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Fernando Serrano: una voz clara y distinta (El exilio español y su vida cotidiana en México)

Por Miguel A. Moreta-Lara (El Observador)
El exilio español y su vida cotidiana en México
El exilio español y su vida cotidiana en México
“Una de las señas de identidad republicanas fue la educación y los colegios fundados por los exiliados en México lo corroboran, particularmente el Luis Vives y el Madrid, constituyéndose en el principal núcleo de transmisión de su cultura e identidad”

Fernando Serrano Migallón (México, 1945) es un distinguido jurista y académico mexicano. Culminó dos licenciaturas (Derecho y Economía) y un doctorado (Historia) por la UNAM, además de estar diplomado por el Instituto Internacional de Administración Pública de París y por la Academia de Derecho de la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Durante su vida dedicada al área jurídica y administrativa ha sido, entre muchos otros cargos y responsabilidades, decano de la Facultad de Derecho (dos períodos), director del Instituto Mexicano del Derecho de Autor, secretario de Cultura de Conaculta, secretario general de la Cámara de Diputados, subsecretario de Educación Superior, consejero en la Comisión Nacional de Derechos Humanos y abogado general de la UNAM (dos períodos). En la docencia se desempeñó como profesor de Ciencias Políticas y Derecho Constitucional en la UNAM y profesor de Administración Pública y Relaciones Internacionales en el Colegio de México. Es académico de número en la Academia Mexicana de la Lengua, en la Academia Mexicana de Jurisprudencia y Legislación y en la Academia Mexicana de Historia. Es autor de cuarenta publicaciones en su mayoría referidas al ámbito histórico y jurídico y varias dedicadas a los exilios. Las pasiones privadas de este investigador, que ha sido condecorado por varios países, también son públicas: es un viajero gozoso, un consumado bibliómano (la Feria Internacional del Libro de Guadalajara le homenajeó como Bibliófilo 2015) y un probado gastrósofo. Debo confesar que hasta que no degusté en su casa de Ciudad de México -cocinado por sus manos- un morteruelo, no supe de sus orígenes manchegos, ni de la contundencia de ese difícil preparado.

El doctor Serrano, en los meses de confinamiento, ha venido trabajando en una monumental historia del constitucionalismo mexicano (La vida constitucional de México, en diez volúmenes -algunos ya publicados-, que espera concluir a fines del 2022) y también ha alumbrado un librito emocionante: El exilio español y su vida cotidiana en México. Ha debido de ser conmovedor dar a la imprenta este ajuste de cuentas con un fenómeno ya muy estudiado, pero del que este autor tiene experiencias de primerísima mano. El investigador se explaya durante la primera mitad del libro sobre las bases jurídicas, políticas e históricas (sin perder de vista nunca el factor humano) de esta cuestión, que ha de resultar sobradamente sugestiva al lector por los muchos hilos que va tejiendo en torno a ella, dejándolos al aire, como el envés de una alfombra, para llegar a la otra cara del libro, en la que acomete un sumario sociológico de lo que podríamos denominar las señas de identidad del exilio republicano en México.

Ya en la presentación del libro, su autor explicita su aspiración:
Recordar el pasado para entender la generosidad, el humanismo y la grandeza de espíritu de quienes ayudaron a los españoles a arraigarse en nuestro país, siempre sobre la base del vigor, la crítica y el repudio al oscurantismo, la felonía y la traición que causaron la migración.

El punto de partida es un panorama apocalíptico (aunque por desgracia muy real) y no está de más anotar, como hace Serrano Migallón, unas cuantas cifras bastante conservadoras:

  • 500.000 muertos durante la guerra en los campos de batalla y en la retaguardia.
  • 500.000 exiliados.
  • 2.000.000 de presos.
  • De estos dos millones, 150.000 ejecutados (1939-1949).
  • 81.000 desaparecidos durante la dictadura (1940-1975).

En esos momentos de desolación, México -bajo la presidencia de Cárdenas- dio la batalla en todos los foros internacionales, en la Sociedad de Naciones, y con su postura frente al Comité de No Intervención. Si desde el golpe militar de 1936 México había dado el más firme apoyo al gobierno de la Segunda República, ahora lo siguió dando en la derrota, acogiendo al mayor número posible de refugiados. Un telegrama del gobierno mexicano, del 1 de julio de 1940, dirigido por el presidente Lázaro Cárdenas a su embajador en Francia, decía:
Con carácter urgente manifieste gobierno francés que México está dispuesto a acoger a todos los refugiados españoles de ambos sexos residentes en Francia [...] en el menor tiempo posible. Si el gobierno francés acepta, todos los refugiados quedarán bajo la protección del pabellón mexicano.

Se desliza en este libro la amarga constatación de que si México ganó el exilio, España perdió el futuro, la República y el exilio y se quedó con los cadáveres.

