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“El último rincón del alma”: el silencio en la palabra de Eliana Cevallos

martes 30 de julio de 2019, 13:53h
El último rincón del alma
El último rincón del alma

En el último rincón de nuestra alma reside el lenguaje, un lenguaje que quien se hunde en el silencio de la contemplación reconoce revelador, pues su sintaxis transparenta una semántica no dicha que amplía su campo de emoción y reflexión. Esto nos dice Eliana Cevallos Rojas, poeta ecuatoriana residente en Suiza que estudió Derecho y Psicología. Como anteriores obras de la autora se encuentran La didáctica del amor en pareja (libro de Psicología) y Donde se mecen suavemente las hojas, un poemario con el que llegó a ser finalista del Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo.

Por tanto, la capacidad de la autora para descifrar los signos de la mente, su corta bibliografía —lo que indica que está empezando a mostrar la riqueza de su mundo interior— y una marcada creencia en la trascendencia de la vida de altura religiosa, anticipa una obra densa, llena de deslumbramientos, emociones y preguntas que ejerce un singular efecto en la conciencia del lector.

José Luis Guinot nos adentra a través del prólogo por esa latitud inhóspita de nuestro interior —que a su vez es la interioridad de la autora— que constela lo físico, psíquico y cultural en una suerte de reflejo del lenguaje. «Oasis para el alma, respiro, alerta», con estas definiciones sintetiza Guinot un libro al que supone como concreción de un proceso de encuentro consigo misma —o con la otredad— de la autora. Ofrenda experiencial, el prologuista considera este poemario como un regalo que tras ser recibido a través de su lectura, algo cambia en su receptor.

Cinco partes se unen para cohesionar el guion lírico de El último rincón del alma, cinco estadios de la conciencia que organizan cronológicamente ese citado encuentro: «La contemplación, La soledad, El silencio, El encuentro y La comprensión». Digamos, que estos cinco movimientos son del todo mudos para el individuo que los experimente en el plano real, pero conociendo las limitaciones del lenguaje —y por ello la autora ha escogido el lenguaje más rico, el poético— de las que la autora es plenamente consciente, estos poemas aspiran a poner voz y compartir con el público ese silencioso cisma que se origina en lo más íntimo del ser humano.

Esas cinco partes en las que se estructura la obra se delimitan formalmente por poemas en prosa titulados temáticamente, lo que significa que realmente todos los poemas se suceden, están unidos a pesar del carácter diferenciado de cada una de las partes señaladas. La autora emplea el verso libre y sin rima para componer poemas estróficos en los que proliferan las citas bíblicas. Esas referencias a los Evangelios cristianos encuentran una analogía formal en el empleo de las letras mayúsculas. Será recurrente encontrar palabras que empiezan con mayúscula cuando estas aludan a algún aspecto o entidad relacionados con la divinidad o lo inefable superior.

Es aconsejable interpretar esta obra, en el plano literario, como anagogía en el sentido del filósofo neoplatónico Clemente de Alejandría, es decir, superando la interpretación literal para llegar a un nivel superior. Así manejaremos la metáfora, la alegoría, como herramientas para desentrañar aquello que no puede decirse y su más cercana pista se encuentra encriptada en lo simbólico.

La ilustración de la guarda, titulada “De los árboles naranjas”, la cual se puede atisbar antes de abrir el libro a través del troquelado de la cubierta, es obra del famoso y ya desaparecido retratista valenciano Sebastián Capella. Un óleo en el que se representa, o eso se puede interpretar, la tierra, los árboles y el cielo, como correlato o reflejo de ese trámite versado en los poemas que parte de lo terreno a lo celeste y de lo físico a lo inefable que atraviesa indefectiblemente la naturaleza.

La palabra `Dios´ aparece ya en el primer poema, titulado “La contemplación”, donde la autora a través de una prosa que no busca lo poético ni fuerza su sintaxis para alzar el vuelo es contundente y clara en su exposición: «De la observación nace la atención y de la atención brota la contemplación». Cevallos Rojas reconoce que el ser humano puede ser depredador para otros semejantes, también, que se puede equivocar, pero advierte que en algún momento su vorágine se detendrá y «se dejará tomar por el orden perfecto que llamamos belleza y descubrirá que somos unidad en medio de una danza perfecta en movimiento». Precisa propedéutica, este apartado se compone de cuatro poemas cuyos títulos forman al unirse esta frase: «Escucho donde se mecen suavemente las hojas, las palabras vivas de la tierra: tu belleza». Quizás de manera inconsciente, la autora hilvana en estos cuatro poemas su particular maqueta de la obra total.

