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A veces creo que no nos estamos dando cuenta de cómo va cambiando la sociedad, las relaciones entre personas, los contratos laborales, la forma de enfrentarse al mundo.
Hay unos cuadrados blancos en el escenario. Dispuestos para que se desarrolle una supuesta acción, aparezcan unos personajes y ocurran unos hechos determinados. Se supone que eso es el teatro.
Obsesión, el espejo es traicionero, en esa foto no soy yo, me controlo cuando quiero, y si como porque como y si no como, es cosa mía, ¡maldita báscula!, que me engaña, soy ligera como el viento, este es solo un peso que me pesa, pero solo por dentro.
No me dio tiempo a disfrutar de mi marido, no tenía trabajo, no tenía medios, tenía miedos, al final tuve que convertirme yo misma en él, en mi marido.
Una boda es uno de los acontecimientos sociales más incoherente. Aunque se le quiera dar una aparente normalidad, en realidad todo se sale de quicio. De entrada, la gente se disfraza de pretendida elegancia y se observa y se critica cómo van los demás. También se bebe y se come más de la cuenta con las consecuencias que eso acarrea de forma inmediata en algunos casos y, posteriormente, en otros. Algunos bailan desenfrenadamente como si no hubiera un mañana. Otros pierden el sentido del pudor, sacan sus armas seductoras, desenfundan su lengua viperina para criticar a quien no conocen o aburren solemnemente pretendiendo ser graciosos.
Los que peinamos canas aún guardamos en la memoria las enseñanzas, consejos, lecciones, amenazas, advertencias, de la enseñanza nacional católica de los años 60.
No queremos hacer ruido, pero tenemos dolor, miedo, y derecho a quejarnos, y miedo a la muerte.
En la ópera de La Bohème podemos apreciar, ver, sentir varias historias. En La Bohème está la luna, están las buhardillas de París, las calles hirviendo de vendedores, niños, jugueteros, soldados,… Están los cafés melancólicos, los paseos sin destino, la contemplación de los dulces tras los escaparates. Están esos jóvenes artistas e intelectuales, apodados bohemios, porque subsisten como pueden en condiciones precarias, pero siempre generosos, siempre alegres, siempre excesivos.
Que en épocas pretéritas, y me refiero a las de Franco, hubiera leyes como las de La Ley de Vagos y Maleantes que se aprobó en 1933, que se modificó en 1954 para penalizar la homosexualidad, y estuvo en vigor hasta 1970, año en que fue sustituida por la Ley de Peligrosidad Social, no es de extrañar, aunque sí de echarse las manos a la cabeza.
Después de todo, por muy prudente que seas, la muerte llegará a visitarte.
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