Manuel Machado: La fusión del Modernismo y la tradición andaluza en su poesíaEs Manuel Machado una de las figuras cumbres del Modernismo, del que adoptará la riqueza cromática y musical y los efectos plásticos -sin la estridencia y sonoridad que alcanzan en Rubén Darío-, aunque en su poesía no falta el sentimentalismo nostálgico y decadente; poesía que une las audacias y renovaciones técnicas de los poetas franceses contemporáneos -simbolistas y parnasianos- al tratamiento aristocrático de los temas andaluces; y de ahí que Manuel Machado se califique a sí mismo como “medio gitano y medio parisién” en el célebre “Retrato” -incluido en El mal poema (1909). https://www.poetasandaluces.com/poema/329/
El caballero de la mano en el pecho, de El Greco
Este desconocido es un cristiano de serio porte y negra vestidura, donde brilla no más la empuñadura, de su admirable estoque toledano.
Severa faz de palidez de lirio surge de la golilla escarolada, por la luz interior, iluminada, de un macilento y religioso cirio.
Aunque solo de Dios temores sabe, porque el vitando hervor no le apasione del mundano placer perecedero,
en un gesto piadoso, y noble, y grave, la mano abierta sobre el pecho pone, como una disciplina, el caballero. Manuel Machado: Apolo. Teatro pictórico. V. Prieto y Compañía editores. Madrid, 1911
El soneto se publica el 12 de septiembre de 1910 en Los lunes de El Imparcial, y como adelanto del libro Apolo. Teatro pictórico (1911); y va acompañado de una lámina en la que se reproduce, en tonos sepia, el lienzo de El Greco, lo cual justifica el deíctico con que se inicia el poema: “Este desconocido es un cristiano / de serio porte y negra vestidura”. Apoyo léxico y referencias culturales. Porte. Aspecto que muestra una persona y que se hace evidente en sus gesto y en su modo de vestir (verso 2: “serio porte y negra vestidura”). Empuñadura. Guarnición o puño de las armas que se cogen con la mano. (La locucuión verbal coloquial “meter la espada hasta la empuñadura” significa hacer o decir algo a alguien para herirlo gravemente en su ánimo). Admirable estoque toledano (verso 4). Los aceros toledanos han gozado de justa fama desde tiempo inmemorial. Ya en el Tratado III del Lazarillo de Tormes, su protagonista, un hidalgo manchego, presume de poseer una espada superior nen cuanto a la presteza de sus aceros, a cuantas hizo Antonio, el célebre armero toledano del siglo XV. Y en el Tratado VI se alude a él, cuando Lázaro afirma haber comprado “una capa y una espada de las viejas primeras de Cuéllar”, en referencia a Antonio de Cuéllar. Golilla. Adorno hecho de cartón forrado de tafetán u otra tela negra, que circundaba el cuello, y sobre el cual se ponía una valona [cuello grande y vuelto sobre la espalda, hombros y pecho] de gasa u otra tela blanca engomada o almidonada, usado antiguamente por los ministros togados y demás curiales. Escarolada. Rizada como las hojas de la escarola (que, cuando se las priva de la luz, adquieren un color amarillo pálido. Macilento. Flaco y descolorido. Vitando. (Del latín vitandus, gerundivo de vitare: “que ha de ser evitado”). Odioso, execrable. Disciplina. Actitud moral de la persona.
