El simbolismo del color rojo en "Fulgores rojos" de Francisco Figueras PachecoEl poema "Fulgores rojos" de Francisco Figueras Pacheco destaca el color rojo en diversas imágenes, simbolizando emociones intensas. El autor, ciego desde joven, utiliza este color para expresar la pasión de su corazón a través de versos que reflejan su conexión con el mundo y su propia experiencia vital.
Fulgores rojos
Rojo es el brillo de la púrpura, roja la granada en flor, rojo el fulgor del rubí, rojos los del arrebol; rojas las lenguas de fuego, rojo el velo del rubor, roja la arena del circo, roja la efigie de Dios, rojo el orto de la luna, roja la puesta de sol… Y rojos mis pobres versos, porque en mis versos os doy sin tasa, roja y ardiente, la sangre de un corazón. Francisco Figueras Pacheco: Volutas de fuego.Alicante, Imprenta Lucentum, 1928.
El polígrafo alicantino Figueras Pacheco (1880-1960), además de jurista, arqueólogo y Cronista Oficial de la Ciudad de Alicante, cultivó el ensayo y la poesía, en la que destaca la obra Volutas de fuego (Alicante, Imprenta Lucentum, 1928). Del año 1929, y publicado por la misma editorial, es la obra La Deidad del Sol, un poema lírico-escénico en tres actos, precedidos cada cual de un prólogo (acto primero: “El mirador del Príncipe, con tres escenas; acto segundo: “La cumbre de los relámpagos”, con siete escenas; y acto tercero, “El Sol”, también con siete escenas). Para esta obra, el alicantino Óscar Esplá tuvo planes de ponerle música, lo que finalmente quedó en simple proyecto. Figueras Pacheco es además autor de una Geografía General del Reino de Valencia, en cinco tomos (Barcelona, Establecimiento Editorial de Alberto Martín, [1900-1914]), obra monumental que durante muchos años ha sido de consulta obligada. Estamos ante un romance octosilábico con asonancia en los versos pares (rima aguda en /ó/), salvo el primero de los versos, con final esdrújulo, que es un eneasílabo. El poeta siempre ha estado sugestionado por el color (convendría recordar que, estando matriculado en la Facultad de Derecho de Valencia, sufrió una dolencia visual grave que lo dejó ciego cuando solo tenía diecisiete años); y, en este poema, ha elegido ha efectuado una selección léxica en los versos -1 a 10- a base de sustantivos o combinación de estos que integran en sus “semas sustanciales” el rasgo “color rojo”: así sucede con “púrpura” (verso 1; la púrpura de Tiro fue usada por los fenicios como colorante, y con él comerciaron); “granada” (verso 2; la flor de la granada suele ser de un color carmesí brillante tirando a amarillento, y el fruto está compuesto por multitud de granos encarnados comestibles); “rubí” (verso 3; su color es rojo y despide un intenso brillo, y de ahí que el poeta, para aludir a su brillantez y resplandor, emplee apropiadamente el vocablo “fulgor”, que da precisamente, y en plural, título a su poema: “Fulgores rojos”); “arrebol” (verso 4; designa el color rojo de las nubes iluminadas por los rayos del sol; ya Antonio Machado se refería a los “arreboles purpurinos” de Castilla; cf. “Elogios” (CXLIII), en Campos de Castilla, 1912); “lenguas de fuego” (verso 5; ahora es el color rojo del fuego al que se alude para referirse a las llamas que se levantan en una hoguera o en un incendio); “rubor” (verso 6; enrojecimiento del rostro producido por lo general por un sentimiento de vergüenza); “arena del circo” (verso 7; al resultar muy decorativa, la arena roja se utiliza, entre otros usos, como para la construcción de pistas sobre la que se realizan espectáculos circenses); “la efigie de Dios” (verso 8; las miniaturas pintadas en los siglos XI-XII, por ejemplo, estaban elaboradas con óxido de plomo en forma de polvo, de color rojo algo anaranjado; no es, por tanto, necesario acudir al Yavé del Antiguo Testamento, sanguinario