Desde la serenidad, Kepa Murua nos invita a reflexionar en esta, su cuarta novela, sobre el terrorismo de ETA. Lo hace a partir del asesinato del carrocero vasco, Ceferino Peña. El narrador de la novela, un hombre ya adulto, nos mostrará cómo fueron aquellos años vividos en su juventud, en los que cada semana se asesinaba a una persona y se detenía a inocentes y a culpables. Es evidente que fueron años oscuros y violentos, como Murua reconoce, de jeringuillas y balas, porque al problema del terrorismo vasco se le añadió otro más, el de las drogas, así que no era de extrañar que la juventud, y no solo la juventud, anduviera como desorientada, perdida… La razón o el motivo por el que KM ha escrito este libro quizá la encontremos en que hay que hablar de las cosas para conseguir reconciliarse con el pasado, para que éste deje de tener tanto peso y poder así al fin perdonar u olvidar. A modo de diario íntimo el personaje central relatará su historia a su pareja actual, una mujer bastante más joven que él, y de otro país, Colombia, con el que se establecen algunas conexiones y analogías sobre la violencia sufrida y la vida en sí. No obstante, también podremos apreciar en esta novela de 269 páginas historias más personales, cercanas, cotidianas y familiares que se entremezclarán con la trama principal, el asesinato de Ceferino Peña y los remordimientos en primera persona de Korta, el etarra que lo asesinó y que más tarde se arrepintió, sinceramente, de haberlo hecho. En ocasiones, el autor nos hará llegar sus opiniones personales en voz alta o se interrogará a sí mismo en soliloquios como el siguiente: “¿Qué tiempos aquellos, hermosos y bárbaros por igual? (página 170)”. Lo cierto es que hubo luces entre tantas sombras porque también fueron, pese a todo, algunos de los mejores años del protagonista: los de la etapa de estudiante, las pandillas, las fiestas, el primer trabajo junto al padre, los trayectos atravesando hermosos paisajes junto al mar, los primeros escarceos amorosos o sexuales. En fin, un libro inusual, atípico, quizá porque destila autenticidad por todas partes y no solemos estar acostumbrados a tanta sinceridad a bocajarro y menos si cabe cuando se hace referencia al mundo del terrorismo en el País Vasco. Con esta novela Kepa Murua rinde tributo a Ceferino Peña, en particular, y a todas las víctimas del terrorismo, en general, e incluso lamenta el narrador el caso de los torturados o los muertos de la otra parte, erigiendo su voz en contra de cualquier tipo de violencia. Una novela confesional, escrita con una mirada verdaderamente poética, llena de matices, que podremos apreciar a la perfección sobre todo en algunas descripciones paisajísticas que salpican de belleza algunas de las páginas más atrayentes de este libro: “La carretera de la costa pasaba por diferentes pueblos y de la misma manera que la ves hoy se rodeaba de un mar platino a primera hora de la mañana y con una luz diferente, un tanto grisácea, se envolvía al anochecer” (página 67), lo que nos demuestra que el paisaje tiene máxima relevancia y de algún modo es testigo mudo tanto de lo bueno como de lo malo. Un libro que nos conmoverá por dentro y removerá conciencias, quizá porque está escrito desde el corazón y la esperanza. Además, nos hará pensar en los unos, en los otros, y sobre todo en nosotros mismos. Antes de finalizar, comparto con mucho gusto otro momento cénit de la obra que nos propone el diálogo como modo de conocimiento: “No estaría de más preguntarse quién está más muerto: aquel que mata o aquel a quien no se olvida (…) No hay mayor ignorancia que no saber de dónde venimos ni mayor vacío que desconocer adónde vamos. Si alguna vez me quedo en silencio, vida mía, pregúntame lo que sucede. Si no digo nada, pregúntame lo que me pasa”. Hablemos, hablemos siempre como nos recomienda magistralmente KM en este pasaje esencial de La carretera de la costa. Puedes comprar el libro en:
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