José de Espronceda: El poeta romántico que desafió las convenciones socialesJosé de Espronceda, sin duda el más alto representante de la poesía romántica española, lleva a su propia vida -borrascosa, turbulenta y dinámica- el espíritu que caracteriza al Romanticismo: juventud agitada, ideas revolucionarias por las que estuvo preso en varias ocasiones, amores desordenados -con Teresa Mancha, antes y después de casada- que producen en el poeta una profunda sensación de desengaño, el deseo incontenible de afirmar su propia personalidad.
[Retrato de El estudiante de Salamanca]
Segundo Don Juan Tenorio, alma fiera e insolente, irreligioso y valiente, altanero y reñidor: Siempre el insulto en los ojos, en los labios la ironía, nada teme y toda fía de su espada y su valor.
Corazón gastado, mofa de la mujer que corteja, y, hoy despreciándola, deja la que ayer se le rindió. Ni el porvenir temió nunca, ni recuerda en lo pasado la mujer que ha abandonado, ni el dinero que perdió. Ni vio el fantasma entre sueños del que mató en desafío, ni turbó jamás su brío recelosa previsión. Siempre en lances y en amores, siempre en báquicas orgías, mezcla en palabras impías un chiste y una maldición.
En Salamanca famoso por su vida y buen talante, al atrevido estudiante le señalan entre mil; fuero le da su osadía, le disculpa su riqueza, su generosa nobleza, su hermosura varonil.
Que en su arrogancia y sus vicios, caballeresca apostura, agilidad y bravura ninguno alcanza a igualar: Que hasta en sus crímenes mismos, en su impiedad y altiveza, pone un sello de grandeza don Félix de Montemar. [6]
José de Espronceda: El estudiante de Salamanca. Parte primera, versos 100-139. Madrid, Ediciones Cátedra, 2011 (1989). Colección Letras Hispánicas, núm. 6. Benito Varela Jácome, editor literario.
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-estudiante-de-salamanca--0/html/fedd8060-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html Cuando los comienzos poéticos de Espronceda entroncan con la poesía neoclásica, hay en sus primeras composiciones -por ejemplo, en el inconcluso poema El Pelayo, o en el retórico poema “Himno al sol”, enfatizado por medio del apóstrofe lírico- un nervio y un brío que no es propio de los neoclásicos y que preludian su temperamento romántico: léxico tremendamente descriptivo, exceso de adjetivación -y de tintes sombríos-, imágenes brillantes, musicalidad robusta..., todo ello encaminado a lograr un tono exaltado y elocuente. Pronto Espronceda se deshace de las trabas neoclásicas y encuentra en el Romanticismo el estilo y la temática más acordes con su carácter; y produce una serie de poesías líricas sueltas en las que manifiesta sus ideas revolucionarias, su desdén por la sociedad y su entusiasmo por la vidas libre. En todas estas obras se ofrecen de modo evidente los valores y cualidades característicos de la poesía romántica, aunque también sus defectos: locuciones vulgares; descuidos en la construcción gramatical; adjetivaciones manidas; estridencias de tono, como resultado de lanzar las frases sin depurar, tal como salen del corazón y sin pasar apenas por el cerebro... Pero aun así, logra excelentes composiciones, como “El canto del cosaco” -una fervorosa adhesión a la libertad más rebelde, un frontal ataque revolucionario a todo lo establecido, una exaltación de lo caótico, y siempre con el dinamismo de una acción galopante...-, y “La canción del pirata” -que tiene su antecedente en “El corsario·, de lord Byron-, otro canto a la libertad, con cuadros de gran fuerza plástica y brillante colorido. El protagonista llega a exclamar: “que es mi Dios la libertad”·, como si este solo verso resumiera toda la estética romántica.
El canto del cosaco https://ciudadseva.com/texto/el-canto-del-cosaco/ La canción del pirata https://ciudadseva.com/texto/cancion-del-pirata/
Espronceda nos ha legado también unas composiciones en las que desfila toda una galería de personajes que tienen en común el resentimiento hacia una sociedad de la que son víctimas inocentes: “El mendigo”, “El verdugo, “El reo de muerte”.