y vengativo); “el orto de la luna” (verso 9; cuando un cuerpo celeste -como la luna, por ejemplo- aparece por el horizonte y se nos hace visible, suele presentar una luz rojiza); “la puesta de sol” (verso 10; aunque el ocaso no tiene una tonalidad única, puede considerarse que un color rojo anaranjado, con una gran variedad de matices, puede ser lo más habitual). Hasta el verso 8, el poeta había seguido un ritmo cuaternario, que ahora rompe en los versos 9-10, para volver a él en los versos 11-14, que suponen un cambio de perspectiva: del mundo exterior al interior, con la entrega generosa de unos versos que son “todo corazón”, y de ahí que posean su sangre “roja y colorada”. Sin duda, la reiteración anafórica del adjetivo “rojo/roja/rojos/rojas”, abriendo los diez primeros versos, logra un clima de intensificación que termina por hacerse obsesivo y prepara adecuadamente el clímax emocional con el que se cierra el poema. Así son los versos que el poeta ofrece a sus lectores: rojos como “la sangre del corazón” (verso 14). Adviértase que el poeta, además, añade la locución adverbial “sin tasa” (verso 13), es decir, sin medida o límite, abundantemente (“Salid sin duelo, lágrimas, corriendo” es el verso que cierra la intervención de Salicio en cada una de las estancias de su soliloquio en la Égloga I de Garcilaso de la Vega, donde “sin duelo” significa “sin tasa”), lo que hace mucho más expresiva la comunicación, aunque haya calificado a sus versos como “pobres” (verso 11, que podría encerrar una antífrasis, porque la cordialidad implica siempre un sentimiento de generosidad hacia los demás; y ello sin que vaya en detrimento de la humildad del poeta).
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Otros tres breves poemas de “Volutas de fuego”.
Temores
Es el mismo temor el que tenemos oculto en el espíritu los dos. Mas no es igual, lo que los dos tememos: tú temes que haya Dios; yo temo a Dios.
Figueras Pacheco ha empleado el verso endecasílabo con diferentes ritmos (melódico/1, heroico/2, sáfico/3); y un cuarto verso que es todo un hallazgo rítmico, porque se acentúa en las sílabas 1.ª (tú/antirrítmico), 2.ª (temes/rítmico), 4.ª (que haya/rítmico), 6.ª (Dios/rítmico), 7.ª (yo/antirrítmico), 8.ª (temo a/rítmico), 10.ª (Dios/estrófico en verso agudo). Y aquí reside el tema del poema: la diferencia que existe entre temer que haya Dios y temer a Dios. El “tú” y el “yo” se encuentran en posiciones enfrentadas al respecto, subrayada por la antirritmia; en cambio la palabra “Dios”, reiterada en este verso cuarto, es portadora de acentos rítmico y estrófico, según su posición, todo lo cual origina un endecasílabo sáfico. En el poema -un serventesio con rimas consonánticas cruzadas (ABAB [/émos/ós/]- subyace la idea de que la persona que teme a Dios ordena su vida de forma distinta de aquella otra que teme que Dios exista. El poeta se ha apoyado en el políptoton (temor/tememos/temes/temo) para establecer el contraste de pareceres; y ha logrado cierta musicalidad, no solo por las rimas agudas de los versos pares (dos/Dios), sino también por la presencia del esdrújulo “espíritu” (en el verso 2.º), así como de palabras agudas en posiciones de relevancia expresiva: “temor” (verso 1), “dos” (versos 2 y 3), “tú”/“yo”/“Dios” -vocablo repetido- (verso 4). Leído el poema, y ante el hecho de que para un creyente Deus caritas est (“Dios es amor”), el temor a Dios habría de confundirse con el amor. Al menos el trasfondo de esta idea la expresa san Juan en su Primera carta: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn. 4, 16). Y añade el apóstol una formulación sintética de la existencia cristiana: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él». Conociendo a Figueras Pacheco, creemos que esta es la única interpretación posible del poema.
