su poesía manifiesta muchas de las características empleadas por los poetas de la Restauración: la forma pierde parte de su interés para centrar su atención a lo emotivo que puede poseer el poema; lo descriptivo decae en favor de lo lírico; la poesía es personal e intimista, en el sentido en que la mayor función de lo externo recae en ser símil, metáfora y reflejo o contraste de lo interno; se reduce la retórica y se aumenta el lirismo, con el amor y la pasión por el mundo, la celebración y lo bello como temas principales.

Pero la poeta no renuncia a enriquecer su poesía con todos los contrapuntos que suscitan los pilares argumentales citados. Es por ello que el edificio de De piedra y arena se construye sobre los cimientos de la curtida experiencia vital, aquella que ha alternado llantos y risas para fraguar la compacta argamasa de su dramatismo. En palabras de Martínez Carne, pronunciadas con motivo de la publicación de Avatares y versos ante el espejo (2017), su anterior poemario: «Quiero en estas páginas guardar los suspiros, los clamores de alegría, los «ayes» de las congojas y como en un pentagrama fundar con ellos, un tedeum a la vida que canta al corazón».

Existe, con respecto a su obra fundacional, muchos puntos de unión que la vinculan a este libro. A pesar de contar solo con dos volúmenes de versos publicados, la consolidación de su auténtica voz poética apunta a una marca autoral que la singulariza entre las demás. Queda meridianamente clara su vocación de acción de gracias, de albricias, de hosanna, como poeta. Los poemas “Sembrando esperanza” y “Volverás a vivir” dan buena cuenta de ello. Por tanto, este atrio previene a los lectores ante el desabrigo que los versos expedirán fieles a su esencia de exclamación sincera, de pureza y verismo, de transparencia. Preservar la aleteza, un vocablo nuevo, concebido en este caso para denominar la quintaesencia de la vida, forjada, aunque a veces no en igual medida, por alegría y tristeza, como corolario y prueba de su superación.

Vivir es la ordalía más original de todas cuantas podamos imaginar. Recordemos, como dijo Mark Twain, que la realidad aventaja a la ficción, en cuanto a que ella no necesita parecer verosímil. Y Martínez Carne ha vivido. La crónica de su superación queda patente en sus versos, una carta de amor a la vida en la que decir es dar, amar es ser y callar es morir.

Ya en el primer poema del libro observamos que la conjugación verbal versa en futuro: «engastaré, suplicaré, bregaré, seré, etc.». Es así porque este poema es una promesa o, más que una promesa, un juramento: el compromiso que anuncia una transformación. Convertirse en una mujer de piedra y arena, sí, en ese orden, es lo que nos promete la voz poética. Ser sólido y compacto (de piedra) para soportar los duros trances, pero también, fino y minúsculo (de arena) para saber dejarse llevar por el viento, adaptarse a la hendidura o asociarse y formar dunas, bancos, desiertos.

Ser poderoso, en todo caso, y capaz de poder ser el dique que contenga el golpe, pero también la brisa que lo acaricie. Dicha dualidad se expresa en los poemas de múltiples maneras. Símiles, metáforas o antítesis son solo algunas técnicas que la autora utiliza para ello. Tan oportuna es hoy —no solo— la metáfora que encierra el título de este libro, pues nos habla de una mujer íntegra y consciente, empoderada de vida, que debería recomendarse como lectura escolar.

Poemas como “Yo quisiera ser” demuestran la generosa naturaleza de la voz lírica, un hablante poemático que, me atrevería a decir, no es tal. La sinceridad y transparencia de la voz poética de este poemario podría corresponderse, no con un actor artificial que vehicula un discurso, sino con el hilo argumental de unas memorias en primera persona. Por tanto, podemos hablar de la muerte del hablante lírico. Ya la Poesía de la Diferencia, en los años noventa del pasado siglo, reivindicó este recurso como útil herramienta para la construcción de la poesía-verdad.

Conocemos por arena a un conjunto de fragmentos sueltos, de pequeño tamaño, formado por rocas, minerales o exoesqueletos de animales marinos. Un todo constituido por la unión de muchas partes, ínfimas porciones de cosas diferentes, un todo abierto que integra en sí todo lo que se va sumando con el paso del tiempo. Precisamente eso es De piedra y arena, una amalgama de pensamientos, recuerdos y experiencias hilvanadas por una conciencia que las hace inventario, como gotas de un mercurio incandescente que, sobre el suelo, y movidas por sus imperfecciones, se fusionan en un punto concreto para formar una gran masa. La primera calentura que sintió ese mercurio fue la inspiración de la poeta, el momento fundacional, genésico de su nacimiento. Después, llegó el frío. Pero con cada lectura cobra de nuevo vida, pues se vuelve a fundir.

Los poemas están escritos utilizando el verso libre, su ordenación es estrófica, todos ellos poseen títulos y a poco que los recitemos de forma oral, advertiremos en ellos agrupaciones prosódicas cuya sonoridad las delata. Rimas asonantes y consonantes forman patrones rítmicos erráticos que subrayan el lirismo de la misma manera en que la música creada para el cine tilda la tonicidad de las imágenes.

