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“La nada griega” de Miguel Catalán: paradojas metafísicas sobre el vacío y el ser

Por José Antonio Olmedo López-Amor
lunes 03 de septiembre de 2018, 01:00h
Miguel Catalán
Miguel Catalán

Miguel Catalán González nace en Valencia en 1958. Realiza sus primeros estudios en el Patronato de la Juventud Obrera. Trabaja como aprendiz en la imprenta Sucesores de Vives Mora antes comenzar su etapa como profesor en el Instituto Luis Vives de su ciudad natal. Leer a filósofos como Bertrand Russell, Schopenhauer y Nietzsche le lleva a matricularse en la licenciatura de Filosofía. Comienza a escribir ficciones bajo la influencia de Thomas Mann y Marcel Proust, lecturas juveniles que marcarán su estilo narrativo. Se licencia en Filosofía Pura en 1984 y realiza su tesis doctoral sobre la teoría moral del pragmatista norteamericano John Dewey; la publicación de esta tesis bajo el título Pensamiento y acción supondría su debut editorial en 1994. Actualmente, Catalán sigue ejerciendo su labor docente en la Facultad de Ciencias de la Información en la Universidad CEU Cardenal Herrera.

Catalán ha publicado veinticuatro libros en veinticuatro años, su ritmo creativo no ha menguado un ápice después de más de dos décadas, algo que demuestra —además de disciplina y trabajo— lo apasionado y comprometido que está con la literatura.

La nada griega se compone de ciento once paradojas, formato que ya empleó —con su misma cantidad— en El sol de medianoche (Edicions de Ponent, 2001), y para quien no esté familiarizado con la paradoja como género literario cabe apuntar que se trata de textos, por lo general, breves, en los que las expresiones envuelven una contradicción. Además de eso, y trascendiendo su antitética materialidad, los factores presentados en ella deben resultar válidos, reales o verosímiles; estos y otros rasgos hacen que las paradojas puedan concebirse de varios tipos. Para Julián Pérez Porto y María Merino dicha clasificación puede llevar se a cabo en dos grandes grupos: en función de su veracidad y en base al área de conocimiento al que se suscribe. O lo que es lo mismo: antinomias, condicionales, de definición y verídicas; y por citar solo unos ejemplos: economía, matemática y física.

Atendamos a la paradoja número cuatro para ejemplificar su razón de ser: «Las personas que creen que nunca mienten, lo hacen por partida doble. Mienten a los demás, como todo el mundo, y además se mienten a sí mismos». Podemos considerar también paradojas a las ideas opuestas a la opinión general, aserciones aparentemente absurdas que se presentan como verdaderas. En la paradoja anteriormente citada de Miguel Catalán atendemos a un juicio moral, más allá de una actitud frente a la verdad o la mentira, Catalán nos habla de la hipocresía, del uso o desuso que hacemos de ambas y del invisible castigo-consecuencia natural que se sufre por ello.

La máscara social se deforma y destruye con cada paradoja de Catalán: «Cómo estresa que el presentador nos diga al despedir las noticias: “Sean ustedes felices”.». En ocasiones, una paradoja dentro de otra: seleccionan noticias trágicas y desasosegantes para inducirnos preocupaciones y miedos pero nos desean felicidad; a la ya acelerada vida citadina, llena de sueños por cumplir y esfuerzo por conseguirlos, añadimos la petición de un presentador de tres al cuarto y nos parece estresante.

Las luces y las sombras equilibran complejamente una balanza lingüística que muchas veces refulge como una aporía: «El poderío germinativo de la putrefacción». No en vano, la paradoja ha servido históricamente y sirve a filósofos y científicos —su uso en matemáticas es recurrente— para esclarecer anatemas como una forma de reducción al absurdo. Una correcta decodificación de las paradojas y sus argumentos beneficia el desarrollo del análisis y procesamiento de nuestra información abstracta.

Para Umberto Eco, la paradoja es un vehículo para verdades ultrajantes que solo tras una segunda lectura o reflexión desvela su parte de verdad (2002). A diferencia del aforismo, las paradojas son más complejas tanto para su autor como para su lector. A la agudeza aforística hemos de sumar el juego de palabras máscara-esencia que va más allá de la opinión común y traza senderos marcados por la lógica, los cuales, sin embargo, presentan afirmaciones autocontradictorias: «Los fantasmas, esos muertos inmaduros».

En la bibliografía de Miguel Catalán podemos encontrar mucha filosofía, y también política o temas y reflexiones políticos, pero por encima de su repertorio temático hay una vertebral investigación sobre la naturaleza humana. De forma interdisciplinar, Catalán elabora un constructo científico que basa su esencia en la ilusión, el engaño y el error humano, algo que desarrollaría de manera extensa en su libro-tratado que lleva por título “Seudología”, así como en posteriores obras de mismo título.

En La nada griega, como su propio título anticipa, el filósofo presta especial atención a lo que el concepto de nada representaba para los pensadores griegos, por supuesto, sin desdeñar las mencionadas preocupaciones antropológicas. Partiendo del plenum o el ser en Parménides, conocemos el no ser, la vacuidad de materia, o lo que es lo mismo, la nada, una nada que aparentemente empujada por la lógica deja de ser nada para ser algo. El paradojista aludirá a Meliso, Leucipo y Demócrito, por supuesto a la sofística y especialmente a Platón. Aunque hay referencias a muchos otros artistas y pensadores, encuentro de especial interés las reflexiones inherentes a Plotino y Cirlot: «”Los viajes inútiles”: Quien nada tiene dentro de sí, nada encuentra fuera».

Las paradojas más extensas se encargan de ilustrar la casuística helénica en cuanto a la nada y sus satélites: « El matemático griego Hipaso de Metaponto descubrió un buen día que no todos los números eran racionales […]; Cuando llegó la mala noticia a oídos del racionalista Pitágoras, este condenó a Hipaso a morir ahogado». Parménides y la ontología eleática apostaron por una nada como espacio vacío y finito, a lo que Meliso propuso la eternidad infinita. El pensamiento de Catalán actualiza y versiona una problemática milenaria y la contextualiza en un presente controvertido y necesitado de filósofos que lo cuestionen: «”Los tres niveles”: En un mundo de simuladores (1), el individuo sincero (0) será considerado un cínico (2)».

Como hemos dicho antes, algunas paradojas irresolubles de la antigüedad fueron resueltas merced a los avances cognitivos o cambios de paradigma, cosmovisión o episteme, he ahí una de las grandezas de la paradoja asociada al pensamiento, un afán por trascender, por superar lo trillado y consabido que dibuja puertas en los muros más gruesos, puertas que el lector reflexivo podrá o no abrir.

En la última parte del libro encontramos elementos que apuntan a una especie de paradoja cancroide o más experimental: intertextualidad con acervo popular, paradoja visual, atribución de paradojas a otros autores. No es la primera ocasión en que el talento creativo e inquieto de Miguel Catalán empuja los márgenes de un género y crea pasajes o alguna que otra obra completa híbrida.

Rousseau opuso la paradoja a los prejuicios. Pitigrilli la colocó a la altura de la poesía entre los valores intelectuales; lo que está muy claro, es que además de un recurso semántico para el filósofo moderno, la paradoja se ha constituido como uno de los procesos fundamentales del pensamiento contemporáneo.

Para terminar, transcribo la paradoja de Miguel Catalán atribuida a Jorge Luis Borges: «La biografía es un género en el que un individuo quiere despertar en otro recuerdos que sólo tuvo un tercero».

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