www.todoliteratura.es

"Filipo de Macedonia", de Mario Agudo Villanueva

Ed. Desperta Ferro. 2024
viernes 22 de agosto de 2025, 22:21h
Filipo de Macedonia
Filipo de Macedonia
Dentro de la exquisita colección de Historia Antigua de Desperta Ferro, hoy nos acercamos a una biografía destacada sobre el gran creador regio de la Dinastía de Macedonia, o por lo menos el monarca que, desde su palacio en Pella, dejaría bien claro cuáles eran sus deseos de futuro, y para llevar a buen puerto estos sus designios políticos, tenía astucia, inteligencia y preparación eficiente sobresaliente como militar, además de conocer claramente la idiosincrasia del resto de los griegos, y como dominar sus pasiones, tactismos políticos y sus querencias.

Filipo II de Macedonia no ha tenido mucha suerte en la historiografía, ya que casi siempre se le ha vinculado a la fama de su hijo Alejando III “el Grande” de Macedonia, pero lo que no se ha contemplado, de forma suficiente, es que el hijo fue en un % elevado el fruto del deseo del padre, aunque en el último momento intentase apartarle del trono, por mor de las malas relaciones que mantenía con su esposa epirota, Olimpíade; y para ello la madre luchó y sacrificó todo lo habido y por haber para conseguir que su hijo fuese lo que llegó a conseguir. Por consiguiente, sin los logros obtenidos por el padre, la andadura del hijo no hubiese sido posible o, cuanto menos, hubiese sido más dura y complicada.

«Filipo de Macedonia, conquistador de Grecia, forjador de la falange, estadista genial, y, sin embargo, eclipsado por dos colosos contemporáneos: Demóstenes, su gran antagonista, y su propio hijo, Alejandro Magno, acaso la figura más célebre de la Antigüedad. Si el orador dibujó en sus ácidas Filípicas el retrato de un tirano que acabó con la democracia ateniense, el vástago de Filipo empequeñeció los logros de su progenitor, llevando su planeada invasión del Imperio persa hasta donde ningún griego hubiera siquiera soñado. Pero doblegar a los aqueménidas, quemar Persépolis y alcanzar las orillas del Indo jamás hubiera sido posible sin los sólidos cimientos plantados por su padre. La irrupción de Macedonia en el siglo IV a.C. coincidió con el declive de las hasta entonces potencias hegemónicas en la Hélade, Esparta, Tebas y, sobre todo, Atenas, desplazadas en apenas unos años por ese reino periférico. Filipo fue el gran artífice de esta transformación, por lo que la propaganda política de sus rivales le presentó como un hombre despiadado y sanguinario, oportunista y calculador, embaucador, borracho y mujeriego, un tirano dispuesto a todo por reducir a los griegos a la esclavitud. Una imagen afianzada en el imaginario colectivo, donde la figura de Alejandro Magno se dibuja a partir del turbulento triángulo afectivo que formaba con sus progenitores, Filipo, un padre beodo y maltratador, y Olimpíade, una madre mística, posesiva y conspiradora. Sin embargo, el análisis de las fuentes literarias y arqueológicas permite liberarnos de esa imagen para descubrir a un gobernante capaz de rescatar del abismo a un reino desahuciado, de reformar el ejército hasta convertirlo en una máquina invicta, de manejar los hilos de la diplomacia griega con una astucia formidable y de explotar los recursos naturales de su territorio para convertir a Macedonia en la mayor potencia económica, política y militar del momento. Si no podemos entender el mundo antiguo sin Alejandro, no podemos entender Alejandro sin Filipo».

El Rey Filipo II de Macedonia fue el gestor necesario y ortodoxo para concebir el plan, llevado posteriormente a efecto por su preclaro vástago, y que conduciría a la conquista del gigantesco Imperio de los Persas. En Pella, la capital curial, reunió los conocimientos necesarios y precisos para poder construir el proyecto, que sabiendo el terreno en el que se construía el Imperio de los aqueménidas, pudiese su hijo moverse a sus anchas por todos los lugares del territorio de los persas.