En la contemplación, el viento se personifica y habla, la luz, las hojas, el musgo, contienen un significado nunca antes interpretado y esto conmociona a un hablante lírico que cae de rodillas entre las cuerdas de la lluvia. Lo sublime es obrado por la naturaleza y ello lleva al éxtasis a quien lo contempla. De ahí nace el anhelo de imitarlo: «Quisiera poder escribir como escribe la nueve cuando cae en el pentagrama de pinos». Pero la asunción de su imposibilidad forja la promesa de entender el silencio y confiar al lenguaje toda sustancia de su transcripción.

En poemas como “Tu belleza” el hablante lírico parece interpelar de manera directa a un apóstrofe magnificente que la subyuga con su poder: «Hoy tu belleza fue la mía. // Me tocó, / tropezó en mi mente, / alborotó palabras / hilvanó mis párpados con los tuyos». Aquí ya puede intuirse que el fin de la experiencia espiritual es un acercamiento hasta el contacto con la divinidad a la manera mística: «Desperté en tu inmensidad / y quedó el silencio atrapando todas las palabras».

Esto nos lleva hasta la soledad «como vacío para el Tú», la hornacina que espera a la escultura que le otorgue su sentido. Aquí se refuerza el acceso místico como culmen del viaje espiritual con poemas como el titulado “Noche oscura”, de claros ecos de Juan de la Cruz: «No me queda ni un abrigo, ni una sombra, ni un reflejo. // Soy dolor expirando entre temores». Aumenta la sensación de desvalimiento en la soledad y ello aumenta también la desesperación.

El presagio de la muerte, la presencia del dolor, todo se magnifica en la ausencia de la verdad desnuda. Así llegamos al silencio, espejo que nos muestra lo que somos y escenario propicio para el encuentro. La intertextualidad religiosa va aumentando paulatinamente: «En el principio fue la palabra. / En su alma la letra. / En su letra el silencio», mientras la certidumbre de la insuficiencia del lenguaje cobra fuerza: «Cómo decirlo si la inmensidad no cabe en las palabras».

La palabra poética de Eliana Cevallos nos va adentrando cada vez más en un estado de conciencia que se aliena si piensa en las cosas mundanas y por ello, la invitación a abandonar el yo, como forma verdadera de encontrarse, es clara: «Surgió la belleza del abandono del yo, / la bondad que estalla suave / y sube al carrusel de las palabras».

En el poema titulado “Llanto” ya no es suficiente con haber vislumbrado lo eterno. En mitad del llanto el yo poemático se hunde en una profunda fe que lo prepara para el siguiente paso: el encuentro. Aquí comienzan las citas bíblicas a encabezar todos los poemas de este bloque. La religiosidad ha ido aumentando hasta convertirse prácticamente en una exégesis del contenido bíblico que además pretende nombrar lo innombrado. Las alusiones a Cristo son constantes, como también las enseñanzas implícitas en sus vivencias. Los últimos poemas de este apartado ilustran el martirologio de la cruz, el sufrimiento y la muerte como fin y principio de una nueva realidad: «Getsemaní es como la muerte de una estrella, / abre misterios en hondos presentimientos».

Por su parte, la comprensión de la experiencia espiritual es la asunción del encuentro permanente que hace imposible la soledad y el silencio. Los últimos poemas del libro rezuman la alegría de dicha certidumbre, jamás se vuelve a caminar solo después de haber hablado el lenguaje de las flores y la lluvia, después de haber comprendido la unidad de todo cuanto existe y el hondo significado de la vida: el amor.

Publicado en la singular colección Imaginal del sello valenciano Olé Libros, El último rincón del alma afianza a Eliana Cevallos como destacada poeta mística entre sus compañeros de promoción, algo tan atípico como necesario en los lares de la poesía contemporánea.

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Eliana Cevallos
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