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Sobre la tierra no es el ideal hallar el bien, sino evitar el mal.
El poema es un simple pareado monorrimo, con rima consonante /ál/, en versos endecasílabos. El verso 1 presenta acentos en las sílabas 4.ª, 6.ª y 10.ª; y el verso 2 es un endecasílabo sáfico, con acentos en las sílabas 2.ª, 4.ª, 8.ª y 10.ª. Precisamente este verso está montado sobre la doble contraposición "bien/mal" y "hallar/evitar", palabras todas ellas sobre las que recaen acentos rítmicos, lo que ayuda a intensificar su significado. Porque evitando el mal se abraza el bien. Y este es el mensaje acerca del comportamiento humano "sobre la tierra" que Figueras Pacheco quiere trasladar al lector, en unos versos ricos en contenido conceptuaol y sin la menor concesión a la retórica.
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La virtud es un faro que fulgura lo mismo que los faros, que en la mitad de la noche más oscura es cuando son más claros.
El poema presenta rimas cruzadas consonantes (1.º con 3.º; rima /úra/; segundo con cuarto; rima /áros/). Los versos 2.º y 4.º son heptasílabos; en cambio, el 1.º es un endecasílabo melódico (con acentos en las sílabas 3.ª, 6.ª y 10.ª), mientras que el 3.º es un tridecasílabo (si prescindimos de la sinalefa en el primer hemistiquio agudo, de seis sílabas: "que-en-la-mi-tád"). El símil entre la "virtud" y el "faro" tiene su fundamento en el hecho de que el faro, con su luz, sirve de señal a los navegantes durante la noche, mientras que la virtud -disposición de la persona para obrar de acuerdo con determinados proyectos ideales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza- sirve de guía a la inteligencia o a la conducta; y resplandece más cuanto más dominan las dificultades, a las que se alude metafóricamente presentándolas como "la noche más oscura". De nuevo el poeta juega con otra oposición: claridad del faro/oscuridad de la noche; y selecciona con toda propiedad los vocablos: así, el verbo "fulgurar" (brillar, resplandecer, despedir rayos de luz; destacar por su brillantez), o la señalada oposición "mas oscura [la noche]"/"más claros [los faros]". Parece, pues, que Figueras Pacheco, en el trasfondo de su mensaje, pretende contraponer el brillo de la virtud a una sociedad que se escandaliza con sjuspropios defectos. Percibimos una ligera aliteración de /f/ en el verso 1: "un faro que fulgura" (la letra f representa un sonido fricativo labioental sordo). Y percibimos, asimismo, una leve influencia de la poesía de San Juan de la Cruz, el poeta místico por excelencia.
********** Sacamos a la luz, por vez primera, la correspondencia entre el poeta y dramaturgo modernista Eduardo Marquina y el polígrafo Francisco Figueras Pacheco. Figueras Pacheco envió el poemario Volutas de fuego a Eduardo Marquina (1879-1946), en espera de su valoración crítica. Y este le respondió en dos cartas cuyos manuscritos obran en nuestro poder, y que seguidamente vamos a transcribir, permitiéndonos la licencia de añadir tildes allí donde faltaban en el original, si bien no henos modificado la puntuación. El contenido de la primera va más allá de la simple valoración de una obra en concreto, con relevantes juicios relativos al trasfondo lingüístico que implica toda creación poética, así como a la importancia del ajuste entre fondo y forma. El paso del tiempo no ha restado actualidad a las palabras de Marquina. El dramaturgo le da a la primera de estas cartas la consideración de “Carta abierta”, pues aunque la dirige a Figueras Pacheco, está destinada a que su contenido sea difundido públicamente “en algún periódico de Madrid, de Alicante y Valencia”, según afirma en la segunda de las cartas. Y aunque no empleemos una revista digital como medio de difusión, procuraremos que esta correspondencia, al hacerla ahora pública -tal y como pretendía Marquina-, llegue al máximo número de lectores.