El mendigo https://www.poesi.as/jepl0012.htm El verdugo https://www.poesi.as/jepl0014.htm El reo de muerte https://www.poesi.as/jepl0013.htm
En otro de sus poemas -“A Jarifa en una orgía”- canta a la mujer caída en el vicio, para la que, preso de pesimismo romántico, no tiene ni una palabra de consuelo, una esperanza de redención: “[...] no hay en la tierra / paz para ti, ni dicha, ni contento, / sino eterna ambición y eterna guerra.”. En esta desgarrada composición nos expresa Espronceda su profundo hastío, su desengaño amargo. Hay en ella un verso que resume su concepto negativo de la vida: “solo en la paz de los sepulcros creo...”.
A Jarifa en una orgía https://ciudadseva.com/texto/a-jarifa-en-una-orgia/ Junto al “Canto a Teresa”, escrito en 44 octavas reales [3], poema incluido en El diablo mundo, El estudiante de Salamanca es, si duda, lo mejor que ha escrito Espronceda, y cuyo tema también desarrollará Zorrilla en El capitán Montoya.
“Canto a Teresa”. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com/obra/canto-a-teresa--0/ El diablo mundo. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-diablo-mundo--0/html/ [Esta obra quedó inacabada, y sin perfilar, por la prematura muerte de Espronceda. Se halla dividida en seis cantos completos y unos fragmentos del séptimo, con un total de 6020 versos. Espronceda quiso afrontar los más graves problemas de la vida del hombre, y para ello se vale de la historia de un personaje fantástico, Adán -que es una mezcla del Fausto de Goethe y de El ingenuo de Voltaire-, que rejuvenece por arte diabólico, vuelve a entrar impetuosamente en la vida y conoce una serie de desengaños. En el texto se entremezclan desordenadamente lirismo, filosofía, humor, sensualidad... Y aun cuando el temperamento vitas e irreflexivo de Espronceda no casa bien con el pensamiento filosófico y racional, lo cierto es que, como obra de un gran poeta que es, se encuentran en ella fragmentos de gran calidad literaria]. Como poeta lírico, Espronceda se caracteriza, pues, por la exaltación del sentimiento; por un brío y un desenfado extraordinarios en su expresión poética; por la atropellada fluidez de su inspiración; y, sobre todo, por la original combinación de un asombroso sentido plástico y colorista con un subjetivismo romántico exacerbado que pasaba sin transición de las más cálidas expansiones del sentimiento a las manifestaciones de un humorismo escéptico y pesimista. En los versos de Espronceda se alternan verdaderos aciertos estéticos con momentos de prosaísmo y de mal gusto. Aparte de la escasa depuración de los elementos que integran su obra, hay otros inconvenientes que terminan por alejarla de los gustos actuales: en primer lugar, un vocabulario poético plagado de expresiones efectistas y, en segundo lugar, una aparatosa retórica. No obstante, y sin prescindimos de estos “defectos”, de los que, en gran parte, solo es responsable el canon estético de la época, no cabe la menor duda de que Espronceda es un grandísimo poeta, y así lo evidencian su portentosa imaginación, la fuerza plástica de sus imágenes, la rotunda musicalidad de sus estrofas y, en especial, la expresividad de su estilo, en el que incluso los más ramplones epítetos pueden entrañar un sugestivo contenido poético.
**********
El estudiante de Salamanca es poema narrativo de 1704 versos, dividido en cuatro partes, y publicado en su versión definitiva en 1840. Obra emblemática del romanticismo español, transgresora en su momento de los cánones estéticos, y con el mito de Don Juan como trasfondo -cuya creación se atribuye a Tirso de Molina en su obra dramática El burlador de Servilla y convidado de piedra-, contiene cuantos elementos temáticos y formales caracterizan a este movimiento literario: léxico esencialmente escogido entre los vocablos más terroríficos; inagotable variedad de metros y de ritmos, hábilmente adaptados a cada situación; combinaciones rítmicas violentas, con finales de verso agudos, y abundancia de términos esdrújulos, lo que implica una versificación sonora; temas que repugnan a la razón, pero que sugestionan a la imaginación -como lo tétrico de la danza final de los espectros en torno a don Félix de Montemar, cuadro lleno de grandeza y terror-; gusto por lo sepulcral, por las sensaciones fuertes; ambientes y escenas descritos con imágenes de sorprendente plasticidad; lenguaje exaltado... En la primera se efectúa la presentación del héroe -Félix de Montemar-, personaje altanero, encarnación del cinismo y la rebeldía, que nada teme y todo lo fía a su espada; y mujeriego empedernido. En la segunda parte doña Elvira, un personaje delicadamente femenino que cae en las redes de don Félix de Montemar, muere de pena cuando este, cansado de ella y sin tener en cuenta sus sentimientos, la abandona. En la tercera parte, don Diego de Pastrana, hermano de doña Elvira, pretende reivindicar el honor de su hermana, pero muere en su enfrentamiento con don Félix de Montemar. En la cuarta parte, este contempla su propio entierro y celebra sus desposorios con el fantasma de doña Elvira -lo que le provoca una fuerte impresión que acaba con su vida- en la cripta de una iglesia, entre un alucinante baile de espectros y esqueletos que danzan a su alrededor entonando cantos de amor.
