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Andrés Ortiz Tafur, "Tipos duros": Hombres que luchan contra sí mismo, despellejando a sus sueño y a sus maldiciones

Por Ángel Silvelo Gabriel
jueves 02 de febrero de 2017, 19:46h
Tipos duros
Tipos duros

Hay que tener valor para afrontar la realidad -la del día a día-, ésa que no es como nos la imaginamos de pequeños ni como la que sale en las películas o en los anuncios de la televisión. Sin embargo, la verdadera encrucijada no es ésa, sino las opciones a tomar ante la situación a la que sin darnos cuenta nos vemos abocados.

Faja de 'Tipos duros'
Faja de "Tipos duros"

Así nos ocurre que, podemos dar vueltas y vueltas sin salir del punto de partida, o también huir, sin por ello desterrar a nuestros miedos del corazón. De una u otra forma, siempre perdemos algo por el camino. A veces es la dignidad, otras la cordura o incluso la ilusión por aquello que creíamos que siempre sería nuestro particular altar sagrado. La vida en solitario o la vida en pareja se parecen en los sortilegios mentales que volcamos sobre los demás. En el primero de los casos, lo hacemos sobre nuestra sombra cuando adopta la forma de conciencia, y en el segundo, lo manifestamos en el otro, para de esa forma no tener que arremeter contra uno mismo. En muchos de los relatos de Tipos duros, se concitan todas y cada una de las circunstancias señaladas, porque, sin duda, muchos de ellos son la radiografía de esa huida sin valor que no describe otro dibujo que el del propio círculo en el que estamos metidos. Los tipos duros que nos dibuja Andrés Ortiz Tafur en esta recopilación de relatos, son hombres que luchan contra sí mismos, y lo hacen, despellejando a sus sueños y a sus maldiciones a partes iguales, pues esa parece ser la fórmula de la que está fabricada la esencia del ser humano: la insatisfacción que deviene en pérdida. Indecisiones aparte, el autor se sirve del surrealismo, de los planteamientos a priori racionales que devienen en estrambóticos y en la fina capacidad de diseccionar aquello que la sociedad no nos deja mostrar, para levantar un paraíso, el de los tipos duros, al que podríamos denominar como de Egolandia, pues ahí residen una parte de esas manifestaciones -sólo aparentemente desquiciadas-, del miedo, la soledad, la masculinidad mal resuelta, la soberbia, la felicidad o la libertad, que se van planteando a lo largo de los veintiún relatos del libro, y que nos dan, la verdadera medida como narrador de Andrés Ortiz Tafur que, poco a poco, y de una forma beligerante, nos va mostrando la potente voz que tiene como escritor, y a la que con cada nueva recopilación de relatos va modelando para hacerla más propia. Tipos Duros, sin duda, es un paso adelante en la carrera literaria de este jienense, que un día, decidió destronar al mundo para autoproclamarse rey de sí mismo y de sus obsesiones literarias y creativas -que en muchas ocasiones vuelca sin miedo en las redes sociales-. Ese valor de autor, es el que antepone a sus personajes, pues con ellos, intenta retratar una sociedad incierta y perdida, pues hoy en día nada no satisface, ni tan siquiera la compasión hacia uno mismo y sus múltiples manifestaciones que, en este sentido, van desde la gloria al infierno sin parada intermedia.

Si algo nos propone el autor y de algo se trata en Tipos Duros, una vez metidos en faena a la hora de abordar este libro, es la posibilidad de derribar la barrera de esa realidad mezquina que nos carcome día a día, para posicionar el mundo patas arriba y observarlo al revés. Es verdad que con ello no arreglamos la situación inicial, pero sí, al menos, nos proporcionamos el placer de las vistas a contraluz o a contrapelo, y de esa forma, pasamos de ser víctimas a protagonistas de nuestras intrahistorias, tan descabelladas como las de los demás, pero nuestras al fin y al cabo. Ese pánico a uno mismo, es el que nos propone Andrés Ortiz Tafur en sus relatos, y él lo resuelve de diferentes formas: en algunas ocasiones, sobre todo en los relatos iniciales, con un manejo de la elipsis que nos transporta a lo largo del tiempo al final de la historia que nos cuenta de una manera caprichosa que, sin embargo, deja de serlo nada más terminar de leer la última palabra del relato en cuestión, y aunque en determinados momentos parezcan elipsis surrealistas, desde el punto de vista literario dejan de serlo, cuando constatamos que le sirven al autor para dar el brochazo final al cuadro que nos muestra; en otros relatos, la propuesta se basa en una idea circular, y esto ocurre cuando la narración acaba como empezó, siendo ésta la fórmula que el narrador escoge para mostrarnos esa razón -tan inexorable- que es la de la incapacidad que tenemos para resolver nuestros propios problemas, y a la vez, esa atroz manía de dar una y mil veces siempre las mismas vueltas a aquello que no nos hace felices sin ser capaces de proporcionarnos una salida distinta o un punto de vista diferente al inicial; también, hay ocasiones que esos finales son finales sorpresivos o amenazadores o simplemente geniales, donde el narrador nos demuestra su gran manejo de la técnica del relato corto. En este sentido, muchos cuentos comienzan con frases cortas, de apenas dos o tres palabras, con las que el autor logra sintetizar de una forma muy certera el contexto de la historia que, en algunos relatos, devienen en unas extraordinarias repeticiones que nos sugieren los ecos de la conciencia -mordida, mutilada o quemada-, y que rozan la paranoia pero nos sirven para identificar sin ambages el estado mental del protagonista en cuestión.

En definitiva, bajo el título de Tipos duros, se esconden muchas historias de una masculinidad mal resuelta, pero sobre todo, subyacen las distorsiones de los egos que nos mantiene anclados en el egocentrismo más ancestral, lo que sin duda, es una magnífica metáfora de la sociedad actual, donde nuestro egoísmo e intransigencia se resuelven mal, quizá, porque nunca nos ponemos en la posición del otro, o quizá, porque somos hombres que luchamos contra nosotros mismos, mientras nos despellejamos nuestros falsos sueños o nuestras certeras maldiciones.

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