Carta abierta
Sr. Dn. Francisco Figueras Pacheco Calle del doctor Just, 51 Alicante
Mi querido amigo y poeta: reanudo mi correspondencia con usted que se interrumpió, apenas iniciada, en los primeros meses del pasado año 1927. Por entonces, una grave enfermedad de mi mujer -que apenas si empieza ahora a restablecerse del quebranto- reclamó, para su cuidado y alivio, todas las horas y energías que mis trabajos me dejaban libres. Y, en ocasiones, incluso aquellas que el trabajo, indispensable a las necesidades de mi hogar, habría consumido. Pasó el ramalazo, quedó atrás la inquietud y voy cumpliendo, como puedo, a ratos ganados, con mis compromisos desatendidos y mis obligaciones olvidadas, durante más de un año. Había prometido a nuestro común amigo el admirable y admirado maestro Oscar Espla, escribir oportunamente un Prólogo para el libro de versos que ha publicado usted con el título “Volutas de fuego”. He leído su libro, en los primeros días de esta primavera. Me han deleitado todas sus poesías y he señalado especialmente las tituladas “Sobre las olas”, “Nocturno marino”, “El jardín der las flores blancas”, “En la hondura”, “Al genio de la vida”, “La Distancia”, con su variante, en tono menor, “De lejos”; “La escuela”, “La mies”, “Cuando me das la mano”, algunas estrofas, particularmente la última octavilla, de “La mariposa”; gran parte de sus composiciones breves en que resurge, alada, la inspiración del Bécquer de las Rimas (que recuerda, a veces, haber pasado por las “Humoradas” de Campoamor) y casi todos los versos de “Mármoles griegos”, donde bastaría este cabo de estrofa:
… cuando, en las tierras bajas, se llenan los almendros de mariposas blancas.
para consagrar y acreditar, a su autor, de fácil y altísimo poeta.
No creo decisiva la cuestión de “escuela” en poesía ni en las otras artes. Sin novedad y calor de emoción que las animen, las más atrevidas novedades de combinación externa resultan fría hojarasca. En cambio, la espontánea emoción, la viva necesidad de traducirse en palabras de un valor humano cualquiera pueden convertir, hasta la más simple, obligada y utilitaria de las combinaciones métricas, una copla popular, por ejemplo, en pequeña obra maestra. Forzosamente nos vemos obligados a expresarnos en la lengua que aprendimos, al nacer. Una lengua no es solamente un caudal mayor o menor de sustantivos, verbos y adjetivos. El modo de unirlos, combinarlos y jugarlos, según un canon privativo de ella que constituye su norma biológica, debemos considerarlo también como parte integrante de la misma. Y como una lengua, considerada así, resulta ser una persona viva, protagonista en la propia historia de su desenvolvimiento, habrá que añadir al caudal heredado de una lengua, esto es, a la carne de sus palabras, y a la ley de sus combinaciones, los dejos y cicatrices, los modos y maneras, las síntesis expresivas, modismos, barbarismos y comodines o fórmulas geniales de actuación que el pueblo o los grandes artistas de la palabra, con intuición viva o sapiente, han ido añadiendo al cuerpo en marcha de una lengua; es decir, lo que en la lengua, como en nosotros mismos, es resultado de sus propios actos, memoria, hábito creado, aportes de sus choques con la realidad, segunda naturaleza, forma añadida a su forma; vida, en una palabra. Decimos “la lengua de Castilla” y decimos también, con la misma verdad y rigor de expresión, “la lenguas de Cervantes, de Lope, de Quevedo, de Góngora, de Jovellanos, de Quintana, de Zorrilla y Darío”. Nos encontramos, pues, no sólo con una lengua hecha, sino, además, con una forma exterior de dicha lengua que es la historia de su vida y que vanamente pretenderíamos desincorporar de la misma, por mucho que pugnáramos. Claro que, en esta forma exterior con que la lengua llega hasta nosotros