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Nuestro poema de cada día
Fermin Galarza
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Fermin Galarza

Desmitificando el origen del poema educativo: Gabriel Celaya o Fermín Gaínza

No hace falta poseer la sensibilidad de un educador para percatarse de la belleza conceptual y poética que encierra este poema. Y antes de entrar en su comentario, es preciso deshacer un error que circula en medios digitales e impresos, incluso en el propio ámbito editorial educativo: Gabriel Celaya no escribió este poema (no figura en ninguna de sus obras, ni aparece como poema suelto en revistas conocidas), muy alejado de su “prosaísmio poético”, sino el Hermano de las Escuelas Cristiana Fermín Gaínza.
Casi puro rezo
Casi puro rezo

Educar...

Educar es lo mismo
que poner motor a una barca.
hay que medir, pesar, equilibrar…
y poner todo en marcha.

Para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino,
un poco de pirata,
un poco de poeta
y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco -ese niño-
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes,
hacia islas lejanas.

Soñar que, cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada.

Fermín Gaínza: Poema incluido en el libro Casi puro rezo.
Buenos Aires, Editorial Stella [de los Hermanos de La Salle], 1982.

Fermín Gaínza aunque había nacido en Chile, pasó parte de su vida -desde los 30 años- en Argentina, donde se nacionalizó. Y aunque este tema ya está resuelto -aunque siempre haya quienes se empecinen en el error-, sigue sorprendiendo la causa de la atribución a Celaya. Nos quedamos con la reflexión del profesor Antonio Chicharro Chamorro, de la Academia de Buenas Letras de Granada: “Lo que casi con toda seguridad no podremos resolver es dónde se inició el equívoco ni qué apresurado lector escribió al lado del texto el nombre del vasco [Gabriel Celaya] ni, mucho menos, por qué. Aquí sólo caben conjeturas. / No obstante, te diré, lector, que toda obra literaria o poética es sobre todo tuya. Tú eres el autor cuando te la apropias y le insuflas el oxígeno de tu mirada para que ese cuerpo de palabras cifradas en una página se llene de vida. Tú acabas siendo el autor”.

La alegoría de la barca aplicada a distintas situaciones vitales es un tópico de la literatura de todos los tiempos. La hemos visto en nuestros clásicos; por ejemplo, en fray Luis de León (en la “Oda A la vida retirada”), a quien no le interesa contemplar el espanto que aflige a los que surcan los mares -en busca de riquezas-, cuando la tempestad arrecia; o en Lope de Vega, ya en su vejez, de cuyo largo romancillo “Pobre barquilla mía” entresacamos los versos finales, dirigidos a dicha barquilla: “Mas ¡ay que no me escuchas! / Pero la vida es corta: / viviendo, todo falta; / muriendo, todo sobra”; e incluso en poetas más actuales, como en Blas de Otero: en su poema “Paso a Paso” -de “Ancia”-, Europa es un barco a la deriva, y “no quedan de los muertos ni los nombres”. Sin embargo, lo que nos parece original es presentar la alegoría de la barca trasladada a la acción de educar. Y eso es lo que hace, precisamente, Fermín Gaínza en el poema que nos ocupa.

Empecemos por señalar que en el poema se habla de “educar”, en el sentido de la segunda acepción del DRAE: “Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, etc. (Educar la inteligencia, la voluntad). Y aún podemos desarrollar más este significado a partir de la voz latina “educare > educere” ([de ex- [fuera] y ducere [guiar]); es decir, “encaminar” no solo en el conocimiento, sino dando al que aprende los medios de abrirse al mundo, encauzándolo hacia el pleno desarrollo de sus posibilidades; por tanto, no basta con llenarle la cabeza de información. En este sentido, y en el contexto del poema, “educar” trascendería la simple transmisión de conocimientos para adentrarse también en el ámbito de los valores morales (como puedan ser la fortaleza de ánimo, el desarrollo de la voluntad, el autodominio, la perseverancia, la generosidad…). No es, pues, para Fermín Gaínza, nada fácil ser docente, pero tiene sus enormes compensaciones, al dejar en aquellos a quienes se educa una huella indeleble que sigue operando fuera del tiempo y del lugar concretos en que se produjo el encuentro docente-educando.

A partir de aquí, el poema se apoya en la imagen de “la barca/el barco/el navío”, en referencia tanto al docente como al educando, para ejemplificar de manera práctica qué debe entenderse por educar y cuáles son los beneficios efectivos y perennes de toda acción educativa bien encaminada.

Y con los versos “Educar es lo mismo / que poner motor a una barca” se abre el poema con la comparación “A es como B”, siendo A el termino real (“educar”) y B el término irreal o imagen (una barca que necesita motor); una comparación que constituye la columna vertebral de un poema cuyo contenido queda muy bien desarrollado en las cuatro agrupaciones estróficas que lo conforman, y que alcanza su clímax en los versos 19-22: educador y educando se han embarcado en una especie de “viaje iniciático” -nada menos que de apertura al saber, del que, indudablemente, ambos salen beneficiados- que llenará toda una vida y que, en el caso del educando, seguirá su curso, con independencia de quien en su momento fue “su” docente, porque continuará teniendo vigencia -aun cuando él no lo sepa-, cuanto en su alma sembró con su entrega ese docente ilusionado con su trabajo.