El estudiante de Salamanca. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-estudiante-de-salamanca--0/html/fedd8060-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html
Entremos ya en el comentario de la descripción del arrogante, donjuanesco y libertino estudiante, muchas de cuyas cualidades le corresponden al propio Espronceda. El fragmento de 39 versos lo conforman cinco octavillas agudas, compuestas cada una por ocho versos octosílabos con rima consonante, de acuerdo con la estructura -aab’-ccb’, en la que los versos cuarto y octavo son agudos, y sin que se repita ninguna de ellas. Y es la tercera (versos 116-123) la de mayor sonoridad, en la que se combinan palabras llanas a final de verso con rimas gemelas que rompen el diptongo (desafío/brío, orgías/impías), y también con rimas agudas (previsión/maldición), y al margen de que existan en el interior de verso palabras agudas (mató, turbó, jamás) e incluso una palabra esdrújula (báquicas); lo cual pone de manifiesto no solo la habilidad para la versificación de Espronceda, sino también su dominio de los recursos fónicos de los vocablos. Espronceda no presta atención a los rasgos físicos del personaje; solo hay una referencia a su “hermosura varonil” (verso 131) y, en todo caso, a su “caballeresca apostura” (verso 133, si por “apostura” entendemos el antiguo significado de “adorno, afeite, atavío”, más que “gentileza, buena disposición en la persona”); pero, a cambio, nos da una sobrecogedora semblanza moral de don Félix e Montemar, al que presenta como “Segundo Don Juan Tenorio” (verso 100). Obviamente, Espronceda alude a la existencia de un “primer Don Juan Tenorio”, el atribuido a Tirso de Molina, un personaje libertino y mujeriego que, aunque confía en la justicia divina («no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague»), está convencido de que tiempo tendrá de arrepentirse de sus muchos pecados antes de presentarse ante Dios, sin preocuparse en el día a día de la salvación de su alma (“¡Tan largo me lo fiáis!”). No obstante, al final muere como réprobo, condenado a las penas eternas (no hay que olvidar que fray Gabriel Téllez es un teólogo de la Orden de la Merced). [Hagamos ahora un breve paréntesis. El “Tenorio” de José Zorrilla se publica en 1844, dos años después de la muerte de Espronceda (en mayo de 1842). Pero en el drama romántico del escritor vallisoletano, Don Juan queda redimido por el amor de Doña Inés, que intercede por su salvación, lo cual está más acorde con la sensibilidad romántica del momento. Y todavía queda en la literatura española un cuarto personaje que encarna algunos aspectos del donjuanismo: el Marqués de Bradomín, protagonista de la tetralogía narrativa las [cuatro] Sonatas, de Valle-Inclán, compuestas entre 1902 y 1905; un peculiar Don Juan, “cínico, descreído y galante como un cardenal del Renacimiento”, “feo, católico y sentimental”, en palabras del propio autor]. Y sigue una adjetivación altamente descriptiva de su temperamento, con parejas de calificativos escogidos con toda propiedad semántica para definir el carácter que pretende reflejar Espronceda: su alma es dura y áspera, desvergonzada y soberbia (“fiera e insolente”, verso 101); y es descreído y audaz (“irreligioso y valiente”, verso 102), arrogante y pendenciero (“altanero y reñidor”, verso 103). Sin duda, estos seis adjetivos -en parejas-, en el contexto de la rítmica de los versos heptasílabos, alcanzan una expresividad, por su valor connotativo, mucho más intensa que los que, como explicación de su significado, hemos empleado nosotros en calidad de