Supo elegir también el momento apropiado para iniciar la campaña, una vez aseguradas las fronteras macedónicas en casi todas direcciones y haber conseguido desactivar la oposición dentro del mundo griego mediante el maquillaje institucional que le otorgaba la creación de la llamada Liga de Corinto”. De esta forma, se inició la concienzuda preparación militar y política, que debería conseguir domeñar a los persas. Filipo dirigiría a las todopoderosas e invencibles falanges macedónicas, y su hijo Alejandro le acompañaría, ya que ya había demostrado que tenía cualidades paradigmáticas para ello. La boda de su hija Cleopatra con su cuñado Alejandro del Epiro, y hermano de Olimpíade, sería el preámbulo luminoso y magnificente, que anunciaría el inicio de la campaña. Delegados de todas las poleis helénicas asistieron a la simpar ceremonia, que se cerraría con el suntuoso desfile de doce estatuas de diversas divinidades griegas, seguida por la del propio monarca, lo que definiría, sin ambages, que él era el centro de todo el sistema. Todos sus planes se verían frustrados por el magnicidio realizado contra el propio soberano, que pudo ser un complot y, a lo mejor, no ajeno a la despechada Reina Olimpíade. Manolis Andronikos, descubridor en 1977 de la tumba del Rey Filipo II de Macedonia escribió en 1984: “Los largos años dedicados al estudio de las costumbres funerarias, lejos de adormecer mi sensibilidad la habían agudizado hasta tal punto que viví momentos estremecedores, irrecuperables, en los que me fue concedido viajar a través de los milenios y acercarme, como una experiencia directa, a la viva verdad del pasado. El arqueólogo se siente entre la elección científica y el remordimiento de la profanación. Por supuesto, el primer sentimiento se impone sobre lo demás”.

En el año 336 a.C., Filipo está en el cenit de su gloria, y tal como lo había pretendido ha conseguido ser proclamado la máxima autoridad militar para todos los griegos, el hegemon. Las falanges de Macedonia comandadas por dos extraordinarios generales macedónicos, y que cuentan con toda la confianza del monarca, Atalo y Parmenión, ya están en el territorio de Asia. La cancillería real de Macedonia había conseguido reunir un gran cúmulo de documentación sobre todo lo que era preciso conocer de aquel gigante con pies de barro, que era el Reino de Persia; ya no quedaban, para los asiáticos, más que recuerdos de sus monarcas más gloriosos, desde Darío I “el Grande” (‘aquel que apoya firmemente el Bien’) y Ciro II “el Grande” hasta el Rey de Reyes Jerjes I (‘gobernador de héroes’). La astucia inteligente de Filipo II habría conseguido imbuir a todos los griegos de que la expedición trataba de vengarse de las viejas afrentas que los persas les habrían infligido, a todos los griegos en el pasado, con las denominadas como Guerras Médicas, y, de paso, liberar a los griegos de la Jonia de la tiranía persa. Filipo II de Macedonia ha preparado toda una parafernalia dentro de la celebración de la boda de su hija. Los asistentes se citaron en la ciudad de Egas, entregaron al soberano de Pella coronas de oro en nombre de cada una de sus ciudades, todas participaron menos Esparta, pero sí estuvo el obsequio de Atenas. Era el amanecer de una de esas estruendosas jornadas de fiesta, en las que el público llenaba todas las gradas del teatro creadas al efecto. El monarca apareció, tras las estatuas de los dioses, ataviado con un manto blanco resplandeciente, la felicidad del soberano era obvia.

Relatemos, pues, la magnífica descripción sobre el magnicidio realizado por el propio autor, Mario Agudo Villanueva, según Diodoro de Sicilia: “Por orden expresa, sus escoltas caminaban a cierta distancia, dejándole libre ante el expectante gentío; una demostración de confianza total con la que pretendía mostrar a todos los invitados que, gracias al afecto general de los griegos, no necesitaba ninguna protección. En solitario, seguido a pocos metros por los dos Alejandros, su hijo y su cuñado, se dirigió al centro del teatro cuando, de repente, uno de los hombres de su círculo de allegados, Pausanias de Oréstide, que permanecía agazapado en el corredor de acceso al teatro, se abalanzó sobre el rey para clavarle una daga celta entre las costillas. La víctima se desplomó sobre el suelo, ensangrentada y, probablemente, exánime. El asesino trató de aprovechar el estupor generalizado para huir a toda prisa del escenario del regicidio; dos caballos le esperaban para emprender la galopada que le pondría a salvo, pero sus hasta entonces compañeros Leonato y Perdicas, le alcanzaron y ejecutaron en el momento”. Por todo lo que antecede, estamos ante una obra literaria magistral, siendo un estudio muy serio sobre el gran rey de Macedonia, a la que calificamos como sobresaliente, y más que necesaria. «Totus aut nihil. ET. Soli Deo Gloria».

Puedes comprar el libro en:

https://amzn.to/3UwHylo
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios