Hay días que la musa me acompaña.
Hay otros, donde camino junto a Cervantes, y me muestra los “gigantes” que tanto temía su personaje ¿Por qué? ¿Por qué el Quijote se arrepintió de todo al final y volvió a ser Alonso? Para algunos puede decepcionante, para otros, alentador.
Me pareció alentador también, cuando en ese andar, me mostró la ya clásica alegoría donde los miedos, los gigantes —o la mayoría de ellos—, no son reales, sino simples molinos de viento. Molinos que creamos en el éter de nuestras mentes. Molinos con los cuales, como le pasaba al caballero de triste figura… peleamos, sangramos, nos lamentamos, y lo más penoso: nos herimos a nosotros mismos.
Hay otros días donde Cervantes no aparece. Ni la musa, ni la música, el río, o las estrellas. Solo llegan simples imágenes que pasan frente a mis ojos, día tras día, hasta que llega ese sentimiento que Whitman tanto rehuía y que nos ha llegado a todos irreparablemente: el miedo al no vivir realmente.
Luego podemos hablar del éxito, la felicidad, la depresión o el fracaso. De la partida de tus perros, la vejez de tus padres o la pérdida de tus abuelos. Como decía el guion de una cinta, llega un punto de la vida donde empiezas a perder más de lo que ganas, y no, no me refiero a lo material, sino a los sustancial. Y ahí, ahí es cuando empiezas a valorar.
Y las musas dejan de bailar sobre tu cabeza. Y las musas dejan de escribir sobre la ira de Aquiles, la belleza de Afrodita o la audacia de Atenea. Simplemente caminas en un llano de figuras planas, o bien, en un dédalo circular, con un hueco en el estómago, con un futuro incierto, un pasado ininteligible y un presente invisible. ¿Podrán existir muchas versiones de ti en lejanos universos y tú eres la peor de ellas? No lo sé. Pero muchos hemos abrazado esa posibilidad. Después viene el café, el alcohol, las mujeres, el sexo, el gol, la emoción, y te olvidas de todo lo anterior. Hay días donde te sientes así, de esa manera y aprendes a que no siempre hay finales felices. A lo mejor, en el lecho de tu muerte, renunciarás al Quijote que fuiste y aceptarás, ya muy tarde, que eras solo un Alonso… Pero por lo mientras, no podemos ignorar lo evidente: muchos de tus miedos, son solo molinos de viento.