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Jorge Guillén-Américo Castro: "Correspondencia"

Fund. Jorge Guillén, Valladolid, 2018

viernes 30 de noviembre de 2018, 06:29h

Magnífica, una vez más, la edición que prepara la Fundación, en este caso para darnos cuenta de la fecunda, amistosa y culta relación personal de dos autoridades en el mundo cultural español, en este caso la correspondencia escrita habida entre el poeta Jorge Guillén y el historiador Américo Castro. Los dos conocedores de la realidad española, interesados vivamente en una dignificación de la condición del intelectual, y por ello comprometidos en una realidad convulsa, compleja, distorsionada en lo material y bastante equívoca en su decurso histórico.

Correspondencia (1924-1972)
Correspondencia (1924-1972)

España, es cierto, habiendo sido una de las cunas donde ha crecido lo que luego ha venido en significar la cultura de tradición europea, ha sido, a la vez, motivo de interés para muchos hispanistas por cuanto, dados los rasgos distintivos de este país de aluvión donde han convivido tan distintas culturas, no podían entender una deriva tan confusa y heterogénea ya fuera en lo político, ya en lo cultural o social.

Para el caso presente, los años que comprende esta correspondencia van desde 1924 a 1972, un período suficientemente amplio como punto de observación socio-político-cultural. Un referente temporal válido como preocupación -extensiva a estos dos protagonistas- razón por la cual se convertirían –ellos y su obra- en objeto de disenso: unas veces en objeto de chanza o desprecio por parte de los malvados o ignorantes, otras de alabanza y loa por parte de unos pocos Escribe en un pasaje Américo Castro: “Todos somos (en este caso a propósito de los ataques al texto de Guillén ‘Huerto de Melibea’) víctimas de agresiones infectas, de calumnias a veces canallescas” Ahora bien, como respuesta de dignidad, añade: “Lo peor que se les puede hacer a los enemigos es seguir produciendo cosas, realidades presentes que revalidan las pasadas” Guillén, sin embargo, aprovecha para destacar un artículo de Francisco Márquez sobre las ideas de Américo Castro, y refiere así su contenido: “Me ha gustado mucho, estudio admirable, de gran altura. No son solo los puntos sobre las íes, es el enjuiciamiento de tan vasta situación histórica. ¿Ve usted? Hay algo más que incomprensión en torno a sus ideas”.

Los ejemplos referidos podrían dar fe de la existencia de esas ‘dos españas’ que, a la sazón, no son sino rencillas, nimiedades por lo general improductivas; haciendo ver, a la vez, por extensión, que no sería esa la única realidad. Todo más un país, España, tan variado y heterogéneo y esquivo dentro de sí propio que, por no haber un fin común y consensuado culturalmente de progreso, parece que tirando cada cual para su lado, más se fracciona y divide que se construye.

Por lo demás, los textos de esta correspondencia están transidos de noble y sincera amistad, un rasgo no desdeñable de cómo se construye también un país cuando triunfa un principio de cordura, de educación, de bonhomía que hoy, en general, acaso podría decirse que es un valor que viene siendo bastante olvidado.

Una lectura ésta, pues, provechosa como reflejo cultural, como expresión de los bienes de la escuela de cuna en sentido lato.

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