Transcurridos 420 años de la publicación de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605) y 410 años de El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615) y después de numerosísimos estudios, así como de artículos publicados sobre esta gran obra cervantina, parece bastante claro que don Miguel utilizó recursos literarios nunca antes vistos o nunca antes tan bien explotados, como para ser considerado el padre de la novela moderna.
Uno de esos recursos es recurrir al tema de los papeles hallados (como muy bien apunta Carlos Mata Induráin en su artículo La técnica de los papeles hallados, publicado en su blog Ínsula Barañaria:
https://insulabaranaria.com/2013/12/28/cide-hamete-benengeli-y-la-tecnica-de-los-papeles-hallados-en-el-quijote/
hecho que ya era conocido y utilizado en las novelas del género de caballería. Pero Cervantes lo utiliza dándole una vuelta más de tuerca: el narrador (él mismo) cuenta que se encuentra en el Alcaná de Toledo un cartapacio con papeles escritos en caracteres arábigos que corresponden a la verdadera historia de don Quijote de la Mancha y al percatarse que en esos papeles hablan de Dulcinea, hace que se los traduzca de cabo a rabo un morisco aljamiado que conoce el arábigo y el castellano.
Pero ¿quién es ese autor de la historia de don Quijote que él llama Cide Hamete Benengeli?
Parece quedar bastante claro que este autor es él mismo, adoptando voluntariamente una personalidad distinta y distante, para que en el caso de que hubiese algún problema (sobre todo con la Inquisición por el contenido de la obra), tener las espaldas bien cubiertas, adoptando un seudónimo y haciendo que, ante esa posible eventualidad de la censura, don Quijote pasase a ser “hijo de la piedra”, que es como se conocía a los libros cuyos autores eran anónimos.
Ahora veremos cómo Cervantes define a Cide Hamete y cómo casi siempre habla de él en términos elogiosos. Cide Hamete Benengeli es nombrado hasta 34 veces en la obra. En la primera parte (1605), cinco veces y en la segunda parte (1615), 29 veces. Considero que es bastante razonable la hipótesis de José Manuel Martín Morán (presidente de la Asociación de Cervantistas y Catedrático de Literatura Española en la Universidad del Piamonte Oriental), él defiende la idea de que al publicarse el Quijote de Avellaneda en 1614 y confesar su autor anónimo que el autor de esa historia era el sabio Alisolán (copiando manifiestamente el truco de Cervantes), el propio Miguel usa de su recurso en la segunda parte muchas más veces que en la primera para remarcar de forma consistente al “verdadero autor de la historia del verdadero Quijote”. Esta teoría la aporta James A. Parr en su artículo Sobre el cuestionamiento de la oralidad y la escritura en el Quijote: Cide Hamete Benengeli y el supernarrador.
En la Primera Parte, en el Cap. 8 ya lo anuncia sin nombrarlo, asignándole el calificativo de “segundo autor”, pasando de un narrador en primera persona a un futuro historiador que escribirá las aventuras de don Quijote.
Por cierto, en este mismo capítulo, Miguel de Cervantes hace uso de un «final en suspenso» o también llamado «quedar colgado del acantilado», que es un recurso narrativo que consiste en colocar los personajes de la historia en una situación extrema al final de un capítulo o parte de la historia, generando con ello una tensión psicológica en el lector que aumenta su deseo de avanzar en la misma. Lo que se llama en inglés cliffhanger, famoso en las series radiofónicas y en el cine, uno de cuyos usos más conocidos es el famoso «continuará en el próximo episodio».
«Pero está el daño de todo esto que en este punto y término deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote, de las que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte». (Q I, 8)
Ya en el Cap. 9 asigna a Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo, la autoría de «La historia de don Quijote de la Mancha».
En el Cap. 15, se refiere a él como sabio. Mientras que en el Cap. 16, lo emparenta con uno de los ricos arrieros de Arévalo, «al que conocía muy bien y aún quieren decir que era algo pariente suyo», con el que don Quijote se encuentra en la venta de Maritornes. En este capítulo se da la circunstancia curiosa que lo llama de forma algo diferente: Cide Mahamate Benengeli, calificándolo de historiador muy curioso y muy puntual en todas las cosas.

En el cap. 22, lo califica de autor arábigo y manchego, así mismo califica la novela que estamos leyendo de gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia.
Ahora, en el Cap. 27 se refiere a Cide Hamete como «el sabio y atentado historiador, que en este punto dio fin a la tercera parte». Me llamó mucho la atención el calificativo de atentado, y mi curiosidad fue satisfecha consultando el Tesoro de la Lengua Castellana o Española de Sebastián de Covarrubias, donde define como «atentado» a «el que va con mucho tiento y procede despacio y con mucha consideración».

Desde esta última mención no vuelve a aparecer el historiador arábigo en lo que resta de la Primera Parte del Quijote.
En cambio, le otorga la máxima importancia nada más comenzar la Segunda Parte, cuya frase inicial está dedicada a él:
«Cuenta Cide Hamete Benengeli en la segunda parte desta historia, y tercera salida de don Quijote, que el cura y el barbero se estuvieron casi un mes sin verle, por no renovarle y traerle a la memoria las cosas pasadas». (Q II, 1)
En el Cap. 2, un capítulo muy interesante donde Miguel de Cervantes introduce la metaficción logrando que los personajes protagonistas hablen de sí mismos y de sus aventuras que ya la gente conocía y comentaba porque las habían leído, porque tenían conocimiento de que andaba en libros su historia (la de la Primera Parte), es decir, que mete el libro anterior en el libro actual, haciéndose los personajes cruces de lo espantados que estaban, preguntándose cómo pudo saber el historiador las cosas que les pasaron. Por otra parte, Hamete Benengeli vuelve a ser mencionado explicando a los lectores que se trata de un sabio encantador y que, aunque Sancho lo llama Berenjena, don Quijote se apresura a explicarle que Cide en arábigo quiere decir señor.
En el Cap. 3 nos encontramos un nuevo uso de la metaficción, en este capítulo vuelve a hablar maravillas de Cide Hamete:
«Bien haya Cide Hamete Benengeli que la historia de vuestras grandezas dejó escritas, y rebién haya el curioso que tuvo cuidado de hacerlas traducir de arábigo en nuestro vulgar castellano para universal entretenimiento de las gentes. Hízole levantar don Quijote, y dijo:
—Desa manera, ¿verdad es que hay historia mía, y que fue moro y sabio el que la compuso?
—Es tan verdad, señor —dijo Sansón— que tengo para mí, que el día de hoy están impresos más de doce mil libros de la tal historia; si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso, y aun hay fama que se está imprimiendo en Amberes, y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzga.
—Una de las cosas —dijo a esta sazón don Quijote— que más debe de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa; dije con buen nombre: porque siendo al contrario, ninguna muerte se le igualara». (Q II, 3)
Y de nuevo don Quijote habla de sí mismo y de las aventuras de la Primera Parte ya publicadas, lo que le asevera Sansón Carrasco volviendo a utilizar Cervantes el recurso de la metaficción.

También en el Cap. 24 nos encontramos un nuevo ardid de Cervantes en relación con Cide Hamete Benengeli; en este caso entra en juego el narrador que tradujo esta grande historia (se refiere al morisco aljamiado) y dice que encuentra hechas unas razones (consideraciones) escritas de mano del mismo Hamete -al margen de la historia principal-, manifestando que no cree «contingibles y verosímiles» los hechos acecidos a don Quijote en la Cueva de Montesinos, pero que aunque a él le parece apócrifa, no se cree culpable de ello y se limita a escribirla como se la han contado sin afirmarla por falsa o verdadera.
«Tú, letor, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere, que yo no debo ni puedo más, puesto que se tiene por cierto que al tiempo de su fin y muerte dicen que se retrató della y dijo que él la había inventado, por parecerle que convenía y cuadraba bien con las aventuras que había leído en sus historias». (Q II, 24)
Nos resulta muy curioso también el Cap. 27 en el que Cide Hamete, cronista de esta grande historia «jura como católico cristiano», siendo moro como era y cuando jura quiere decir que lo hace como juraría un cristiano católico, siendo el significado de este juramento que es verdad lo que escribe de don Quijote. También en este capítulo recurre Cervantes a una estratagema literaria explicando cómo fue que sucedió la pérdida del Rucio de Sancho Panza en la Primera Parte. Nuevamente la ficción entra dentro de la ficción.
En el Cap. 34 el recurso a Cide Hamete se limita a hacer de él una mínima referencia: «…y dice Cide Hamete que pocas veces…».
Ahora bien, en el Cap. 40 vuelve a hacer de él una amplia y superlativa descripción, refiriéndose a él como su autor primero, y por la curiosidad que tuvo en contarnos las
«semínimas della (de esta historia), sin dejar cosa, por menuda que fuese, que no la sacara a la luz distintamente. Pinta los pensamientos, descubre las imaginaciones, responde a las tácitas, aclara las dudas, resuelve los argumentos; finalmente, los átomos del más curioso deseo manifiesta…». (Q II, 40)
También tiene miga la siguiente aparición de Cide Hamete en el Cap. 44. En él, Cide manifiesta no estar conforme de la traducción del intérprete. ¡Ojo al dato, que en la misma novela el historiador arábigo expone su disconformidad con la traducción del morisco aljamiado, antes incluso de que se produzca el hecho de la traducción y sin saber siquiera cómo lo iba a traducir, el autor ya está exponiendo sus quejas! Esta idea de Cervantes cuesta encontrarla en otros autores. La fecunda imaginación de don Miguel no tiene límites. Se trata de una metaficción con dos niveles… Pero no contento con ello, vuelve a hacer crítica literaria de sí mismo y reniega de lo escrito, por haber intercalado en la Primera Parte, las historias del Curioso impertinente y del Capitán cautivo, pudiendo haber distraído la atención de sus lectores, haciéndose el propósito de no «ingerir novelas sueltas y pegadizas» en esta Segunda Parte… ¡la que en ese momento se encuentra componiendo! Es magistral Miguel de Cervantes.
En los Cap. 47 y 48 se refiere a él de pasada y vuelve a recordar que «Cide Hamete «promete contar con la puntualidad y verdad que suele contar las cosas desta historia, por mínimas que sean». Volviendo a otorgarle una gran credibilidad y meticulosidad. Lo que se verá reforzado en el Cap. 50 donde lo califica de «puntualísimo escudriñador de los átomos desta verdadera historia».
Sólo se refiere al arábigo en el Cap. 52 como relator: «Cuenta Cide Hamete…». En cambio, vuelve a explayarse en el Cap. 53 calificándolo como filósofo mahomético, poniendo en su boca la siguiente reflexión: «Sola la vida humana corre a su fin, ligera más que el tiempo, sin esperar renovarse, si no es en la otra que no tiene términos que la limiten». Para hacernos ver lo efímero de la vida terrenal en comparación con la vida eterna a la que todo cristiano aspira.
Solo refiere acciones narrativas en los Cap. 54 «según dice Cide Hamete» y Cap. 55: «Aquí le deja Cide Hamete Benengeli».
Nueva recurrencia de Cervantes a la metaficción en el cap. 59:
«—Créanme vuesas mercedes —dijo Sancho— que el Sancho y el don Quijote desa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado; y yo, simple, gracioso, y no comedor ni borracho.
—Yo así lo creo —dijo don Juan—, y, si fuera posible, se había de mandar que ninguno fuera osado a tratar de las cosas del gran don Quijote, si no fuese Cide Amote, su primer autor; bien así como mandó Alejandro que ninguno fuese osado a retratarle sino Apeles.
—Retráteme el que quisiere —dijo don Quijote—, pero no me maltrate; que muchas veces suele caerse la paciencia cuando la cargan de injurias». (Q II, 59)
Nos extraña que en el Cap. 60 se refiera Cervantes a la poca exactitud del autor arábigo (en esta ocasión le toca darle una de arena, para que no todo sean «tortas y pan pintado»), cuando relata que a don Quijote «le tomó la noche entre unas espesas encinas o alcornoques, que en esto no guarda la puntualidad Cide Hamete que en otras cosas suele».
Cervantes vuelve en el Cap. 61 a hacer uso de la metaficción aprovechando para otorgarle a Cide Hamete un valioso calificativo:
«—Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante, donde más largamente se contiene. Bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de la Mancha, no el falso, no el ficticio, no el apócrifo, que en falsas historias estos días nos han mostrado, sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores». (Q II, 61)
Más adelante, en ese mismo Cap. 61 sólo aparece como narrador: «porque así lo quiere Cide Hamete».
