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Miguel de Cervantes Saavedra
Miguel de Cervantes Saavedra (Foto: Archivo)

«El principio de la sabiduría es el temor de Dios», de Miguel de Cervantes Saavedra, autor de El Quijote

«Oh dulce España, patria querida», Miguel de Cervantes Saavedra
martes 04 de abril de 2023, 12:11h

El benemérito escritor abulense José Antonio Hernández de la Moya, Socio de Honor de la Sociedad Cervantina de Esquivias y miembro de RTVE, galardonado, inter alia, con el primer premio de la IV Edición del Certamen literario Relatos X Justicia, autor de sobresaliente serie de «El Espíritu de la transición», «El espíritu de la Navidad», la novela «Yo, abo. Un viaje de autodescubrimiento y al metaverso», y ahora nos presenta perlas de sabiduría en su obra maestra: Apuntes de sabiduría: una guía para despertar de la Consciencia, divulgada por el excelente Grupo Editorial Amarante (2021), y dedicada a «todos los hombres y mujeres que anhelan un mundo más justo, solidario, armónico y feliz» (J. A. Hernández de la Moya, 9).

El ejemplar periodista José Antonio empieza su libro con los agradecimientos con la vida, recordando las palabras del insigne literato Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), así: «es un frenesí».; una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son»; pero que, aun así, es…¡la vida!», y con la canción de la artista chilena Violeta del Carmen Parra Sandoval (1917-1967), principal folclorista en América del Sur, intitulada «Gracias a la vida que me ha dado tanto», en cuya conmemoración de su natalicio, el 4 de octubre se celebra el «Día de la música y de los músicos chilenos» (J. A. Hernández de la Moya, 11-12).

Agradece a la vida,-«un constante milagro»,-y a sus amadísimos padres Eugenio y María del Pilar, gracias a quienes vino a este mundo, como hijo de la vida deseosa de sí misma, citando al poeta libanés Khalil Gibran (1883- 1931), quien declaró que «hoy mis padres biológicos no se encuentran ya en este plano de existencia, pero siguen presentes dentro de mi corazón en forma de fuente inagotable de amor y guía», resaltó que «yo no soy sino tú» y «Ustedes son mis hermanos y los amo. Los amo cuando se postran en sus mezquitas, se arrodillan en sus iglesias y oran en sus sinagogas. Ustedes y yo somos hijos de una sola fe: el Espíritu» (Yibrán Jalil Yibrán).

Rindió su eterna gratitud de corazón a su queridísima hermana Pilar-, «un gran tesoro, arquetipo de generosidad, del desprendimiento y del amor por la familia», quien siempre estuvo en su vida, llamándola «su segunda madre», quien asimismo de vez en cuando «puso sus pies en la tierra», aludiendo a la hiperbólica expresión evangélica «ni aun el mundo mismo podría contener los libros que se escribirán» («El Evangelio de Juan», 21-25).

Dirige un millón de gracias al «amor de su vida» Ana María, siguiendo los consejos de Khalil Gibran que «permitiendo que los vientos del cielo dancen libremente entre nosotros; amándonos con devoción, pero sin hacer del amor una cadena, sino más bien un flexible oleaje entre los litorales de nuestras almas». Con el mayor cariño posible aprecia en público a todos los que han entrado en su vida «como fuente de inspiración, el impulso de las acciones más gloriosas y heroicas, la comprensión de los principios éticos y morales y el aprendizaje», prometiendo «guardar un recuerdo de eterna gratitud, sin olvidarlo jamás, y mantenerlo depositado celosamente dentro del templo de su corazón» (J. A. Hernández de la Moya, 14).

En ese sentido invoca al filósofo estadounidense Ralph Waldo Emerson (1803-1882), quien proclamó que «todo hombre que conozco es superior a mí en algún sentido, así como una fuente de aprendizaje para mí», y sostiene que «el verdadero oficio del hombre-su finalidad esencial-consiste en mejorarse, perfeccionarse, educarse, completarse y superarse a sí mismo», tal como lo dice san Francisco de Asís (1181/82-1226), fundador de la Orden Franciscana «vencerse a sí mismo, es el gozo perfecto» (J. A. Hernández de la Moya, 14-15).