De este libro podemos extraer muchos versos, versos que nos hacen sentir identificados, que nos llevan a esos lugares y a esas circunstancias cotidianas en las que lo particular se universaliza y podríamos configurar con ellos un devocionario cristalino: «Escribo cuando los reproches golpean fuerte / y la necesidad de un abrazo sucumbe / refugiándose en un pequeño rincón». Estos tres versos significan la poética de su autora. Cuando se escribe para sobrevivir, puede haber cosas que podríamos decir mejor, pero ninguna sobra.

Pero en el paisaje interior no solo hay emociones y recuerdos, también hay lugar para la denuncia, para el posicionamiento de una conciencia crítica que señala sin ambages los objetos de su indignación: «Escribo a los que arruinan un pasado y su historia, / a los que dividen un pueblo habilitando el terror». Porque el amor rebasa cualquier frontera y no se arredra ante límites, miedos ni amenazas. En ese sentido, el poema titulado “Escribo” se convierte en crónica de un tiempo plagado de injusticias que invita a los artistas a alejarse de lo frívolo y ensuciarse las manos.

Poemas como el titulado “Aunque tú me olvides” nos invitan a reconstruir los recuerdos de un amor del que solo se esboza su contorno. Esa dosificación del misterio contribuye a que los lectores participen de forma activa en la lectura. Otros, como “Pregunto a Dios”, nos estremecen por la valentía de su súplica. Pero es en latitudes como la del poema titulado “Libro de sueños”, donde el verbo de la madre se hace vid y sed al mismo tiempo para saciar al vulnerable: «Soy tu poeta en rimas de emociones»; «[…] como esos cuentos de hadas / que también ofrendan su amor de estrellas». Como efímeros chispazos emerge la ternura que nos deslumbra.

El poema titulado “Regalo de Dios”, dedicado a la hija, posee la misma rotundidad y vuelo, subsume lo divino y lo humano, lo celestial y lo terreno, para conformar la que es sin duda la mejor versión de una autora que tiene mucho que decir: «Virgencita eres, llena de gracia, / porque tienes la voz sublime del ruiseñor que canta». La voz poética supera la poesía y encuentra su propia música, a la manera de una copla llorada, de un fado, de una albada. Este poema es tan elocuente que no precisa su dedicatoria final.

Muchas son las sensaciones que esta lectura produce. En su vaivén de emociones, la conciencia lectora asiste a un abanico de texturas y profundidades que deviene en conmoción. Es hermoso comprobar cómo cristaliza en la poesía de Martínez Carne una experiencia vital que, en buena medida, llega a ser común en todos los mortales. El verdadero poeta encuentra lo nuevo en lo cotidiano, lo universal en lo particular y lo trascendente en lo aparentemente insustancial.

Conforme vamos avanzando en la lectura, contemplamos la gratitud hecha canto, pero un canto humilde, que no envilece con su agasajo. La poeta trova su amor a la familia y nos ofrece con ello una sentida dádiva. ¡Qué vértigo se siente en sus imágenes y metáforas!

También, el léxico está bien escogido. Las palabras, cual notas musicales, no pueden desafinar, y la poeta, muy consciente de ello, ha invertido un considerable tiempo y una gran delicadeza en ello. Nada queda al azar en un libro tan trabado y revisado, como esperado.

En la parte final del poemario encontramos alegres duetos en los que la poeta alterna estrofas con otros vates. Estas composiciones sirven de bello contraste con los poemas anteriores, pues develan con su negro sobre blanco toda la estrategia argumental y estilística que la autora ha desplegado a lo largo del libro.

Los poemas de De piedra y arena poseen la fuerza torrencial de un río adolescente. Hay en su sintaxis la ebriedad de un espíritu mancebo que se ahoga en palabras. Reconocemos en ellos la madurez, pero esta se presenta, a veces, periclitada en favor de una pasión flamígera que, por su propio vigor amenaza con desintegrarse: «Toqué el cielo en roce casual de tu cuerpo, / visité el infinito al acercarme a su rostro, / cerrando mis ojos e imaginando ¡un solo beso!».

Y ya para terminar, justificaré mi elección de titular esta antesala con un epígrafe como “Donosura y ángel”, y es que considero que ambas palabras definen a la perfección a una mujer que no escribe una cosa y hace otra, su decir es también hacer y todo en ella palpita y legitima su propia coherencia. Martínez Carne posee donosura, gracia, elegancia y desenvoltura en la forma de comportarse, y no otra cosa pueden desprender sus versos. El término ‘ángel’ redunda en esa noción de gracia como riqueza inmaterial ya mencionada, pero la amplía concretando, además, otros valores que, de igual manera, la poeta trasvasa —de forma consciente o no— a sus letras, y son las cualidades propias de los espíritus angélicos, es decir: bondad, belleza e inocencia.

Este libro está inundado de algo que no se aprende en ninguna escuela: sensibilidad. Una locuacidad elegante que nos estremece, inspira y acaricia el alma. Aunque parezca increíble, ese es su mayor distintivo, pues buena parte de la poesía española contemporánea adolece la carencia de esa virtud. Poetas sin poesía inundan los escaparates, los grandes foros y medios de la mercadotecnia, mientras en el humilde y mudo estante de un pequeño sello editorial —que no tiene quien le escriba— yace, sin alardes ni estridencias, la verdadera poesía.

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