En cualquier caso, unos 3000 versos que abordan los grandes temas de la poesía y preocupaciones de la humanidad, tales como, el amor, la sexualidad, la lucha contra las fuerzas de la naturaleza, la búsqueda del significado de la vida, los conflictos en torno al poder, el anhelo de inmortalidad, el dilema de lo espiritual y lo material, lo tangente y lo imperceptible, en cierto modo, abriendo las puertas a La Odisea, y así sucesivamente. Este superhéroe pionero, se nos muestra en estado dubitativo, medio humano y medio divino, con un reinado autoritario en la potencia urbana de Uruk. Se cumple ya, la premisa, a mayor poder, mayor tiranía porque los deseos se tornan extremos y desordenados, y, la paradoja entre ambos dominios, pues sin atender a razones ni a su contexto de confianza, despilfarra el tiempo buscando una vida eterna que se se simboliza en ese deambular por el desierto en búsqueda de algo indefinido. Mientras, de resultas de las quejas del pueblo, los dioses crean otro superhéroe, Enkidu, un coloso fabricado con arcilla, salvaje morador de la estepa. Cuando los superhéroes constatan la igualdad de fuerzas, nace la amistad y se suceden las hazañas. Aparece en escena, la doosa del amor, Ishtar que se enamora y le propone casamiento a Gilgamesh. Hay rechazo y por tanto, furia y venganza que se cierra con la petición de Ishtar a su padre, el dios del cielo que envíe a la tierra un monstruo indestructible como el Toro Celeste para matar a Gilgamesh y destruir a Enkidu. La fuerza de la amistad hace que maten al animal sagrado. Los dioses, no siempre comedidos, hacen morir a Enkidu para castigar a Gilgamesh. Se abre el relato de la búsqueda de la inmortalidad, angustiado por una inevitable muerte. No obstante, el secreto de la vida eterna es otro privilegio de los dioses vengativos. A la destreza de Gilgamesh le corresponde buscar una hierba de rejuvenecimiento que le permitiría una segunda vida. Como las desgracias nunca vienen solas, una serpiente se la roba, apagando cualquier esperanza. En ese recorrido que sin duda le han transformado, el rey vuelve a Uruk para reinar entonces con cordura y sabiduría. Con mayor nitidez nos lo señala el profesor Antón Pacheco: “ El poema nos proporciona prístinos arquetipos que propician estudios literarios comparados. Los grandes temas de todos los tiempos los hallamos aquí: el amor, la muerte, lo divino, la iniciación, la inmortalidad y asimismo encontramos las figuras personales como invariantes: El héroe, el compañero, el sabio anciano, el monstruo”. Sin duda, el espíritu viajero, acaso la antesala del conocimiento, persiste en toda la epopeya. Más aún la epopeya indefectiblemente se vincula al viaje. José Antonio Antón Pacheco también destaca, además del contexto épico, el papel determinante de los sueños y “el contenido lírico, de profunda emoción y sensibilidad”. Como indica J.A. Antón Pacheco, la consideración del arquetipo de Gilgamesh y toda su simbología tienen referencias actuales, especialmente en la poesía de Miguel Florián, un poeta excepcional, dicho sea de paso, que toma los versos sumerios, no solo como fuente de inspiración sino directamente como citas de su poemario de 2006, titulado precisamente Gilgamesh.
Por otro lado, el artista Francis Marchena que ya participó en otro proyecto de “Libros de artista” dedicados a Sevilla, nos vuelve a sorprender gratamente con el complejo de desafío de ilustrar la singularidad literaria aunada en este poema de Gilgamesh. Para adentrar al espectador y lector en este universo artístico de pintura y poesía, como bien nos señala Inma Rodríguez: “La solución del artista es un homenaje a la influencia del arte sumerio y asirio...recurrir a un cierto primitivismo pictórico, tribal, de fuerte carga emocional. Cobran protagonismo el colorismo brillante del rojo, el azul y el negro, combinados con tonos ocres y grisáceos, de recreación casi escultórica. La pincelada gruesa, el sombreado justo y la original densidad del uso de la espátula dan como resultado escenas que casi se pueden tocar con la vista”. En cierto modo, es un fiel tributo a la época sumeria y a la epopeya que hoy nos ocupa. El negro era un color que se empleaba en la escritura cuneiforme, pero también en la decoración de objetos y en buena lógica en la pintura. El rojo era el ideal para teñir la vestimenta de la clase alta en una sociedad muy jerarquizada. En gran parte, el uso de esos colores (rojo, azul, amarillo y negro) poseen el significado simbólico de la propia cultura sumeria asentada en los elementos naturales (fuego, cielo, tierra, oscuridad). Poco puede añadirse a esta precisa descripción de la técnica pictórica de Francis Marchena, si acaso, insistir en esa primordial simbología de columnas, frisos, espadas, tablillas de arcilla, arcas que nos remiten al fragor de batallas épicas y al mundo guerrero que se respaldan con la fuerza expresiva de su colorido. La misma impresión del momento de lectura de Gilgamesh por parte del pintor, la atmósfera, la particular textura de las ilustraciones de este libro que transmite sensación de movimiento, porque probablemente se evita mezclar los colores en la paleta, aplicándolos directamente y generando así una gran luminosidad, como por ejemplo, la enorme serpiente violeta, sobre fondo amarillo y llevando entre colmillos la hierba de la juventud no sólo comunica una viva energía sino también una instrucción histórica. El Poema de Gilgamesh cuenta hoy con un relato pictórico de primera dimensión, cuya lectura, engrandece, el valor lírico del tiempo.
Puedes comprar el libro: