“Son las cuatro y veinte de la madrugada del 1 de julio de 1520 y llueve a cántaros. Tres mujeres se encuentran a la altura del número 128 de la calzada de México-Tacuba, donde hoy en día se levanta una oficina de DHL Express. Se trata de un edificio de una sola planta pintado íntegramente del color amarillo mostaza propio de la compañía. La casa hace esquina con la calle Lago Tlahuac, que es de doble sentido, y, si se cruza por el paso de cebra, se topa uno de frente con una ferretería industrial y, a continuación, con una academia de música llamada Sonata. A pesar de que han transcurrido más de cinco siglos, la avenida de seis carriles -tres en cada dirección- se sigue llamando igual: calzada de Tacuba. En tiempos de Hernán Cortés, servía para entrar y salir de Tenochtitlan por el oeste, en dirección a la ciudad de Tacuba, entonces denominada Tlacopan, que en náhuatl significa ‘lugar sobre las varas’. Probablemente, lo que nosotros llamamos ‘cañaveral’ o ‘juncal’. Tenochtitlan es una isla en medio de un lago. Se comunica con la tierra firme a través de cuatro calzadas por las que a diario transitan miles y miles de viandantes. Y es que en la isla viven cuatrocientas mil personas. Se trata de una de las ciudades más espléndidas del mundo, por mucho que el mundo lo haya ignorado hasta hace menos de ocho meses”.
Malinche/Doña Marina/Malintzin nació hacia 1500 y pasaría a mejor vida ca. 1529. Tuvo un hijo, Martín Cortés Malintzin (ca. 1522-1569), que sería Caballero de la Orden de Santiago, y participaría en la batalla de San Quintín (10 de agosto de 1557). Luego se matrimoniaría con el caballero Juan Jaramillo de Andrade (1524-1551), con el que tuvo a su hija María Jaramillo, y a priori habría sido la pareja del capitán Alonso Hernández Portocarrero (Medellín, ca. 1488-¿1524?). Escribe Bernal Díaz del Castillo que: “Sin la ayuda de doña Marina, no hubiéramos entendido los idiomas de la Nueva España y de México”.
En la actualidad, dependiendo del nivel cultural del mexicano de que se trate, existe un apelativo sumamente despectivo referido a aquellos mexicanos que aceptan una cultura vivencial diferente a la mexicana presionante y ahistórica, y ese nombre peyorativo es el de ‘malinche’. No obstante, desde el punto de vista histórico, más riguroso posible, ella prefería que la llamasen con el nombre de doña Marina, que fue como la bautizaron los españoles. Será, por ello, por lo que se puede considerar que siempre se sintió, aceptablemente cómoda en el entorno de los hombres venidos, mayoritariamente, de la Extremadura del Reino de León. No es extraño que sea ella la titular de la obra literaria, y por lo tanto Hernán Cortés uno de los hispanos más eximios de todos los tiempos, esté como acompañante, aunque esencial. Cuando el metelinense llegué desde Cuba hasta el continente, descubriendo, pero intentando escapar de las malas artes del gobernador Diego de Velázquez, para poder lograr la conquista y la colonización de lo que luego sería denominado como el territorio de La Nueva España, para conseguir llevar a buen puerto esta gigantesca labor, doña Marina o la Malinche sería esencial, ya que era muy inteligente y, enseguida, sería dilecta intérprete del extremeño. La indígena tenía 16 años cuando se cruzó en la vida del citado colonizador español. Además de la ayuda política y de intérprete que le prestó, sin ambages, le sería de vital importancia para la guerra contra el complejo y belicoso Imperio de los Mexicas. Entre ambos surgió una relación amorosa, que tendría como fruto el nacimiento de Martín Cortés, reconocido por el padre por medio de una bula papal. Todo ello muy alejado del colonialismo genocida de los ingleses o británicos del norte del continente. Doña Marina será esencial para llevar adelante las necesarias alianzas con los indígenas, para así poder doblegar a los aztecas, que tanto odio habrían generado entre el resto de los aborígenes de los actuales Estados Unidos Mexicanos. Esta novela-histórica nos traslada, sin solución de continuidad hacia un perfecto viaje en el tiempo, estamos en el ubérrimo siglo XVI.