recibimos, barajadas, maneras de ser genuinas y adobes de escuela; rubores vitales y afeites postizos; heridas y chafarrinones; piel y vestidos; ritmo interior, brotando como de las entrañas del idioma y juegos rítmicos y combinaciones métricas de que deciden la moda y el uso. De buenas a primeras no es tan fácil dar con la línea divisoria que separa, unos de otros, tan varios accidentes. Cuesta -y acaso es imposible- en la vida de las lenguas, como en la vida de la humanidad, decidir dónde acaba su historia y dónde empieza el “suceso del día”. No siempre resulta hacedero apreciar los detalles que el genio de la lengua asumió definitivamente, enriqueciendo su personalidad y aquellos otros, mostrencos y externos, flores caedizas de todos los climas, que un viento de veleidad y capricho deposita de vez en cuando sobre los campos de la lengua; que, momentáneamente, parecen ornato y producto nativo del terreno, pero que, el mismo viento de veleidad y capricho se llevará después, barriéndolos para siempre del sitio que usurpaban. Todas las innovaciones, hasta en lo más externo de la forma poética que son las combinaciones métricas, parecen admisibles; todas las restauraciones de sus formas descritas, por anacrónicas que, a primera vista resulten, podrán prosperar: pero, a una condición precisa, la de llenarlas de un contenido tal que el genio de la lengua, por no perder un adarme de la esencia envasada, conserve el envase. Nuestro es hoy, en su naturalidad, flexible y cursiva el verso endecasílabo, como fue nuestro, después del largo ocaso erudito de un siglo, el ocho sílabas del romancero, pero ni la invención relativa del caballero Boscán que trajo el endecasílabo de Italia, ni la necesidad de buscar para con el público indocto, un medio de expresión directo y genuino que llevó a Lope de Rueda y Juan del Encina a la restauración del octosílabo, explican satisfactoriamente la permanencia de estas dos combinaciones métricas en el cuerpo histórico de la lenguas castellana. Fue necesario que Garcilaso cantara y que Lope de Vega creara, de una vez, nuestro teatro para que la invención del endecasílabo y la restauración del verso del romance, adquirieran la consagración y la permanencia de un hecho histórico, en las mismas entrañas del idioma. Libre, pues, el poeta de conservar o de innovar a capricho en los campos variados de la forma. Todas las combinaciones, todas las escuelas. Igual valor -quiero decir, escasísimo valor- pero el mismo, por el hecho de ser patrón de muchos, cosa industrial, producto en serie, tienen, por nuevas o por rancias, todas las formas, todas las escuelas. No son ellas el valor: los valores son Garcilaso y Lope. Por “la manera de decir” llamamos la atención, nos hacemos oír, hasta influimos en nuestros contemporáneos. Únicamente por lo que decimos, sea cual se la forma de decirlo, si está en consorcio idóneo con el fondo, si deja pasar su resplandor y no lo intercepta (esto es, si fondo y forma nacieron a la vez), perduraremos en el tiempo. Cabe juzgar a un poeta por su forma; por su manera de decir que ya es mucho y sirve, casi siempre, de prueba de indicios para el fallo. El que yo llamo consorcio idóneo de fondo y forma (que, en definitiva, es total virtud expresiva de la forma, donde nada redunda ni falta), se da únicamente en los poetas eximios, de expresión genial. Pera esta prueba de indicios no basta, por lo regular, en los albores de la producción, cuando, aparte el fervor iconoclasta, natural y meritísimo en los alardes de la juventud, anda el poeta por los ásperos años del aprendizaje, en trabajosas probaturas de acomodo, buscándose a sí mismo entre la lengua, tal como la recibe, con sus formas hechas, hasta con sus imposiciones de escuela, y el propio concepto del mundo, tal como él lo siente, con sus