El exilio es ese desprendimiento en el que se mezclan el dolor y la esperanza, el despojo y el renacimiento; es un fenómeno múltiple, personal e íntimo, pero al mismo tiempo social y colectivo; es un hecho político e histórico que pone en evidencia la irrupción de la violencia en la vida pública, la irracionalidad de sus relaciones y el hecho, perverso al fin, de que un Estado persiga a quienes, por su naturaleza, debería proteger. El exilio es también un fenómeno cultural que demuestra la persistencia de la memoria, la voluntad de vivir y la riqueza de la civilización que acepta mestizajes, combinaciones y diálogos para generar frutos que se prolongan en el tiempo.

Se desprende de esta atinada definición la complejidad de los exilios. El de los republicanos españoles en México fue -como lo calificó una de las más conspicuas historiadoras, Dolors Pla Brugat- un fenómeno colectivo, no solo un exilio intelectual. Es cierto que la parte más visible y recuperada ha sido siempre la de la creación intelectual, artística y literaria de sus más conocidos representantes. También se suele afirmar que el exilio ha sido ninguneado e invisibilizado por la dictadura franquista. Serrano Migallón afina mucho más el análisis: “Hoy debemos reconocer que para España el exilio está muerto; murió a fuerza de traiciones y de olvido”. En efecto, los republicanos -apunta el autor- fueron vencidos cuatro veces: al término de la guerra civil, al final de la segunda guerra mundial, en la transición -cuando los arreglos para instalar la monarquía- y “cuando el socialismo triunfante omitió incluir su participación en la historia de España”. Al mismo tiempo el exilio español, con estas cuatro derrotas, pasaría por cuatro etapas, según Serrano Migallón y según bailaba la política internacional: una primera, de encuentro con el nuevo país (1937-1944); la segunda, de esperanza en el retorno durante la guerra fría (1944-1953); una tercera, de desilusión ante el reconocimiento internacional de la España franquista (1953-1975); y la cuarta, el inicio del olvido (1975-1978). Solo pareció quedarles la dignidad, como afirmó Lázaro Cárdenas, el presidente mexicano que hizo posible el acogimiento al exilio republicano, en el homenaje que le rindieron el 14 de abril de 1957:
Aunque no quedara ninguno de los veteranos de la República, su ejemplo de lealtad y su fe en la reivindicación de los derechos violados será mandato para la actual juventud y las futuras generaciones y continuará como bandera invicta de los precursores del triunfo de la democracia.

Una de las ideas bien fundamentadas en este ensayo es que el cardenismo inaugura con su postura ante la guerra civil española la idea de la humanización del derecho internacional y la práctica del asilo político: ideas que caracterizarán a partir de entonces la política exterior mexicana. Recuérdese, por ejemplo -continúa el historiador y jurista-, que México fue lugar de asilo para miles de huidos de las dictaduras militares en América del Sur en los años setenta del siglo XX o para decenas de miles de refugiados centroamericanos en los ochenta. Cárdenas (siguiendo principios humanitarios, pero también atendiendo a intereses nacionales) se aprestó a otorgar el asilo a los refugiados españoles, otorgándoles a quien quiso la nacionalidad mexicana en 48 horas, así como el ejercer libremente sus profesiones.


También deja muy claro este libro que la actuación de Cárdenas con respecto al exilio español tuvo detrás a un grupo de personalidades insignes que impulsaron este proyecto con energía e inteligencia: Isidro Fabela, Luis Ignacio Rodríguez, Gilberto Bosques, Narciso Bassols, Alfonso Reyes, Daniel Cosío Villegas…

La valiente actuación de los diplomáticos mexicanos en Francia tuvo episodios realmente conmovedores, como la muerte de Azaña, cuyo féretro fue cubierto por la bandera de México, por iniciativa del embajador Luis I. Rodríguez desplazado a Montauban. O la decisión del cónsul Gilberto Bosques para alquilar dos castillos (Reynarde y Montgrand) donde acoger a los refugiados españoles: lugares donde monta biblioteca, talleres, enfermería, escuela y se organizan exposiciones, teatro, juegos deportivos, fiestas…

El escritor, político y diplomático Isidro Fabela[i], que adoptó a dos niños españoles huérfanos, publicó en 1947 la correspondencia sostenida con el presidente Cárdenas en esos años en los que además de erigirse en defensor de la República española, México defendió en la Sociedad de las Naciones a China de la ofensiva japonesa en 1937, a Austria en 1938 y a Checoeslovaquia en 1939 de la agresión alemana y a Finlandia de la intervención soviética en 1939, tal y como Bassols había hecho en 1935 cuando la intervención italiana en Etiopía. Palabras suyas, denunciando la neutralidad cómplice de británicos y franceses:
Tuve entonces aquella convicción y tengo la misma después de los años, porque si los políticos de aquellos gobiernos democráticos, en vez de favorecer la rebelión del dictador Franco, dan su apoyo jurídico, moral y económico al Estado español, miembro de la Sociedad de Naciones y dirigido por el ilustre Manuel Azaña, el cuartelazo franquista habría perecido a manos del ejército republicano, que contaba para su victoria con el verdadero pueblo español, que rechazó desde el principio la intervención extranjera de los gobiernos nazifascistas de Hitler y Mussolini. Y entonces, si tal cosa hubiese acontecido, la guerra quizá no habría estallado, porque Francia, con un Gobierno afín a las democracias al otro lado de los Pirineos, e Inglaterra, teniendo como aliada a la República española, habrían podido fácilmente, de acuerdo con ella, establecer bajo bases firmes el control del Mediterráneo, evitando así lo que pasó después: que Mussolini maniobrara a su guisa en aquel mar interior, llevando fácilmente sus fuerzas invasoras al África septentrional, para poner en inminente peligro, como sucedió al poco tiempo, el triunfo de las democracias aliadas.

Así, en un rápido repaso, deberíamos recordar que, además del sostenimiento a la República en los organismos internacionales, México la apoyó con armas y alimentos, participó con 400 voluntarios mexicanos en las Brigadas Internacionales, amparó a los Niños de Morelia, acogió a refugiados políticos de cualquier credo (desde la derecha constitucional hasta las posiciones ácratas), protegió a refugiados y a sus familias en Francia, reconoció sus profesiones en México, concedió la nacionalidad, fundó la Casa de España (luego, Colegio de México) para dar cabida a profesores universitarios y nunca reconoció al estado franquista hasta después de la muerte del dictador. Esta solidaridad y apoyo a la República la mantendrían todos los presidentes, de 1934 a 1978: Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo.

La segunda parte del libro, además de la vinculación y conocimientos personales y familiares de Serrano Migallón sobre la colonia de los republicanos exiliados en México, está asentada en una investigación de fuentes muy diversas, como -entre otras- entrevistas, hemerografía, autobiografías, actas de coloquios y congresos o archivos (del Ateneo, Oral de la UNAM, General de la Nación, Hemeroteca Nacional, Fundación Pablo Iglesias…). De esta sección -donde se agavillan centenares de historias, anécdotas y vidas memorables- solo podré referirme a algunas.

En el momento de arribo a México de los asilados republicanos, las fuerzas anticardenistas (sinarquistas, católicos y franquistas) desataron una campaña contra estos refugiados. Parecía que estos españoles debían cargar sobre sus hombros una triple culpa: la de los conquistadores matadores de indios y expoliadores, la de los gachupines explotadores y, ahora, la de execrables rojos comunistas. No escasearon descalificaciones como pinche gachupín, rojo, refugacho, refugíbero, refifigiado. Lo curioso es que se encontraron confrontados al principio con el bloque de los gachupines profranquistas, o sea, los descendientes de los españoles que inmigraron a México antes de la guerra civil, porque la sociedad cardenista (el mundo laboral y sindical) los recibió efusivamente.

El proceso de salir de Europa fue complicado, como también lo sería el proceso de instalación en el nuevo país de las 20.000 familias españolas para ganarse el duro pan del exilio: hubo jueces que recogían peladuras de naranjas, abogados que vendían a domicilio aspirinas de la Bayer, diputados que se emplearon de cantineros y funcionarios de lavaplatos. Pero contaron con la ayuda de instituciones como el SERE [Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles] de Negrín (después CTARE, [Comité Técnico de Ayuda a los Republicanos Españoles]), la JARE [Junta de Auxilio a los Refugiados Españoles] de Prieto (después CAFARE [Comisión Administradora de los Fondos para el Auxilio de los Republicanos Españoles]) o la Junta de Cultura Española, presidida por Bergamín.



Trae a colación Serrano Migallón los barcos del exilio, entre ellos el primero, el Mexique, que arribó al puerto de Veracruz el 7 de junio de 1937 con los 456 Niños de Morelia[ii], instalados en la Escuela Industrial España-México de la ciudad de Morelia, la capital michoacana. Es impagable el anecdotario que los refugiados de los tres primeros barcos (el Sinaia, el Mexique y el Ipanema) dejaron descrito en los diarios de a bordo: actuaciones de la orquestina dirigida por Rafael Oropesa, director de la banda del Quinto Regimiento; una niña nace a bordo; un republicano arroja al mar su Legión de Honor; se recita a Machado y a Lorca; hay quienes temen enfrentarse a un nuevo idioma…

Una de las señas de identidad republicanas fue la educación y los colegios fundados por los exiliados en México lo corroboran, particularmente el Luis Vives y el Madrid, constituyéndose en el principal núcleo de transmisión de su cultura e identidad (“la férrea moral republicana”), a tal punto que Rosa Seco Mata, descendiente del exilio, lo catalogó con ironía de microcosmos incestuoso del exilio. Es entendible si se compara la pronta integración al país de los niños escolarizados en los colegios de otros lugares, como Francia. La integración y mexicanización de los colegios fundados por los republicanos en México fue lenta, aunque imparable.

Además de la fundación de colegios y de su aportación a los centros universitarios y científicos, los exiliados crearon otros órganos culturales de expresión y comunicación, como fueron las revistas (España Peregrina, Romance, Las Españas, Ultramar, Cuadernos Americanos, Los 4 gatos, Aragón, Litoral, Nuestro Tiempo, Ruedo Ibérico, Presencia, Clavileño, Segrel, Ideas de México, Hoja, Juventud de España, El Correo de Euclides, Sala de Espera, Los Sesenta) o las editoriales (Séneca, Ediciones Quetzal, Ediciones Libres, Publicaciones Panamericanas, B. Costa-Amic Editor, Alejandro Finisterre, Galatea, Atlántida, Leyenda, Centauro, Oasis, EDIAPSA, Cima, Imprenta La Verónica, Isla).

Los refugiados encontraron lugares de reunión y esparcimiento (o dieron lugar a otros nuevos): el Centro Asturiano (desde principios del s. XX), Club Mundet, Club de España (franquista), Centro Republicano Español (1939), Centro Aragonés, Ateneo Español (1949), Casino Español (franquista), Casa Valenciana, Centro Vasco, Parque Asturias, Casa de Andalucía, Orfeó Català… A estos centros acudían para conferencias, charlas, festividades, bodas, celebraciones, comidas y músicas. Los mercados también fueron puntos de reunión, como rememoran muchas mujeres. Para tertulias y debates concurrían a los cafés como el Tupinamba y el Torrento, o a los que se crearon tras su llegada, como La Parroquia, El Papagayo, Betis, Latino, Madrid, Campoamor, Do Brasil. También asisten los exiliados a los locales donde se reúnen los intelectuales mexicanos: Café París, El Puerto de Cádiz, Hotel Imperial…

Que los emigrados cambian más fácilmente de dioses que de comidas es una verdad a medias, porque dependió de dos factores: la edad de los refugiados y el tiempo de aclimatación. La nueva gastronomía enriqueció el vocabulario de los neomexicanos: fríjoles, tortillas, chiles, jitomate, papaya, betabel, jícama, zapote, pitahaya, tamales, tacos, moles, chalupas, guajolote…, aunque nunca renunciaron a la paella, el cocido, la fabada, los callos, el bacalao, la tortilla española, las croquetas o el pescado frito. Es curioso que muchos de los descendientes de exiliados guardaron memoria culinaria publicando recetarios de sus familias, como Rosa Seco Mata (El recetario de mi vida), Isabel Oyarzábal (Del diario comer. Cocina Hogareña) o Fernando Serrano Migallón (Recetas manchegas de doña María Ana Migallón).

Al comienzo de esta reseña aventuré que debió de resultar conmovedor al autor componer este libro. Hay varias razones, pero solo quiero apuntar una. Además del anexo de 25 fotografías, la obra lleva una dedicatoria (“A mis hermanos”), una fotografía de sus cuatro hermanos y un pie de foto: “Rafael Ángel. María Ana. José Antonio. Francisco. En el destierro. Amelie-les-Bains. Pirineos Orientales. Francia. 1939”. Como en toda instantánea, hay que ver lo que muestra y buscar lo que falta. En esta foto familiar faltan tres personajes: la mamá, María Ana Migallón Ordóñez (Villanueva de los Infantes 1907-Ciudad de México 1998); el papá, Francisco Serrano Pacheco[iii] (Cortes de la Frontera, Málaga 1889-Ciudad de México 1962); y el quinto hermano, nacido ya en el exilio mexicano en 1945, Fernando, Fernandito.

NOTAS:

[i] A esta figura le dedicó toda una monografía Fernando Serrano Migallón, Con certera visión: Isidro Favela y su tiempo, Fondo de Cultura Económica, México, 2000.

[ii] De los 456, el 11.4% eran de origen andaluz: 52 (37 niños y 15 niñas), de los que 32 eran malagueños.

[iii] Francisco Serrano Pacheco fue juez en Villanueva de los Infantes. Candidato por Unión Republicana en las elecciones de 1936, gobernador civil de Ciudad Real (Ciudad Leal), fiscal en Valencia y Fiscal General de la República en Cataluña con sede en Barcelona, se exilió primero en Francia (1939) y después en México, donde se reuniría toda la familia en 1944.

Enviado por José Antonio Sierra

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