«En 1519, Hernán Cortés acaba de abandonar Cuba para embarcarse en dirección a México. Cuenta con muy poca información sobre su destino, de tal manera que ni siquiera está seguro de si se halla ante un puñado de islas o un continente entero. Cuando, por fin, toca tierra, se cruza en su camino una mujer de tan solo dieciséis años que, con el tiempo, se convertirá en la llave de la expedición española hacia el corazón de México. Esa joven, de nombre Malintzin, le proporcionará las claves para adentrarse en un territorio complejo, violento y maravilloso donde se encuentra una ciudad de fábula: Tenochtitlan. Esta es la historia de esa muchacha, de Malintzin, de la Malinche, de la mujer con la que los españoles lograron cambiar el mundo».
El autor tiene un modo de escribir muy agradable, ya que nos ofrece ese sentido del humor, que es un aliciente más para seguir leyendo la trama que sea. La evolución de Malinche es variada, ya que nace como Malinalli, hija de un cacique de la zona de Veracruz, luego será ya Malintzin cuando sea vendida como esclava a los magnates mayas de la zona de Tabasco. Más adelante, ya como amante e intérprete del metelinense, será doña Marina, donde actuará como traductora del maya-náhuatl-castellano, y asimismo como eficaz estratega de Hernán Cortés, estudiando para él cual era la situación de los pueblos y caciques que vivían sometidos al durísimo yugo de los mexicas. El autor ha pretendido, y para mí que lo ha conseguido, dejar a doña Marina como una mujer inteligente y capaz, pero nunca, guste o no a algunos mexicanos, como una traidora. Ejemplifiquemos la maestría de la escritura del autor guipuzcoano: “Hernán Cortés, que apremiaba a los suyos mientras estos diezmaban el arsenal de los cubanos, levantó el rostro e hizo una seña a Xicomecóatl: ha llegado la hora. El Cacique Gordo no se lo pensó dos veces y arengó a sus guerreros. Más tarde, Malintzin, que escuchó y retuvo casi todas las palabras del discurso, tradujo para Cortés: ‘Hemos de reconocer de qué parte se encuentra nuestra fortuna. ¿Confiamos en nuestros amigos de siempre? ¿O, por el contrario, nos sumamos a las nuevas hordas de extranjeros? Yo, vuestro rey, yo, vuestro general, os digo que quien no nos ha engañado hasta ahora será quien no nos engañe en el futuro. Cortés ha penetrado en las tripas de Tenochtitlan y allá resiste. No necesito saber más. No lo necesitáis vosotros, hijos míos. Quien tenga en su mano la llave del exterminio de los abominables mexicas es amigo de Xicomecóatl. Al lado de quien sepa recorrer el camino hacia la victoria avanzaré yo. ¿Lo haréis vosotros a mi lado? Los trescientos guerreros cempoaltecas levantaron sus armas -mazos de batalla, macuahuimeh de una y de dos manos, lanzas, hachas, cuchillos- y aullaron en la noche. A cada español, un escalofrío le recorrió el espinazo”.
Estamos, por lo tanto, ante una nueva novela-histórica, más que enjundiosa y rica en matices, una obra que enriquece el panorama literario de lo hispánico y la Hispanidad, ya que eso es lo que defendía doña Marina, que siempre deseó pertenecer a un mundo diferente en el que había nacido, aunque quizás estuviese mucho más a favor de un sincretismo ecléctico perfecto. Ella resume, con su insigne inteligencia y cultura, el mestizaje propugnado por los españoles. Es preciso además recordar los juicios de residencia, en los que los funcionarios del emperador Carlos V estaban obligados a dar explicaciones, muy pormenorizadas, sobre cual había sido su comportamiento en La Nueva España y, según ellas, serían premiados o castigados, de forma prístina. En suma, una estupenda obra-novelada-historiográfica sobre La Nueva España y sus conspicuos personajes, a la cabeza de ellos doña Marina. La portada es ineluctable por destacada. «Qui cum sapientibus graditur erit amicus stultorum efficientur similis».
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