El miedo a volar, todo un clásico. Probablemente vinculado a otros pánicos, como la claustrofobia o la agorafobia. Más aún cuando se racionaliza, como le sucedía a Vargas Llosa: “lo peor comienza cuando un ser provisto de imaginación toma conciencia de encontrarse suspendido del aire, a diez mil metros de altura y a mil kilómetros por hora, encapsulado en un tubo metálico con centenares de extraños”.
Ninguna de las razones contrarias atenúa el pánico del aerófobo. Hay bastantes más muertes al volante que volando. Con la estadística en la mano, el barco, el tren, la bicicleta, incluso un paseo a pie comporta más riesgos que el avión. Pero si el miedo es irracional, aquí cada cual implementa sus estrategias mentales para vencerlo. Entre muchas otras, como el recurso al pensamiento mágico, blindándose de talismanes más o menos irrisorios, dos antagónicas, por la vía literaria.
La del propio Vargas Llosa: zambullirse en una obra maestra por vuelo, de modo que la gravitación del texto anule las leyes de la gravedad. Y la de Stephen King: componer una antología de relatos de terror vinculados a esa experiencia. Se titula ‘Flight or Fright’ -Vuela o Tiembla-, y reúne joyas como ‘El horror de las alturas’, de Conan Doyle, ‘Zombis en el avión’, de Bev Vincent, o ‘Pesadilla a veinte mil pies’, de Richard Matheson. La lectura ideal para un largo vuelo transatlántico, por supuesto, con turbulencias.
¿De dónde viene el miedo? Y una pregunta más: ¿se trata de un buen o un mal consejero? Desde Aristóteles a Hans Jonas la filosofía ha buscado respuestas para las dos, sin encontrarlas fuera del diván del psicoanalista. O, una vez más, en la literatura. Para el adulto presa de sus terrores infantiles, un cuento de los hermanos Grimm. Precisamente, ‘Juan sin miedo’. O ‘Miedo a volar’, de Erica Jong, si esa agonía tiene algo que ver con el despertar sexual y el despegue hacia otros cielos.
Sin salir de esa atmósfera, el inevitable seductor torturado de la última versión de ‘Emmanuelle’ nos regala un sabio axioma: “Hoy dos clases de clientes en estos hoteles de lujo: los que van de caza y los que huyen”.
Queda una tercera categoría, en lo que afecta a los aeropuertos: los que tienen más miedo a quedarse donde están que a volar, incluso cuando el viaje lo opera Aena.
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