En su prefacio nota adecuadamente que la Humanidad inmersa en una cambio profundo de paradigmas, marcos de referencia y de valores y confiesa «haber aprendido a escuchar los dictados de su corazón y a descifrar el lenguaje que está más allá de las palabras», ya que acorde con el filósofo griego Platón (c. 427-347 a.C.) es «imposible curar el cuerpo sin tratar el alma» porque «todo procede del alma, lo bueno y lo malo, e irradia de allí a todo el hombre. Pero el alma se trata mediante ciertos diálogos» (Cármides o de la sabiduría: Diálogos de Platón).

En el capítulo «La bendita curiosidad de hacernos preguntas» cita las cinco grandes preguntas,- las que nos tienen atrapados generación tras generación,- del filósofo griego Aristóteles (384 a.C-322 a.C.), plasmadas en su Ética a Nicómaco, que son: ¿existe Dios?, ¿qué es el Ser?, ¿qué es el ser humano?, ¿cómo alcanzar la felicidad? y ¿qué hay más allá de la muerte?, y pregunta «por qué debemos mantener la bendita curiosidad de hacer preguntas» (J. A. Hernández de la Moya, 32).

Alude al filósofo hindú Sri Nisargadatta Maharaj (1897-1981), quien precisa que «es crucial conocer las respuestas, puesto que sin una completa compresión de un mismo,… la vida no es más que sueño», convoca al alemán físico Albert Einstein (1879-1955), quien destaca que «lo importante es no dejar de hacer pregunta… no perder jamás la bendita curiosidad», cita al pedagogo toledano José Antonio Marina Torre (1939-), Doctor Honoris Causa, quien esclarece que «ni el problema ni la pregunta son conocimientos, al contrario, son reconocimientos de ignorancia, pero abren especio al conocimiento», y menciona a Gautma Buddha (siglos VI o V. a.C.), quien afianza que «todo lo que somos es fruto de lo que pensamos».

En el capítulo «La Verdad», el clásico filósofo griego Sócrates (470 a.C.-399 a.C.), arquetipo humano de la sabiduría, relata que «si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno y, además, no me es útil: ¿para qué querrá yo saberlo?», el autor exhibe que «toda la verdad del juez, como la del orador, consiste en decir la verdad» y hace mención del filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900), quien propaga «el amor por la verdad» (Mas allá del bien y del mal).

Sin embargo, la cuestión de la verdad la hallamos cuando Pilato dijo a Jesús: «¿Así que tú eres rey? Jesús contestó: Tú dices que soy rey. Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». Entonces, Pilato dijo: «¿y qué es la verdad? (Juan, 18:37)». Buda clarifica que «le es más provechoso al hombre dedicarse al perfeccionamiento de su naturaleza moral durante el breve lapso de tiempo de que dispone en esta tierra», y el místico chino Lao Tzu (los siglos VI - IV a. C.), creador del taoísmo, pone de relieve que «aquel que sabe no lo dice y quien lo dice, no sabe».

El monje hindú Sri Yukteswar (1855-1936) avala que «cuando la razón del hombre sea incapaz de sondear los dilemas de la creación, Dios mismo le revelará finalmente al devoto cada uno de sus misterios» y el gurú hinduista Paramahansa Yogananda (1893-1952) corrobora que «cada santo que ha tocado el núcleo mismo de la Realidad ha confirmado que el Universo esta guiado por un plan divino, pleno de verdad, amor, gozo y de belleza» (Autobiografía de un yogui, 1946).

El capítulo «La sabiduría» nos sugiere descubrir las perlas de sabiduría que se encuentran en todas las partes-, a saber, recopilar las perlas de sabiduría de otros para utilizarlas en el momento en que sean necesarias,- porque la sabiduría es como una planta que nace dentro del hombre; evoluciona dentro de él; se nutre de otros hombres y da frutos que alimentan a otros hombres, puesto que según Isaac Newton «lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano» (J. A. Hernández de la Moya, 155-56).

En el capítulo «La serenidad», una joya incorruptible, Séneca advierte que «no hay nada tan grande como la serenidad», José Antonio aconseja conquistar la serenidad de acuerdo con la Biblia, que desvela que «ama y desea fervientemente un espíritu apacible y sosegado que es de mucho aprecio a los ojos de Dios» (1 Pedro, 3-4), pues «la serenidad aporta armonía interior y nos permite experimentar una agradable sensación de paz y tranquilidad», y según el médico neurólogo austriaco Sigmund Freud (1856-1939) se percibe que «aún no han producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palaras bondadosas» (J. A. Hernández de la Moya, 161).

