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"La venganza de Pandora", de Daisy Dunn

Ed. Crítica. 2024

martes 09 de diciembre de 2025, 22:21h
La venganza de Pandora
La venganza de Pandora
Un elegante libro de la editorial Crítica sobre un grupo dilecto de diferentes mujeres de la Historia Antigua, nos deleita con un estilo riguroso y entregado. Quizás pueda ser que las féminas hayan sido creadas, por los dioses, para ofrecer todo tipo de complicaciones a los varones. El aserto puede ser mitológico, pero no es correcto y mucho menos es aceptable, sino absurdo. Pero, en este caso será Hesíodo, uno de los eximios poetas de la Grecia de la Antigüedad, quien lo refiere en su relación onírica con las musas. Nacería, el mencionado bardo, cerca de la gran ciudad de Tebas, la polis de las cien puertas.

Me voy a ceñir, a continuación, y dentro del global de la obra, a algunos de los capítulos dedicados a los cartagineses. Roma no había intervenido, por el habitual comportamiento de los interesados y retorcidos políticos del SPQR, en las guerras civiles que se habían producido en el Reino de Macedonia tras la extraña muerte de su monarca Alejandro III Magno, el hijo preclaro de Filipo II. Los romanos estaban más preocupados por poder obtener, con el menor gasto político y militar posible, todo el comercio siciliano, incluidos los pertinentes cereales, que también estaban en el deseo necesario de la gran urbe tiria del norte de África, Cartago. Los romanos llevaban ya muchos años luchando contra las poblaciones itálicas latinas y galas, en este último caso de la Galia Cisalpina. Pero, en estos años las legiones de Roma se están acercando peligrosamente al territorio de la Magna Grecia, curiosamente donde la única ciudad o capital importante, que había sido creada por ciudadanos espartanos, era Tarento. Tan insoportable fue la presión, que la populosa ciudad de Tarento se dirigió contra los ejércitos romanos. Será entonces cuando el SPQR/SENATUS POPULUSQUE ROMANUS se enfrenté con un enemigo mucho más complicado y organizado, y que se estaba oponiendo a toda esta parafernalia. Me estoy refiriendo al extraño rey Pirro “el Grande” del Epiro. Este monarca estaba emparentado, como primo-segundo, con la Reina Olimpia de Macedonia, madre de Alejandro Magno. Este personaje ha pasado a la historia por sus comportamientos extraños, tanto políticos como militares. Se casaría en diversas ocasiones, buscando procurarse alianzas de ámbito internacional, para poder plantar cara a las dos potencias del momento, Roma y Cartago, ya que Macedonia se estaba diluyendo sin poderlo evitar. Se puede calificar al monarca epirota con un muy ambicioso, pero no muy capaz política y militarmente hablando.

Se dice que el rey del Epiro tenía la pretensión de conquistar Sicilia, Cartago e incluso partes de la península Itálica, a la que quería someter a su dominio. Por ello, aceptó apoyar a la población de Tarento en su lucha contra Roma. Para que no cupiera duda de la envergadura de sus planes, partió con un ejército considerable, que incluía a veinte mil soldados de infantería y veinte elefantes. Era la primera vez que estos animales pisaban suelo italiano y las sorprendidas tropas romanas llegaron a preguntarse si eran criaturas de carne y hueso o máquinas autómatas. Esta fascinación no dejó de crecer a lo largo de los siglos, al descubrir la aptitud de estas bestias para realizar trucos e incluso para aprender el alfabeto griego. El hecho de que fuera la personalidad del propio Pirro la que habría de protagonizar los acontecimientos posteriores no puede ocultar lo novedoso de los elefantes”.

Este monarca es el que, con su nombre, ha dado lugar a la denominación de ‘victorias pírricas’ a sus plausibles triunfos frente a los romanos u otros enemigos. En el año 279 a.C., los siracusanos le llamaron para que expulsase de Sicilia a una peligrosa potencia militar y comercial ya de primer nivel, que era nada más y nada menos que Cartago o los púnicos o los cartagineses. Los sículos consideraban, sin ambages, a los cartagineses como un flagrante peligro para su evolución sociopolítica y comercial. La fundadora mítica de Cartago o Qart-Hadasht o La Nueva Ciudad había sido una mujer, con una fuerte personalidad, y que, llegada desde Tiro, en Fenicia, arrastraba una horrible tragedia familiar tras ella. Y para quien se considera un modesto pero entregado especialista en los cartagineses y en su genial civilización, con títulos académicos incluidos, es muy loable que Cartago esté vinculada en su fundación a una fémina, lo que es palpable en mi tesis doctoral transformada en libro (mi número-10) y titulado para la editorial Alderabán, ‘LOS CARTAGINESES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA. 2024’, mientras que la homónima de Roma recayese sobre las espaldas de un varón, Rómulo; aunque ambas urbes poseyesen un diverso pasado trágico. Algo que se le olvida a la profesora Dunn es la diferencia entre la situación social favorable de las mujeres cartaginesas con respecto a las de Roma. Y, para ello, le refiero lo que opinaba Aristóteles sobre la Constitución de Cartago o de Esparta: “El relajamiento de las leyes de Esparta y de Cartago con respecto a sus mujeres es a la vez contrario al espíritu de la constitución y al buen orden del Estado lacedemonio o púnico. Las mujeres pasan la vida, entregadas a los desarreglos y excesos del lujo, y esto significa que el Estado carece de leyes”. No existiendo ninguna prueba histórica sobre la existencia de la Reina Dido/Elishat/la Errante, si existió una consciencia global ciudadana, entre los cartagineses, de que la fundadora de su civilización habría sido una reina.