Del mismo modo es mencionado en el Cap. 62 dos veces, una «el cual quiso Cide Hamete Benengeli declarar luego…» y otra segunda «Y dice más Cide Hamete: que hasta diez o doce días duró esta maravillosa máquina…»
También en el Cap. 68 Cervantes le da otra de arena:
«Don Quijote, arrimado a un tronco de una haya o de un alcornoque (que Cide Hamete Benengeli no distingue el árbol que era)…» (Q II, 68)
Dos veces en el Cap. 70 aparece Cide, pero solamente citado como relator: «Durmiéronse los dos, y en este tiempo quiso escribir y dar cuenta Cide Hamete, autor desta grande historia» y en «Y dice más Cide Hamete, que tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados, y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos».
Sin duda es el cap. 70 uno de los dos en los que Cervantes tiene más presente al historiador arábigo, ya que Cide ante es nombrado hasta tres veces. Dos de pasada como ha quedado reflejado y la tercera volviendo a recurrir a la metaficción:
«Dijo un diablo a otro: «Mirad qué libro es ese». Y el diablo le respondió: «Esta es la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas». «Quitádmele de ahí», respondió el otro diablo, «y metedle en los abismos del infierno, no le vean más mis ojos». (Q II, 70)
Igualmente, en el Cap. 74 y último, Cervantes nombra tres veces a Cide Hamete, las dos primeras de forma testimonial:
«A la entrada del cual, según dice Cide Hamete…» (Q II, 74)
y también:
«Este fin tuvo el ingenioso hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero». (Q II, 70)
Y ya en el cap. 74, en uno de los últimos párrafos de la novela, yo diría que es el penúltimo, Cervantes se despide del historiador arábigo y manchego que tanto juego le ha dado en la novela:
«Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: «Aquí quedarás, colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero, antes que a ti lleguen, les puedes advertir y decirles en el mejor modo que pudieres:
¡Tate tate, folloncicos!
De ninguno sea tocada;
porque esta empresa, buen rey,
para mí estaba guardada».
(Q II, 74)
No puedo finalizar este artículo sin dejar de citar a José de Benito, quien en su obra «Hacia la luz del Quijote» publicada en 1960, da solución al acrónimo «CIDE HAMETE BENENGELI, HISTORIADOR ARÁBIGO», reordenándolo del modo siguiente: «IO MIGHEL DE CERBANTES I SAAVEDRA, HORTO IGNI» (que puede traducirse por Yo Miguel de Cervantes Saavedra, aspiro a la luz). Después de la atenta lectura del Quijote, no puedo por menos que simpatizar con esta idea que lanzó en su día José de Benito y aceptarla como muy probable.

Como dijimos al comienzo, en el caso de que hubiera tenido que esconderse tras el seudónimo de Cide Hamete Benengeli, Cervantes no quería de ningún modo que su nombre quedase oculto por los siglos de los siglos y aspiraba a que alguna mente inteligente desvelara al autor escondido tras el nombre del historiador arábigo.
Sabemos muy positivamente que además de tener una fecunda imaginación para las historias, don Miguel era un especialista en jugar con los nombres y hay ejemplos sobrados de esto en el Quijote para darnos cuenta de su maestría en emplear la perspectiva paródica de los nombres: Rocinante (Q I, 1), gigante Caraculiambro (Q I, 1), Don Azote (Q I, 30), sabia Mentironiana (Q I, 46), condesa Trifaldi (Q II, 36), Clavileño el Alígero (Q II, 40), etc., como muy bien apuntó Abraham Madroñal en su artículo «Los nombres en el Quijote, una burla de Lope de Vega, Luna e Higuera».
(https://www.ucm.es/noticias/11204)
Concluyo con el epítome de que, aunque a veces (hemos contado dos y de poca importancia) le hace una pequeña crítica para disimular, por lo general Cervantes trata muy bien a Cide Hamete Benengeli, estoy completamente seguro de que la causa es ni más ni menos, que cuando se refiere a él, no hace otra cosa sino hablar de sí mismo.