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Ángel Olgoso
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Ángel Olgoso (Foto: Marina Tapia)

Entrevista a Ángel Olgoso: "Cada relato puede ser un umbral que se atraviesa, una puerta por la que entras a un mundo completamente nuevo"

Autor de "Sideral"

jueves 21 de marzo de 2024, 07:26h
El autor granadino Ángel Olgoso es autor de varios libros de relatos, entre los que destacan Los demonios del lugar (2007) y Astrolabio (2007). En Cuentos de otro mundo (1999) y La máquina de languidecer (2009) ha reunido sus últimos microrrelatos, y en Los líquenes del sueño (2010) una amplia selección de los cuentos escritos entre 1980 y 1995. Su obra, traducida al inglés, alemán e italiano, figura en las mejores antologías del cuento y del microrrelato hispánico. Ahora publica "Sideral” (Eolas Ediciones), el segundo volumen temático, tras “Bestiario”, de sus relatos completos de un total previsto de seis.
Ángel Olgoso
Ángel Olgoso (Foto: Marina Tapia)

Ángel Olgoso, en su forma de soñar, cósmica, lúdica, preciosista, enumerativa, rizomática, a veces macabra y no siempre tecnológica, tiene una imaginación extraterrestre cuyos antecedentes se encuentran al revertir toda la historia de la civilización y abrir nuestra mente para desprendernos de los rigurosos esquemas del género. Su obra surge de un instante de clarividencia y explota una imagen, un pálpito, un escalofrío, una conmoción, un diminuto seísmo hasta los límites de lo posible. En este volumen, las páginas están recorridas por una de las grandes preocupaciones de esta literatura: la sospecha de que la realidad no es lo que perciben nuestros sentidos. Además, aborda temas clásicos en consonancia con la condición soñadora del escritor granadino: realidad virtual, inteligencia artificial, viajes en el tiempo, exploración galáctica, formas de vida inconcebibles, artefactos e inventos. Uno tras otro, los temas y las líneas maestras de la ciencia ficción adquieren una nueva forma en las manos de Ángel Olgoso.

¿Qué es “Sideral”?

Además de ser, tras “Bestiario”, el segundo volumen temático de mis relatos completos (que tengo la fortuna de que esté publicando la editorial Eolas en su imprescindible colección Las Puertas de lo Posible), “Sideral” es también la destilación de todos ms relatos escritos con tonos de ciencia ficción, de distopía o con alguna vibración técnica, y de otro donde la realidad se presenta alterada por lo extraño como un campo magnético. Aquí reúno narraciones espigadas de entre las 700 escritas en los últimos cuarenta años, que incluyen -entre otros muchos temas- el desmantelamiento del atrezo del universo, una nueva versión de la Creación, un ‘zoom’ a las profundidades del espacio, un apagón cósmico, un prisma que contiene todas las vidas alternativas, historias de amor entre máquinas, prisiones geométricas, astronautas en busca de vida extraterrestre, metamorfosis, homúnculos artificiales, pruebas patentadas de la existencia del Más Allá, comunidades humanas subacuáticas, deslizamientos de planos temporales y espaciales, un viaje al centro de la Tierra, un dios olvidado en un remoto desván entre las estrellas, una ‘road movie’ apocalíptica, o la aparición de nuevas lunas en el cielo.

¿De dónde surgió su interés por la ciencia ficción y qué características diferenciales tienen estos relatos con respecto a los ‘leitmotivs’ del género?

Siempre me ha embelesado la música de las esferas, la astronomía, la astronáutica (quizá porque nací con la carrera espacial, en las mismas fechas en que Gagarin se elevaba sobre el planeta) y, además, la ciencia ficción forma parte indisoluble de la literatura imaginativa que practico, esa que permite suspender la incredulidad, forzando incluso aún más los límites hasta lo vertiginoso; por tanto, era inevitable que entre los centenares de relatos hayan germinado casi espontáneamente muchos de ficción más o menos científica. Como cada uno es un yo irrepetible, un universo con su propio espacio-tiempo, resulta lógico que la mía sea una ciencia ficción muy personal, con una impronta propia, que se abre no sólo a historias de alcance especulativo sino a perspectivas poéticas, metafísicas o satíricas. Tal vez en ellas haya un intento -seguro que inconsciente- de ampliar las expectativas estrechas que suelen tener los lectores acerca del género. Aunque al organizar esta compilación me di cuenta que compartía ciertas peculiaridades del cine de ciencia ficción europeo (en especial de los países tras el telón de Acero durante la segunda mitad del siglo XX), una mirada densa y sensual, estéticamente sorprendente, centrada en la creación de atmósferas, y en la tradición del surrealismo o el absurdo pero que explora la filosofía o la religión. En cualquier caso, lo importante es que se trata de un género sin límites que puede llevar a cualquier parte y que permite estimulantes hipótesis, pero también la deriva intelectual y el detalle físico, así como una escritura hermosa. Lo importante es que cada relato puede ser un umbral que se atraviesa, una puerta por la que entras a un mundo completamente nuevo, o incluso a otra cosmología. Según Asimov, la ciencia ficción satisface las mismas necesidades que durante milenios habían cubierto los mitos y leyendas: la necesidad de historias colectivas, el anhelo de asombro y el deseo de descifrar los misterios del mundo.