sinónimos de aquellos. Pero a partir de la segunda mitad de esta estrofa, el poeta prefiere una descripción de su personaje en la que desaparecen los adjetivos, reemplazados por diferentes estructuras sintácticas en las que predominan los nombres abstractos fuertemente caracterizadores; y así, alude a su temperamento insultante (“siempre el insulto en los ojos”, verso 104), a su talante burlón (“en los labios la ironía”, verso 105), temerario (e imprudente a la hora de afrontar los peligros) y valeroso (“nada teme y todo fía / de su espada y su valor”, versos 106-107). La arrogancia, la irreligiosidad y la prepotencia son, pues, rasgos que dominan esta primera octavilla (versos 100-107). En la segunda de las octavas (versos 108-115) queda definida la actitud del protagonista en relación con las mujeres: si un día las corteja, al siguiente las desprecia, y de inmediato caen en el olvido; es decir, que se ríe de los sentimientos de las mujeres -el vocablo que emplea Espronceda es “se mofa”, que implica la burla con escarnio-; y si su corazón está “gastado” (verso 108), es por el mal uso sentimental que se hace de él, propio de un embaucador que se aprovecha del candor de las mujeres medite el engaño. El adjetivo “mujeriego” se habría quedado corto para recoger el desprecio hacia la mujer que hay en el fondo de sus actitudes vitales. Y desde el punto de vista lingüístico, llama la atención en esta estrofa el empleo que se hace de los tiempos verbales, sometidos a un “juego” altamente eficaz: comienza por el presente de indicativo (“mofa/corteja”), que parece adquirir un valor intemporal; opone el “hoy” al “ayer” empleando el presente de indicativo (“hoy” deja) frente al pretérito perfecto simple (la que “ayer” se le rindió), un pretérito perfecto simple que sepulta el “ayer” en un pasado lejano psicológicamente. Pero es en los versos 111-114 donde se exhibe la capacidad lingüística de Espronceda: para el “porvenir” se emplea el pretérito perfecto simple -de acción perfectiva alejada del presente-: “ni el porvenir temió nunca” (verso 112); a continuación irrumpe el presente para referirse al pasado: “ni recuerda en lo pasado” (verso 113); y ese pasado se expresa seguidamente con el pretérito perfecto, cuyas repercusiones alcanzan al presente: “la mujer que ha abandonado” (verso 114). No se puede expresar con menos palabras y mayor exactitud lo execrable de un comportamiento con las mujeres en el pasado, en el presente y en futuro; que es el “donjuanismo” llevado al extremo, a sus últimas consecuencias. La estrofa se cierra con un verso que alude a su afición al juego, sin importarle las pérdidas: “ni [recuerda] el dinero que perdió” (verso 115). Y que don Félix de Montemar es todo un tahur se pone de manifiesto en la tercera parte de la obra, compuesta por cuatro escenas, en las que intervienen cuatro jugadores, además del propio Félix de Montemar y don Diego de Pastrana. La primera escena va precedida de estas cinco redondillas, en versos octosílabos, que reflejan el ambiente lúgubre y tenso en el que se van a desenvolver los jugadores: En derredor de una mesa hasta seis hombres están, fija la vista en los naipes, mientras juegan al parar; y en sus semblantes se pintan el despecho y el afán: Por perder desesperados, avarientos por ganar. Reina profundo silencio, sin que lo rompa jamás otro ruido que el del oro, o una voz para jurar. Pálida lámpara alumbra con trémula claridad, negras de humo las paredes de aquella estancia infernal. Y el misterioso bramido se escucha del huracán, que azota los vidrios frágiles con sus alas al pasar.