Birsa, la colina cuyo nombre evocaba el recuerdo de la argucia real con la piel de buey, se alzaba en el centro de la ciudadela y de sus fuertes defensas. Todavía en el siglo IV a.C., las cecas cartaginesas de Sicilia acuñaban monedas de plata con la efigie de una mujer con un elegante tocado plisado, que se ha interpretado como representaciones de la mítica reina. Dido pasó a la historia como la fundadora de Cartago porque se salía de la norma. En los siglos que siguieron al establecimiento de la ciudad, esta fue gobernada por un hombre tras otro, en su mayoría procedentes de tan solo unos pocos linajes. Los dos sufetes (magistrados) elegidos cada año por una asamblea popular a partir del siglo V a.C. para ejercer como gobernadores eran siempre varones. Al igual que sus antepasadas fenicias, las mujeres de Cartago pasaban la mayor parte de su tiempo en la casa y tenían fama de elaborar tejidos muy finos y pan de gran calidad. Una proporción mucho menor de la población femenina encontraba empleo fuera de las cuatro paredes de su hogar. El epitafio de una cartaginesa llamada Shibulet la describe como ‘mercader en la ciudad’, una ocupación que por lo normal estaba reservada a los hombres. Al igual que las integrantes del coro de ‘Las Fenicias’ de Eurípides, que abandonan por propia voluntad sus hogares para servir como sacerdotisas de Apolo en Tebas, es probable que las mujeres de Cartago también tuvieran oportunidades para dedicarse al culto religioso. Sin embargo, no hay pruebas de que ninguna de ellas alcanzara en la realidad, ni de lejos, una autoridad comparable a la de la mítica Dido”.

Deseo aclarar a la autora que los mencionados sufetes no son gobernadores de nada, sino que se pueden equiparar a la auctoritas et potestas de los cónsules en Roma. No obstante, se mire como se mire, las mujeres en Cartago tenían una mayor categoría y libertad social que las romanas. El caso de la existencia de las mujeres en la familia de los Barca, consideradas claramente, se halla en como se cita a las tres hermanas mayores, y casadas con Bomílcar, Asdrúbal Janto y el príncipe númida Naravas, este último casado con la supuesta Salambó, con los hijos de las tres ayudando a Aníbal Barca “el Grande” en su lucha contra Roma, y asimismo a los otros dos hermanos Asdrúbal Barca y Magón Barca. Por ejemplo, en el paso de los Pirineos se encuentra ya un joven sobrino de Aníbal, llamado Hannón e hijo de su hermana mayor. Cuando, desgraciadamente, para los planes púnicos, tanto Amílcar Barca como su yerno Asdrúbal Janto sean asesinados por hispanos, Aníbal se preparó para tomar venganza de aquella Roma que firmaba tratados que nunca cumplía, o respetaba cuanto menos; Silio Itálico escribe que Aníbal se habría matrimoniado con una joven princesa originaria de Cástulo, ciudad turdetana próxima a la actual Linares/Jaén, llamada Himilce, de paradójico nombre fenicio o púnico, con la que tuvo un hijo, durante el cerco de Sagunto (año 219 a.C.), y al que nominaron Aspar. El historiador citado relata la despedida de Aníbal y de Himilce, ya que Aníbal se dirige a Italia para luchar contra Roma, como la que refleja Homero en la Ilíada entre Héctor “domador de caballos o el de tremolante casco”, primogénito del Rey Príamo de Troya, y su esposa sensible por antonomasia y que se llama Andrómaca. No obstante, Himilce le recuerda a su esposo que ella puede escalar montañas y acompañarle a luchar en Italia contra los odiosos romanos.

«Durante siglos, la historia del mundo clásico ha sido relatada a través de emperadores, reyes y señores de la guerra, relegando a un segundo plano las personalidades femeninas que también lo conformaron. En ‘La venganza de Pandora’ la clasicista Daisy Dunn se propone revertir esta tradición para situar a las mujeres en el centro de la narrativa. Por las siguientes páginas desfilan personajes conocidos como Cleopatra, Agripina o Safo, seguidas por otras artistas, escritoras y lideres como Artemisia, la única mujer comandante en las guerras greco-persas; Cynisca, la primera mujer ganadora en los Juegos Olímpicos o Fulvia, la esposa de Marco Antonio que libró una guerra en su nombre, además de muchas otras de las que desconocemos su nombre, pero de una forma u otra marcaron el curso de la historia. A lo largo de tres mil años, desde la Creta minoica hasta la Grecia micénica, desde Lesbos hasta Asia Menor, desde el Imperio persa hasta la corte real de Macedonia, y concluyendo en el Imperio romano, Daisy Dunn nos muestra el mundo antiguo a través de la mirada del increíble elenco de mujeres que lo conformó».

Deseo felicitar a la historiadora y a la editorial, por ayudarnos, motu proprio, a enriquecer el número de nombres de mujeres que formaron parte de la pléyade en las civilizaciones de la Antigüedad, aunque en todas ellas las mujeres no ocuparían el mismo estatuto social y político. En Cartago y en Esparta tienen mucha más enjundia que en Roma o en Atenas. Las mujeres de Mesopotamia ofrecen un panorama más positivo en Sumer o Babilonia o Hatti, que entre los hebreos o los asirios. En Egipto ocupan un lugar preeminente, con algunas como reinas-faraonas (Nefertiti, Hatshepsut y Tausert). En suma, recomiendo esta obra como importante para la historiografía. ¡ Libro Muy Positivo, sensu stricto! «Ut eo iure quod plebs statuisst omnes quirites tenerentur. ET. Si vis pacem para bellum».

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