A propósito de esto, ¿sigue siendo la ciencia ficción un género menospreciado en el ‘mainstream’ literario?

Me temo que sí, a pesar de la proliferación de obras y autores muy interesantes (Chiang, MacInnes, Cixin o Doctorow) y de su galopante hibridación con otros géneros, y es una verdadera lástima, porque la ciencia ficción, además de un sismograma del presente, puede ser también una búsqueda de sentido, una tormenta de ideas, una reflexión sobre lo humano y lo no humano, sobre cuál es nuestro lugar en el universo. La ficción científica no sólo nos asombra o nos aterra, desborda los cauces de lo plausible para adentrarse en territorios donde el lenguaje no alcanza, desafía a la mente para llevarla a lugares inexplorados de la naturaleza y del espíritu, nos dice que podríamos tener un mundo muy diferente al mundo en que vivimos ahora, reivindica la libertad de imaginar otro futuro. Los creadores casi nunca han estado dispuestos a aceptar la sociedad tal y como es; de hecho, han sido siempre mecanismos de alarma: plantean preguntas y comparten inquietudes. Me gusta esa comparación de un escritor -alguien que básicamente trata de comunicarse en soledad- con una estrella lejana mandando señales débiles, intermitentes pero esperanzadas, que no se sabe si serán recibidas por alguien en algún momento o lugar.

¿Quiénes han sido sus referentes en el género?

Más que los autores de la Edad de Oro de la ciencia ficción, la más puramente científica y humanista de Asimov o Clarke, me ha interesado en especial el halo poético y romántico de Bradbury, los simulacros paranoides y realidades alteradas de Dick, lo residual humano en Ballard o la fusión de lo ético y lo grotesco en Lem. También disfruté enormemente las visiones peligrosas de Ellison y el bastardismo salvaje de Farmer. Imagino que en “Sideral” habrá algún eco de ellos, pero creo que estos relatos míos se alinean de forma mucho más orgánica con las geometrías insólitas de Kafka y de Borges y, sobre todo, con las alegorías irónicas, existenciales y fantásticas de Buzzati. O incluso con la imaginería enciclopédica de Athanasius Kircher, que hablaba de cosas que no existían o que conocía sólo de oídas produciendo una fantasía erudita, de modo que resultaba imposible distinguir la verdad de la ficción. En definitiva, con una narrativa veteada por la extrañeza que intenta auscultar lo irreal que hay en lo real.

Se percibe en “Sideral” un cuidado con el lenguaje que pudiera parecer inhabitual en el género.

El esmero con la prosa es consustancial a mi labor creativa. En fin, ya sea frondoso o minimalista, el lenguaje -al menos en mi caso- es siempre el personaje principal. Y, por otro lado, siempre me ha fascinado el reto de describir poéticamente la astronomía, sus cuerpos, sus movimientos, sus magnitudes. En este volumen hay numeroso ejemplos de ello, como en “Nebulosa Rho Oph”, “Contraviaje”, “Si mi cabeza cae”, “Dibujé un pez de polvo”, “Materia oscura” o “Lucernario”. Soy de los que piensan que una reconstrucción verbal del universo tiene la misma entidad, la misma consistencia que el propio universo, que el protón, el electrón o el axión están hechos de la misma materia que la lengua. Creo que la poesía permite acercarse al sentido de las cosas y a su pasmosa fugacidad, permite nombrar el asombro. Además de poética, la visión del presente y del futuro que comparece en estos relatos es también cáustica, a la vez sombría y colorista, sensorial e inquietante. Una combinación de lo horrible y lo maravilloso, como ocurre en todas las esferas de la existencia.

A Borges le provocaba hilaridad el misterio de los planetas y del sol como miserables y diminutas aldeas en el vacío del espacio

En los relatos de “Sideral” no hay sobrepeso científico o tecnológico, parece una ciencia ficción más difusa que abordara de forma indirecta los misterios del universo.