El caballero de la mano en el pecho. Cuadro (pintado hacia de 1580, óleo sobre lienzo, 81,8 x 66 cm). https://www.museodelprado.es/aprende/enciclopedia/voz/caballero-de-la-mano-en-el-pecho-el-el-greco/2ba91f45-aed4-4f53-8dd0-2ec565d2c28c
Para Manuel Machado, este retrato se convierte en el paradigma que representa la sociedad de su época, símbolo, a su vez, de una perdurable identidad nacional. Lo expresa con estas palabras el propio Manuel Machado: “El Greco es, sin duda alguna, el más genuino y expresivo pintor de la España de su tiempo, de aquella España reconcentrada, furiosamente idealista, conquistadora en nombre de la fe, harapienta y grave, con los ojos puestos siempre en el cielo y tropezando a cada instante en la tierra, sin rendirse nunca. En este sentido y no el de su técnica discutidísima, he considerado yo al gran Teotocopuli, y escogido para mi Museo uno de sus retratos anónimos, el de El Caballero de la mano al pecho. [...] Lo que yo he tratado de sintetizar a través del cuadro, es el espíritu español de entonces y de siempre.” (cf. “Génesis de un libro”, en La guerra literaria (1898-1914). Madrid, Imprenta Hispano-Alemana, 1913, págs. 54-55. Son muy variadas las interpretaciones acerca de la identidad del personaje retratado por El Greco, aunque se ha llegado a identificar con Juan De Silva y Ribera, III Marqués de Montemayor, alcalde del Alcázar de Toledo. Pero más que en la técnica pictórica, en lo que nos vamos a fijar es en la transposición de la pintura al poema realizada por Manuel Machado. Y precisamente en relación con la transposición de un cuadro a un poema -como es el caso del cuadro de El Greco “El caballero de la mano en el pecho” y el correspondiente poema de Manuel Machado, en el que se aúnan el esteticismo culto y la perfección de la forma, tan del gusto parnasiano- escribe, con gran agudeza, Rafael Alarcón: “Al ser el cuadro descrito el retrato de un individuo, prácticamente desaparece la pintura del Greco: el poema retrata más al personaje que a la pintura del mismo. De esta forma, se presenta de forma simplificada una compleja experiencia estética de transcodificación metarreflexiva, donde una obra artística desemboca en la creación de otra, autónomas pero relacionadas dialógicamente (creación de la pintura; observación de la misma; creación del poema; lectura del mismo... y vuelta a empezar, porque cada paso modifica los anteriores: el cuadro es leído y la imagen es sustituida). Lo que predomina en estas composiciones no son las alusiones a la técnica pictórica del Greco, sino la tentativa de construir un retrato textual del personaje previamente pintado, que combina en distintas proporciones la prosopografía y la etopeya, una suma de cualidades físicas y morales del individuo representado que, a su vez, proyectan una doble visión de la sociedad de su tiempo: de la del personaje sobre la del poeta, y viceversa. El hecho de tratarse de un personaje desconocido acentúa su misterio y el valor interpretativo de los textos que, sin embargo, en todos los poetas es similar. Finalmente, se trata de composiciones laudatorias y encomiásticas, que rinden tributo a una obra de arte (el cuadro) que se desdobla en otra obra de arte (el poema), y a un personaje doblemente representado, que acaba siendo símbolo de un pasado histórico y de una identidad nacional todavía orgullosa en el presente.” [cf. Alarcón Sierra, Rafael: “Metamorfosis de lo moderno: El Greco en la poesía entresiglos”. Creneida. Anuario de Literaturas Hispánicas, núm. 3 (2015), pág. 30]. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5578538 Y lo está claro es que el poeta, a través de la eficacia estética de la adjetivación empleada, ha sabido caracterizar al personaje retratado por El Greco: “serio porte y negra vestidura” (verso 2), “severa faz de palidez [cualidad de pálido] de lirio (verso 5), “gesto piadoso, y noble, y grave” (verso 12)… El poema constituye un soneto de versos endecasílabos, con algunas variaciones sobre el modelo clásico renacentista -lo cual es muy propio del Modernismo-: rimas diferentes en cada uno de los dos cuartetos (ABBA-CDDC), y una continuidad sintáctica entre los dos tercetos, aunque manteniendo una de las rimas más frecuentes (en este caso, EFG-EFG). En cuanto a los endecasílabos, existe una gran variedad rítmica: predomina el melódico (veros 3, 7, 9, 11, 12), seguido del sáfico (veros 5, 8, 13), el heroico (versos 2, 14) y el enfático (verso 1: la musicalidad, a la que contribuyen tanto las rimas tonicidad sobre el deíctico -en la sílaba 1- señala inequívocamente al personaje retratado: “Este desconocido es un cristiano, y la antirritmia de la séptima sílaba -sobre la forma verbal “es”- subraya un rasgo esencial de su carácter: se trata de caballero cristiano; y verso 6). Los versos 4 y 10 llevan los acentos de intensidad en las sílabas 4, 6 y 10 (y son, por tanto, endecasílabos sáficos cortos -“a la francesa”-, aunque el endecasílabo 