enigmas por expresar y hasta con sus francos pruritos de herejía. Busquemos, en semejantes circunstancias, lo que tiene mayor garantía de personalidad en el hombre, para juzgar del poeta. Las ideas, sus procesos emocionales, su actitud ante el mundo, su manera de ver, con preferencia a sus combinaciones métricas, a sus procedimientos de escuela, a si profesión de fe literaria y a su manera de decir. Tienen sus versos, leyéndolos a esa luz, un valor propio. Una manera de “oír” el mundo y las cosas de la vida, antes de exponerlas. Una reducción previa del mundo a emoción interna que es eficacísima forma de poesía. Sospecho yo que esa ceguera física le ha dotado a usted de dos cualidades de alma peculiarísimas y especialmente aptas para el ejercicio de la poesía. Una es su natural tendencia a evocar el mundo exterior, como recordándolo; como se le quedó en la memoria cuando lo veía; despojado de sus accidentes inexpresivos, reducido a sus formas esenciales, con lo que tiene de más característico y sin las bruscas y acaso vulgares limitaciones de la realidad que se nos entra por los ojos. Y otra es una tendencia, naturalísima también, a preparar el asunto de sus versos, partiendo de elaboraciones internas, de visiones interiores, de estados de conciencia, ya de suyo poéticos y singulares, que avaloran notablemente la materia de sus poemas y poemitas, realzando su calidad espiritual. Y además de estas dos virtudes, fáciles de comprobar en casi todo su libro, y particularmente, en las poesías citadas, otra máx genérica y difusa, que yo llamaría dulce nostalgia de la luz y el color, y que irrumpe a veces, como a despecho de usted mismo, bañando la trama de sus composiciones en todos los esplendores de un tapiz de Oriente. Toda la poesía de la luz y del color la ha sentido usted en la penumbra de su alma, con ansias que los no privados de una y otro no podemos igualar, y la ha dicho usted, en palabras justas, eficacísimamente. Persevere en el camino emprendido. Cultive, con más ahínco y más de raíz cada vez sus cualidades peculiares y mande siempre a su agradecido lector que le quiere y admira. Eduardo Marquina Mayo-20-1928 S/c Calle de Padilla -34-
P.S. Por si no tuviera otra copia le devuelvo el artículo que, sobre usted, tan donosamente escrito por usted, me envió.
Madrid -25-Mayo-1928.
Sr. D. Francisco Figueras Pacheco Calle del Doctor Just, 51. Alicante.
Mi buen amigo: agradezco a V. la atención y siento el prejuicio que le haya causado con el retraso de mis cuartillas. Salva[da] siempre su voluntad de usted, yo creo que lo que debe V. hacer es publicar, esto es, dar salida al libro y, con ocasión de ello, procurar la publicación de mi “Carta abierta” en algún periódico de Madrid y en cuanto pueda de Alicante y Valencia. Yo salgo de Madrid, lo más tardar a fin de mes, para Francia, donde me encerraré [en] un rincón del Pirineo con mi familia, hasta mediados de Julio y de allí a Cadaqués. Mi dirección en Francia es: mi nombre, chez M. Pichot, 4 cité Barlissol. Perpignan (Pyr. Or.) - Y desde mediados de Julio mi nombre, Cadaqués (provincia de Gerona). Nada tiene V. que agradecerme. Soy yo quien le agradece las primicias de su libro y sus atenciones exquisitas. Mande siempre a su devoto amigo E. Marquina.
Fernando Carratalá Sobrino nieto de Figueras Pacheco Francisco Figueras Pacheco: Volutas de fuego. Alicante, imprenta Lucentum, 1928. El autor se dirige al lector. https://www.benaluense.es/Benalua/Paginas-Historia/Detalle-Historia-Benalua.asp?Id=1093
Asociación Cultural Alicante Vivo. Francisco Figueras Pacheco: Genio y figura. http://www.alicantevivo.org/2007/04/francisco-figueras-pacheco-genio-y.html Puedes comprar su obra en:
https://libreriaclio.com/products/volutasdefuego
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