Desgranemos el poema según sus agrupamientos estróficos, que presentan, todos ellos asonancia /á-a/ en los versos pares, lo que crea un clima de grata eufonía. Para Gainza, “poner en marcha” el proceso educativo se asemeja a “poner motor a una barca”; y la razón es triple: hay que “medir” (es decir, moderar las palabras y acciones), “pesar” (es decir, tener la prudencia necesaria para enjuiciar algo), “equilibrar” (es decir, evitar los excesos a la hora de actuar). Son tres verbos no elegidos precisamente al azar, porque connotan profundos significados emocionales; además, los puntos suspensivos, al dejar abierta la enumeración de infinitivos, predisponen al lector a explorar su propias expectativas personales. Hasta aquí la primera combinación estrófica (versos 1-4).

¿Y cómo logarlo? La respuesta está en el segundo agrupamiento estrófico (versos 5-10), que conecta con el anterior a través del versículo trisílabo “Para eso”. En lo más íntimo de su ser, el docente debe albergar la condición de marino, pirata y poeta, además de poseer infinita paciencia (resulta graciosa la ponderación: “un kilo y medio” que adquiere dimensiones hiperbólicas). Quizá convendría preguntarse el porqué el autor ha elegido estos personajes y/o sus “profesiones”, formando una construcción paralelística de tres secuencias de cuatro miembros y gran ritmo expresivo. El “marino” debe manejar el arte de la navegación y, por tanto, asumir el riesgo que siempre comporta adentrarse en los mares; como puede serlo el de intentar que el educando termine por “aprender a ser él mismo”, potenciando todas sus virtudes como persona. Lo de “pirata” requeriría una interpretación del todo metafórica: quizá simbolice la peripecia de enseñar en libertad: lo que podríamos llamar “la aventura del aprendizaje” en la que se sumerge cuando educa. Y, por supuesto que el docente tiene que “llevar en el alma… […] un poco de poeta”, necesaria para desarrollar la sensibilidad del educando y despertar su espíritu hacia la apreciación estética. Y lo de la “paciencia” se da por sobrentendido en la profesión docente; y más en la actualidad, donde la inmediatez se convierte en el atractivo de la adolescencia -añadimos nosotros.

El tercer agrupamiento estrófico (versos 11-18) comienza con un “pero” adversativo, que revaloriza lo que se viene a decir a continuación: el ideal de todo docente -y de ahí el empleo metafórico del verbo “soñar” para referirse a los anhelos persistentes- consiste en lograr que a través de su palabra los educandos vayan trazando su propio periplo vital. El “niño”, metaforizado en “barco” y en “navío”, impelido por el docente, llegará hasta donde su esfuerzo el encamine (“muy lejos por el agua”); y de nuevo el paralelismo, ahora de una secuencia de dos versos con tres elementos con idéntica función morfosintáctica y perfecta andadura rítmica: “hacia puertos distantes, / hacia islas lejanas”. Es la cumbre de la ensoñación poética que el trabajo del docente (“mientras uno trabaja”) se vea así recompensado. La “carga de palabras” [del docente] que ese “niño/navío” lleva consigo entra de lleno en el ámbito metafórico, pues el concepto de “palabra” connota no solo significados, sino también emociones diversas: a través de las palabras se aprehende a simbolizar la realidad y, por decirlo con palabras de Pedro Salinas, dejan de ser “signos sin significancia”. Y, así, las fatigas que pudieran derivarse del ejercicio docente le llevan al poeta a expresarse en estos apropiados términos: “es consolador soñar…”.

El cuarto agrupamiento estrófico (versos 19-22) es la culminación del proceso educativo: la impronta que el docente ha dejado en el educando debe permanecer en él cuando su barca “esté durmiendo”, forma eufemística de aludir a su ausencia física para siempre junto al educando. “Nuestra propia barca” es, pues, un plural sociativo que contagia a todos los docentes de un sueño (“soñar que cuando un día”) con visos de realidad. Y los dos versos que cierran el poema expresan la convicción de que esa huella que en el orden intelectual y moral el docente deja impresa en el educando tendrá vigencia ilimitada incluso en la renovación generacional: “en barcos nuevos seguirá / nuestra bandera enarbolada.

Nada mejor para cerrar este comentario que recordar algunas palabras de un hermano de La Salle, compañero de Fermín Gaínza, el hermano Lorenzo Tébar Belmonte: “Los lasalianos podemos felicitarnos por poseer en patrimonio tan preciosos versos. Así pues, en justo reconocimiento al Hno. Fermín Gaínza y en homenaje a su genio poético de educador, esperamos que en todo el Instituto se difunda esta poesía que condensa su amor a la educación, su tino al describir el alma (“de marino, pirata, poeta”) y la virtud (“un kilo y medio de paciencia concentrada”) del educador. Pero apunta alto, al subrayar la trascendencia que conlleva la misión educadora (“en barcos nuevos, seguirá nuestra bandera enarbolada”). Hoy, cuando la autoestima de muchos docentes necesita reafirmarse con la formación y el descubrimiento del valor de la misión educativa, recibimos este poema con gozo y gratitud. Si ‘la educación es un tesoro’, el Hno. Fermín supo expresarlo con metáforas geniales que deberían escribirse en nuestra memoria, para cuando acechen las exigencias y dificultades educativas”.

[Fernando Carratalá. Quien firma este comentario empezó su travesía educativa en octubre de 1969, con miles de alumnos y profesores a lo largo de los años; y tras 56 años de “recorrido” por toda clase “de puertos y de islas”, continúa con humildad, pero con orgullo de docente, con su “bandera enarbolada”].

El polifacético Fermín Galarza. Educador, pintor, escultor… ¡y poeta!
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El polifacético Fermín Galarza. Educador, pintor, escultor… ¡y poeta!
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