Es cierto, apenas si he escrito relatos en que la ciencia sea realista, tal vez porque estudié Filosofía y Letras. Y lógicamente están todos incardinados al resto de mi obra, con sus propias singularidades. Me gusta la teoría de Keats sobre la capacidad del artista de acceder a la verdad y a la belleza sin ajustarse a un marco de pensamiento lógico o científico. Si tenemos en cuenta que el espíritu y la materia no son más que posibilidades (de hecho, la materia que conocemos se reduce al 4%, el resto es energía y materia oscuras); que, como afirmaba Buñuel, el hombre no es libre pero su imaginación sí; que quizá la literatura fantástica sea más realista que la literatura realista, que sólo refleja la cáscara, una realidad parcial, pues esta no se compone únicamente de las cosas que se perciben por los sentidos, es lógico que nuestro cerebro sienta un pellizco cuando fantasea con dimensiones que la razón no logra concebir. Por ejemplo, como seres convencionales que somos creo saludable pensar que el universo en que pasamos nuestra vida no es el único que existe. Curiosamente, a Auden no le interesaban los demás planetas y le gustaba donde están, en el cielo, y a Borges le provocaba hilaridad el misterio de los planetas y del sol como miserables y diminutas aldeas en el vacío del espacio. Uno prefiere sin embargo la perspectiva de Oscar Wilde: “Todos estamos en la cloaca, pero algunos miramos hacia las estrellas”.

¿Es la ciencia ficción una herramienta ideal para alertar de los peligros del progreso, de sobrepasar los límites del desarrollo tecnológico?

Por supuesto, y del peligro de hacerlo con secretismo. Se diría que flota la sensación de que realizar todo lo que permite la ciencia puede conducirnos al abismo. El ser humano ya ha pagado un alto precio por algunas utopías y comienza a pagarlo por algunas distopías, tras las que está el simple negocio (como esa compañía que controla el suministro eléctrico en todo el orbe, en mi relato “Materia oscura”). Apenas llevamos aquí 200 000 años y nos comportamos con una arrogancia suicida. Estremece la capacidad autodestructiva de una humanidad bien surtida en lo material y desasistida en su vacío moral. En este mundo degradado, marcado por amenazas crecientes, crisis ecosociales, declive energético, por la tecnología como un campo de disputa que puede conducir tanto a la alienación como a la emancipación, en este espejo roto en mil pedazos ya no nos sirven ni Verne, ni Orwell, ni Huxley. Ballard, en cambio, nunca se tragó la promesa de la tecnología como un avance, sino como una limitación de la libertad y un posible agente de destrucción. Sin negar avances impresionantes y hasta emocionantes en el campo científico, los cambios son tan vertiginosos que no podemos asimilarlos. Ya han traspasado nuestros umbrales tecnologías profundamente disruptivas como la robótica, la realidad virtual o la A.I. (hidra de múltiples cabezas). Mientras tanto, somos carne de algoritmo y de metaverso, y seguimos inmersos en un crecimiento desenfrenado y con graves problemas medioambientales que nos están convirtiendo en lo que Sánchez Ron llama “asesinos del futuro”.

La imaginación, en la ciencia ficción, ¿conviene embridarla o desbocarla? ¿Cómo le gustaría que acogiera el lector los relatos de “Sideral”?

A ver, depende de las exigencias de cada texto, a las que hay que plegarse según la premisa argumental, el arco narrativo, la atmósfera o el tono. Desde luego, la imaginación va mucho más deprisa que el cálculo, más que la luz irradiada desde las gigantescas antorchas de las estrellas. La definición de ciencia ficción es, en realidad, el arte de lo posible, de las ideas que no existen pero que lo pueden cambiar todo. Una tentativa de comprender la complejidad del universo, de proyectar las inquietudes de la condición humana dislocando el orden natural. En nuestra vida cotidiana, la irrealidad puede ser un consuelo que se alcanza mediante los sueños o la literatura fantástica. Y la imaginación, que es insumisa y liberadora, inaugura nuevos horizontes. En cuanto a la segunda cuestión, ojalá algunas de estas historias parezcan sacadas literalmente de otro planeta, flotar entre la realidad y el ensueño, entre el microcosmos y el macrocosmos. Ojalá renueven la capacidad de asombro del lector. Y no estaría mal que sirvieran, de paso, para enmendarle un poco la plana a la sugestiva frase de Éluard: Hay otros mundos, pero no están sólo en este.

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