El capítulo «La profundidad del silencio» cuenta que el Universo vive en silencio. Las esferas celeste giran mudas en sus orbitas. Las estrellas irradian su luz y su calor a través del espacio inerte y silente y dicen los sabios que la verdad se halla en el silencio. El maestro hindú Kuppu Swami lyer (1887-1963), fundador de la Sociedad Vida Divina, publica que «en el silencio viven la fortaleza, la sabiduría, la paz, la templanza, la alegría y el gozo. Allí también se encuentran la libertad, la perfección y la independencia», y el ensayista escocés Thomas Carlyle (1795-1881) anuncia que «el silencio es el elemento en el que se forman todas las cosas».

El admirado ensayista José Antonio pregona que «nuestra sociedad de la opulencia y la tecnología no ha tomado de este sabio consejo y la actitud de la sociedad moderna frente al silencio lo ha declarado su enemigo número uno. Pero ¿cuál es el valor del silencio? Desde un punto de vista práctico, el silencio es un verdadero tesoro. Es el mejor bálsamo para las heridas del alma. El silencio todo lo impregna. Es la música del alma y es la morada de la paz. Vivir amando el silencio, esta es la clave. El secreto del silencio está en cultivar el silencio», y por este motivo «es recomendable el silencio para los sabios y mucho más para los tontos» (J. A. Hernández de la Moya, 168-70).

El capítulo «La gratitud»-, proviene del griego «chara»-, evoca que «el agradecimiento es una forma sublime de corresponder con lo que hemos recibido», tiene que producir alegría interna y que es una flora fragante en el desierto de la ingratitud humana y el dominico alemán Ekhart de Hochheim (1260-1328) sostiene que «la palabra gracias es suficiente para componer la mejor de las oraciones, que la gratitud es una práctica sagrada que eleva nuestro espíritu, cambia nuestras perspectivas y suaviza nuestros corazones». Así que, uno de los más sublimes consejos de la sabiduría es «¡cultiva la gratitud, que es el privilegio de las almas nobles» (J. A. Hernández de la Moya, 180-81).

En el capítulo «¿Hacia dónde se dirige la Humanidad?», Hernández de la Moya apunta las sabias palabras de dos gigantes del pensamiento, del filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955), quien afirmó que «no sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa» y de Lucio Anneo Séneca, quien comenta que «cuando no sabemos a qué puerto nos dirigimos, todos los vientos nos son desfavorables» y concluye que hoy en día el «Homo Sapiens» se ha transformado en un «Homo Económicus», esto es, una nueva especia humana orientada hacia el consumismo, dominado por el poder económico, se ha convertido en un gran mercado. Por lo tanto, un dicho hindú: «no hay árbol que el viento no haya sacudido» viene aquí como anillo al dedo porque el «futuro de la Humanidad es incierto e inquietante» (J. A. Hernández de la Moya, 217-224).

En el capítulo «El despertar de la Consciencia» el escritor alemán Eckhart Tolle (1948-) juzga que el despertar espiritual está ya con nosotros y solo tenemos que activarlo y no hay que olvidar que el despertar espiritual o iluminación, como garantizó Buda, es el fin del sufrimiento. Albert Einstein dijo: «quiero conocer la mente de Dios. Lo demás son detalles». La mente de Dios es precisamente la Conciencia; conocer la mente de Dios es ser conscientes; los detalles son nuestros propósitos y todo lo que ocurre fuera. El maestro indio Nisargadatta Maharaj (1897-1981) invoca que «la bendición es darse cuenta de que uno no es el cuerpo, sino la Consciencia» y José Antonio asevera que el «despertar espiritual» es reconocer a Dios dentro de nosotros mismos (J. A. Hernández de la Moya, 235-236, 248).

Por último, José Antonio resalta que «todas las preguntas del hombre persiguen obtener información con el fin de encontrar un sentido a la vida» (J. A. Hernández de la Moya, 32-33).

En resumidas cuentas, le agradezco profunda y totalmente al excelente investigador José Antonio Hernández de la Moya-, cuyos lemas de vida son: ¡Creer es crear! y ¡Vivir es formidable!-su obra maestra llena de espléndidas enseñanzas y palabras de diamantes y con mi total gratitud y mi total reconocimiento le felicito por sus perlas de sabiduría.

Sin la menor sombra de duda, las palabras del «Rey de la literatura» caracterizan esta magnífico libro de la siguiente manera: «la sabiduría y la virtud son las riquezas sobre quien no tienen jurisdicción los ladrones ni la que llaman fortuna» (La fuerza de la sangre). ¡Enhorabuena!

Laus in excelsis Deo

Krzysztof Sliwa

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