Qué elocuente puede resultar ser la filosofía de lo ingrávido (ingrávido no tanto en el ser como en lo aludido) Más, si cabe, cuando lo ingrávido equivale a un pensamiento real, personal, donde la entrega en absoluta. Aquí el autor plantea un trazado vital de carácter interior, es decir, entiéndase que los castillos construidos son más imaginarios que reales, lo que, entiéndase a la vez, no le priva de realidad concreta salvo en lo que hace a su contenido en interior. Tiene forma de castillo de arena, ese castillo evocador que se construye en la playa, tantas veces a solas, y que se expone al porvenir de la inevitabilidad destructiva de las olas. Es cierto, no obstante, que lo que se destruye es la estructura visible en el espacio libre de la playa, pero al mar jamás se le ocurriría destruir el sueño que guarda ese castillo casi deforme –hermosa e ingenuamente deforme- porque su interior, el sueño, es indestructible. Por su efectividad y consciencia literaria, no me resisto a reproducir el largo párrafo que el autor dedica a tal castillo (apreciado o no por los caminantes) pero con un destino cierto que es el de guardar, al menos, una vida: la de su constructor, la de su autor: “El término ‘castillo de arena’ suena falso y extrae su encanto de esta falsedad (…) es como el último nombre de un léxico afectado, propio de las novelas simbolistas nunca atrevidas (…) Es que, reconociendo entonces este gusto que me era querido por las expresiones raras anidadas en el corazón de un lenguaje común, este ‘castillo de arena’, sin que yo me diera cuenta, fue la causa exclusiva de mi placer, porque no tuve la impresión de estar en presencia de un sainete anodino, trazando en la superficie de mi pensamiento una figura puramente lineal, sino más bien una propuesta filosófica, una invitación mitológica que había llegado, dotada de una especie de espesor, para hacer ensanchar mi espíritu” Una expresión del sentido de la vida y, al tiempo, una composición de sensibilidad interior, de una forma de belleza, tal como la libertad concibe sus obras. La escritura es fina, deliberada, estética y flexible como música significante. Es una hipotética fortaleza, pero por cómo se concibe su interior, más que con ánimo guerrero. El habitante del castillo no ‘ofrece mal o amenaza miedo’ al modo del texto quevediano, sino que es reflejo de libertad y en ello de diálogo, de construcción de sueños antes que el sueño de una construcción sin más. Retomando la realidad, leemos: “Un día más de vacaciones en la Vendée. Noche de insomnio. Estoy en la playa al amanecer. Despunta el día. Encuentro la fortaleza de ayer. Unos niños, seguramente antes de la marea, destruyeron las masas principales, pero la infraestructura sigue siendo legible. Me encuentro entre lo que queda de sus muros (…) Los días bonitos eran a mis ojos algo que no debería haber existido allí, una intrusión de la vulgar temporada de los bañistas en esa antigua región velada por la niebla”. El Destino, tal vez, no se hace exactamente, sino que se desea y espera. Sin ignorar la circunstancia: ella es la realidad, ella nos hace (menos el sueño, que es de sí). Puedes comprar el libro en:
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