10 lleva también acentuada la sílaba 7, con una antirritmia sobre la palabra “no”). Esta variada rítmica expande por todo el soneto una grata musicalidad, a la que contribuyen tanto las rimas -tan alejadas de las estridencias sonoras de Darío-, como algunas leves aliteraciones (así, la continuidad del fonema /z/ a lo largo del segundo cuarteto, en especial en palabras en las que dicho fonema figura en sílaba tónica: “faz”, “placidez”, “luz”, “cirio”; o del fonema /p/, a lo largo de los tercetos, ya sea en palabras llanas en las que este fonema se halla en sílaba átona -“apasione”, “placer”, “perecedero”, “piadoso”, “disciplina”-, o en sílaba tónica -“pecho”, “pone”-, en este último caso, en palabras consecutivas). Hay que tener presente, además -y sobre todo-, que la estructura rímtica del soneto ha requerido el empleo del hipérbaton -muy marcado en el primer terceto-, lo cual está también relacionado con ciertas pausas internas en algunos versos -sobre todo en versos del segundo terceto- que los signos de puntuación se encargan de recalcar; y todo ello para lograr que la significación de ciertas palabras destaque, en especial si son portadoras de valores connotativos con los que el poeta manifiesta su visión subjetiva de la realidad que interpreta. [En términos de Retórica, estamos hablando de una écfrasis, es decir, una descripción precisa y detallada -y de ahí el abundante empleo de adjetivos-, a través del lenguaje verbal -y poético- de una representación artística, en este caso de tipo plástico: un cuadro de El Greco convertido en en icono de valor universal que trasciende los límites temporales de la Contrarreforma]. Los adjetivos insisten en la seriedad, sobriedad y gravedad del personaje; y están empleado a veces en construcciones paralelísticas: así sucede con la bimembración del verso 2, en el que figuran dos miembros equidistantes, de manera que las palabras incluidas en cada miembro pertenecen a la misma categoría gramatical y están colocadas en el mismo orden (adjetivo+nombre: “serio porte [y] negra vestidura”; otras veces con anteposición y posposición simultánea al nombre, según comprobamos en los versos 4 (“admirable estoque toledano” -combinación en la que resulta muy eufónica la repetición de la sílaba /to/) y 11 (“[del] mundanal placer perecedero”); e incluso en series de dos y hasta de tres, ya antepuestos al nombre (vero 8: “[de un] macilento y religioso cirio”), ya pospuestos (verso 12, “[en un] gesto piadoso, y noble, y grave”, verso en el que el polisíndeton ayuda a recalcar, individualizándolas, esas tres virtudes que honran al caballero: piedad, nobleza y gravedad, en una gradación climática ascensional). No cabe la menor duda que todas estas construcciones sintácticas derivan de las exigencias rítmicas de los endecasílabos, rimas incluidas; y que ese ritmo sostenido es responsable también del fuerte hipérbaton del primer terceto, en el que el orden “normal” de la construcción oracional sería este: “aunque solo sabe temores de Dios / porque [para que] no le apasione el vitando [execrable] hervor / perecedero del placer mundano.” (Obsérvese la notable diferencia con el ritmo de los endecasílabos marcado, manteniendo el hipérbaton que focaliza la atención en determinadas palabras, cuya importancia conceptual queda por sí misma recalcada: “Aunque solo de Dios temores sabe, / porque el vitando hervor no le apasione / del mundano placer perecedero,”. ). Algo similar sucede con los versos 13 y 14, en los que, si se elimina el hipérbaton resultaría la siguiente ordenación sintáctica: “el caballero pone la mano abierta sobre el pecho, como una disciplina.”; en tanto que este es el ritmo que exige el hipérbaton, con un calculado uso de la coma: “la mano abierta sobre el pecho pone, / como una disciplina, el caballero.”. La actitud moral del caballero que el cuadro refleja queda así poéticamente plasmada por Manuel Machado. Añadamos a todo lo anterior el alto valor estético que poseen algunas metáforas y, particularmente, las del segundo cuarteto (verso 5: “severa faz de palidez de lirio”), en especial si se conecta el sentido de este verso con el de los versos 7 y 8: “[surge] por la luz interior, iluminada, / de un macilento y religioso cirio”. El color de las flores de los lirios es el fundamento que permite establecer la comparación con la palidez del rostro severo del personaje; pero es, asimismo, una alusión a la pureza de su espíritu, acorde con ese “macilento y religioso cirio”. Además, quizá pudiera existir una conexión simbólica entre las palabras “lirio” y “cirio” -que presentan una rima consonante nada fácil- en cuanto a su verticalidad, lo que permitiría ponerlas en relación con la forma alargada de los rostros pintados por El Greco, figuras, por lo demás, bastante pálidas. El soneto “Felipe IV”, de Manuel Machado, fue objeto de nuestro comentario en esta misma revista el 17-IX-2025.
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