Siempre estuvo orgulloso de sus pies. Ni pequeños ni grandes, más bien medianos para un hombre de su estura, ni alto ni bajo. Tirando a mediano. Sus dedos eran largos, sin protuberancias óseas que deformaran la articulación en la base del dedo gordo del pie. Es decir, sin un mal juanete, ni un incómodo callo que destrozara un buen paseo.
Cincelados a conciencia, como si siempre hubieran ido envueltos en algodones; sus zapatos no ejercían presión ni oprimían la articulación metatarsofalángica; las uñas estaban recortadas correctamente, en línea recta para evitar que al crecer se incrustaran en la piel; el arco del pie no estaba alto, y al no tener sobrepeso, se eliminaba el riesgo de sufrir fascitis plantar. Tampoco hacía tanto ejercicio como para que le salieran ampollas… Tenía unos pies de lujo. Se reía al recordar lo que decía su amigo, eso de que no había mayor placer que quitarse unos zapatos pequeños al llegar a casa… algo así, menos fino, como que jodes más que unos zapatos chicos… cuando alguien da la tabarra.
Unos pies que han hecho un viaje de miles de años en la evolución de la humanidad; porque de seguir como antaño, no hubieran permitido a tantas damas adineradas lucir stilettos de vértigo, aunque los firmara Manolo Blahnik y costaran la friolera de más de 1000 euros.
Y resulta que siempre nos fijamos más en el rostro de una persona, en lo que transmite con su apariencia, que en sus pies, cuando ellos nos pueden dar la clave de una historia que se remonta muy atrás. Tan atrás que nos hemos olvidado de la importancia que tuvieron para poder ahora lucir palmito inhiestos, desplazarnos cómodamente paseando, correr una maratón o conducir un deportivo.
Qué tiempos aquellos en los que íbamos a cuatro patas, trepábamos a los árboles agarrándonos a las ramas tanto con los pies como con las manos. Pasamos de cuadrúpedos -cuatro extremidades- a bípedos -dos extremidades- y los pies se fueron adaptando, cambiando de tamaño e, incluso, de forma, hasta que pudimos encerrarlos en unas zapatillas deportivas de suelo de goma flexible, transpirables y con amortiguadores como los vehículos a motor; dejamos de sentirnos conectados a la tierra como cuando hacíamos "grounding" o "earthing", traducido, pisábamos descalzos los charcos estimulando los músculos del pie, mejorando la circulación sanguínea, reduciendo el estrés, evitando echar joroba como los dromedarios y manteniendo la estabilidad y el equilibrio por las señales eléctricas que los pinreles envían al cerebro.
¡Agradecidos tenemos que estar al dedo gordo!, el que más ha evolucionado. Además de ser el que más luce cuando te pintas las uñas, el hallux, que decían los latinos, cuando no se convierte en un puñetero juanete -hallux valgas-, cumple funciones esenciales para el movimiento y el equilibrio del cuerpo. Afirman los expertos que mantiene el equilibrio de aproximadamente el 40% del cuerpo, por eso, en Bielorrusia, Lituania y la República Checa, que según la Organización Mundial de la Salud son los países donde más se bebe, los oriundos han desarrollado unos dedos gordos de más de veinte centímetros para mantenerse derechos y no darse de hocicos contra el suelo. Bueno, eso me lo acabo de inventar, pero podría ser, ¿sí o qué?
Ese mismo dedo gordo, que utilizábamos para agarrar ramas, como si hubiera hecho la mili o perteneciera a algún partido político, se alineó con los otros para crear un mecanismo de propulsión hacia adelante. El talón se hizo más macizo y fuerte para mitigar el impacto al caminar, y el arco se desarrolló para facilitar el movimiento eficiente en largas distancias. Todo esto nos indica la cantidad de cambios que a lo largo de los siglos han sufrido nuestros pies diseñados para trepar monte arriba como las cabras montesas y no sobre mullidas alfombras, como acostumbramos, con zapatos estrechos que nos constriñen y destrozan los 26 huesecillos, las 33 articulaciones y los más de 100 músculos, tendones y ligamentos que tenemos. Trabajan al unísono para que podamos ir derechos como varas al tajo sin repiar, aunque siempre estemos al acecho; oficialmente hemos dejado de ser cazadores-recolectores y todo nos lo traen al super.
