La literatura como memoria; eso es cuanto, de fondo, nos invita a considerar este libro que es un ejercicio de deferencia y amor el arte de escribir. Pero aún más, por cuanto el objeto de consideración-admiración en este libro hondamente didáctico y minucioso en el análisis es la obra del artista en general y la estimación de todos aquellos avatares que van a conformar las características propias de una obra, de la vida de un artista. De Vasari se ocupa en primer lugar a propósito de su ‘Vida de los más excelentes pintores, escultores y arquitectros’ y de su percepción de la obra de Tiziano. Y, en tal consideración “lo más curioso y digno de comentar es que, más que las obras terminadas, admiramos las últimas piezas de los artistas, incluso las que han dejado incompletas”. Tantas veces se citan los bocetos de mármol expuestos en la Academia florentina de la mano de Miguel Ángel. Toda la sugerencia que encierran, todos los sueños prendidos toddavía en su voluntad sin haber quedado manifiestos, rematados. Dígase, es cierto, previo el conocimiento que ya nos había legado de sus capacidades -¿éticas y etéticas?- percibidas en las obras rematadas del autor. Para este caso “Vasari nos insiste en la libertad de las reglas del arte que el artista alcanza en su madurez, en la audacia de ejecución adquirida por una larga familiaridad con el medio, y en la conquista de una sencillez aparente, pero nada más que aparente. También nos alerta del peligro de confundir la rapidez de ejecución o la ilusoria facilidad con sencillez (…) su arte (de Tiziano) consiste en conseguir un aspecto natural suguiendo un ideal que, mucho más tarde, animará todavía a Manet”. He aquí otro rasgo resañable en este largo estudio en torno al artista y su obra. No es una pieza a analizar, un libro, sino la apreciación de la obra del artista como identidad, como explicación de unos dones que se prolongarán siempre en el tiempo; de ahí la consideración de belleza y unicidad. “¡No!, No –escribió André Gide en las últimas páginas de su Diario- no puedo afirmar que con el final de este cuaderno, del cuaderno, se habrá acabado todo; que habré puesto punto final. Quizá me venga el deseo de añadir todavía alguna cosa más. De añadir qué se yo. De añadir. Quién sabe. En el último momento añadir todavía algo…” ¿No es sabido que, por la razón que fuere, hay escritores que en su obra no han admitido la realidad del punto final? Expresiva al respecto resulta, asimismo, la cita en torno a Proust, cuya última noche fue la del 17 al 18 de noviembre de 1922. En un sobre ‘manchado y lleno de notas a tinta negra’ se advierten dos notas: una trata de Albertine degustando helados; otra se refiere ‘al baile de los médicos en torno a Bergotte durante su última enfermedad’; después de una sátira de la medicina, se refiere al cambio de régimen consentido por los médicos a sus pacientes cuando están cercanos a la muerte y a eso que Proust llama la increíble frivolidad de los moribundos: “Pero, por ejemplo, no podría tomar champán? Por supuesto, si le apetece. Encarga las marcas que se había prohibido, y eso es lo que da cierta vileza a esta increible frivolidad de los moribundos”. Añade, enfin, Compaignon, nuestro autor, que Mauriac señaló en la necrológica de Proust: “En su última noche seguía dictando reflexiones sobre la muerte y decía, ‘esto servirá para la muerte de Bergotte’ (el caso ya citado) Y escritas en un sobre manchado de tisana, hemos podido ver las últimas palabras ilegibles que trazó, en las que únicamente era legible el nombre de Forcheville. De este modo, hasta el final, sus criaturas se alimentaron de su sustancia, hasda agotar lo que le quedaba de vida”. Es como si la obra de la vida prosiguiese –o hubiese de considerarse que prosigue, más allá de su propia vida. Alguien escribió en una ocasión: no se lega una obra, se lega un sentir, una idea… ‘Fines de la literatura’ tal como leemos en el post-título de esta sustanciosa obra de Antoine Compagnon, Puedes comprar el libro en:
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