De hecho, estamos ante un personaje que, en cierto modo, está en la línea del protagonista de la “Canción del pirata” -que vive margen de las convenciones sociales y tiene como máximo ideal la libertad-, o del “Canto del cosaco” -encarnación del espíritu libertario, aventurero, temerario, disconforme con la sociedad... En la primera parte de la tercera octavilla (versos 116-119), el protagonista aparece como hombre “retador”, y que sale airoso de los duelos que afronta, sin que le importen sus víctimas -pues no le remuerde la conciencia-; unos duelos que afronta de forma imprevista y despreocupada, pues no existe en él “recelosa previsión” (verso 119). Y en la segunda parte de la octavilla, el protagonista figura siempre metido en riñas [o en juegos de naipes] y relaciones amorosas superficiales y pasajeras; en todo tipo de excesos y pasiones desenfrenadas que rinden culto a Baco; soltando impíos improperios que pasan de la ocurrencia graciosa a la imprecación (versos 120-123). Lingüísticamente cabe reseñar el paralelismo de las construcciones “Siempre en lances y en amores, / siempre en báquicas orgías” (versos 1201-121); y la vuelta de la adjetivación (“báquicas orgías”/“palabras impías”), cuya anteposición o posposición obedece a efectos meramente auditivos y rítmicos, así como a exigencias de la rima. La antítesis con que se cierra la estrofa (“un chiste y una maldición”) subraya el carácter contradictorio del personaje, capaz de combinar lo festivo con lo serio, lo chocarrero con lo reprobable y enojoso. La cuarta de las octavillas quizá sea la más lograda de las cinco, por su ritmo sostenido, grata musicalidad y una adecuada combinación de adjetivos y nombres abstractos de gran eufonía y estratégica colocación, tanto en el conjunto de la estrofa como en cada uno de los versos. Por fin sabemos que este “segundo Don Juan Tenorio” es “el estudiante de Salamanca”, no uno cualquiera, sino precisamente aquel que es “señalado entre mil” por sus prendas personales: es famoso, atrevido, generoso -en cuanto a su nobleza- y varonil -en cuanto a su hermosura-, y posee buen talante [semblante o disposición personal], osadía y riqueza, que son buenas razones -la palabra “fuero” debe entenderse en el contexto con el significado de “privilegio o prerrogativa”- para disculpar sus excesos y manera de ser. Por otra parte, los tres últimos versos (129-131) encierran un perfecto paralelismo sintáctico: “le disculpa su riqueza, / su generosa nobleza, / su hermosura varonil” (si bien, el pronombre átono de tercera persona y el verbo transitivo están elididos en los versos 130 y 131; y en el verso 130, el nombre sujeto no va precedido de adjetivo). Y en la quinta octavilla (versos 132-139) se enumera -mediante nombres abstractos- cuanto completa el perfil humano del “estudiante de Salamanca”, cuyo nombre se ha retrasado hasta el verso final: “don Félix de Montemar”: arrogancia, apostura, bravura, impiedad, altiveza; un personaje que “hasta en sus crímenes mismos / [...] pone un sello de grandeza”. Vistas en su conjunto las cinco octavillas, Espronceda insiste en ciertos rasgos de carácter -que resultan redundantes- más que en otros: don Félix de Montemar es insolente (verso 101) y posee osadía (verso 128), arrogancia (verso 132) y altiveza (verso 137); es irreligioso (verso 102), usa palabras impías (verso 122) y hace gala de impiedad (verso 137); tiene un comportamiento criminal (“mató en desafíos”, verso 117; “y en sus crímenes mismos”, verso 136); es famoso (verso 124), le señalan entre mil (verso 127) y ninguno iguala a alcanzar (verso 135); tiene hermosura varonil (verso 131) y caballeresca apostura (verso 133); y posee valor (verso 107), brío (verso 118) y bravura (verso 134). Estamos, pues, ante el típico “héroe romántico” mitificado por la literatura. [El estudiante de Salamanca, de José de Espronceda, contiene una textura bien trabada, casi clásica y al mismo tiempo compendia en sí todos los ingredientes formales e internos que hemos dado en llamar románticos. Y de tal modo configurados, que muy pocos dudarían en tomar esta obra como paradigma del Romanticismo español. Benito Varela Jácome, preparador de la edición, pone de relieve esa trabazón estructural que, en una lectura apasionada, a veces se pierde entre el tema subyugante y la rotundidad de las estrofas]. Puedes comprar el libro en:
Noticias relacionadas+ 0 comentarios
|
|
|