No quiero dejar de mencionar la importancia del dedo gordo en el acto amatorio. En concreto, presionando el piecero; evita salirse de la cama y fortalece las corvas, como decía el sabio Jerónimo. Además, recuerdo una conversación de Puri y Vani en la que narraban los gritos de pago que soltaba, junto a la piscina descansando en una hamaca, una aldonza vestida de caperucita encarnada cuando el de la billetera la succionaba, con delicadeza, precisamente ese pequeño apéndice. Seguro que esa fue la clave para que director del Centro para el Cerebro y la Cognición de la Universidad de California en San Diego, Vilayanur Ramachandran, se aventurara a afirmar que algunas personas tienen fetiches con los pies porque la parte del cerebro que procesa la sensación que obtienen de los pies está cerca de la parte que registra la estimulación genital.
Pero no todo es tan placentero con el amor y los pies; sobre todo para una de las partes implicadas si naces en China durante la dinastía Song, antes, y luego durante, el siglo XX que se mantuvo esta cruel agresión contra las mujeres. Había manuales sexuales que contenían hasta 48 formas diferentes de jugar con los pies vendados. Una práctica tan terrible y salvaje como dolorosa a la que sometieron durante muchos años a miles de niñas de entre 3 y 7 años, primero las que pertenecían a las élites ricas, y más tarde a las pobres campesinas a las que, de esta manera, amarraron y ligaron, de por vida, a la tierra o a los lugares de producción: quebrando los dedos y los arcos de los pies, al atarlos a la planta con tela, para conseguir los diminutos pies de “loto dorado”, lo que auguraba un buen matrimonio y una mejor forma de vida. Bound feet, Young hands -Pies vendados, manos jóvenes-, escribiría Laurel Bossen más adelante, afirmando que “Desde el punto de vista convencional (los pies vendados) existían para complacer a los hombres. Se creía que ellos eran atraídos por los pies pequeños”. Pero manifiesta, tras su proceso de investigación, que la costumbre había sido malinterpretada. Era una manera de asegurarse que las niñas y jóvenes permanecieran sentadas y ayudaran a fabricar productos como hilados, telas, esteras, zapatos y redes de pesca de los que dependían las familias para obtener ingresos. Y hasta a ellas se les dijo que estas labores les asegurarías más probabilidades de casarse.
Pero estamos hablando de evolución y el dedo gordo, y aquí también tiene su importancia porque era el único que dejaban libre como punto de apoyo. ¡Pies de 7 centímetros! que únicamente permitía desplazamientos cortos de pocos metros. Imposible huir porque acababan mutiladas de por vida.
La bipedestación fue clave para tener las manos libres y desarrollar habilidades como aprehender y utilizar objetos, lo que hizo que también nuestro cerebro creciera. ¿O fue al revés?, ¿fue el hecho de tener un gran cerebro lo que permitió el desarrollo de nuestras habilidades manuales? como se preguntan los antropólogos. Hay artículos muy interesantes que pueden arrojar luz al respecto. De momento toda mi admiración por la perfecta ingeniería mecánica sobre la que caminamos, y se lleva un 11 sobre 10 el dedo gordo.
Y viendo lo visto, es posible que algunos humanos que conozco hayan sufrido una clara disfunción evolutiva, al desarrollar perfectamente los pies mientras su cerebro, en vez de hacerlo a la par, disminuía. O tal vez se dedicaron a activar y progresar con otro apéndice y así nos va.
¡Ahí lo dejo!