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Desde toda la vida de mis padres y abuelos, este recuerdo de amargura, esta sinrazón de encarcelar sin sentido, esta niñez callada por los años de los años, en muchas ocasiones, con pesadillas a la nocturnidad de la luz, familias y vecinos presos, parejas separadas por decisión de quien tenía el mando, todo un esfuerzo por aparentar que, en aquel entonces, no pasaba nada.
Guardamos en el olvido aquello que nos resulta escabroso, violento, roto, punzante, doloroso, amarillento. Esas acciones con las que cada día nos ilustran los telediarios sobre asesinatos, violaciones, secuestros,… y más cuando son perpetrados por menores de edad, por púberes, aparentemente, sin conciencia, por madres que rechazan a sus hijos, por padres que fuerzan a sus hijas. Terrible.
Elizabeth Siddal no estaba segura de nada. Ni siquiera de que abril fuera el mes de las lluvias. Fue arrinconando silencios y miradas para los retratos que le hicieran.
Vida y senectud. Cada vez nos vamos acercando más a ella, a no ser que algún accidente o enfermedad dé al traste con nuestros planes de envejecer. Bueno, planes no, porque a nadie le gusta llegar a la eufemística tercera edad, (¿por qué tercera, si en realidad, es la primera por orden de intervención?), y que te cedan el asiento en el metro o una voz de soslayo te diga, “déjame a mí, que tú ya no estás para estos trotes”.
El señor Scrooge es un renegón y, posiblemente, tenga úlcera de estómago. Y se despierta después de haber dormido mal porque no le gusta dormir bien, sería una traición a su espíritu despotricador. Tiene una tienda y un único empleado, demasiado bueno y demasiado pobre, el pobre.
Gestos. Estoy paralizado, pero no tengo sensación de paz. Es inquietud. Es el silencio que se repite después de las palabras. Son los gestos que no acompañan, necesariamente, al texto, a lo aprendido, a lo asimilado, al ritmo del corazón.
Ser activista a carta cabal. Pero cometer errores. Denunciar, pelear, ofrecer lo mejor de sí mismo y conseguir la gloria, mas no los objetivos previstos. Intentar recoger el amor y sembrar también llanto.
Las relaciones entre artista y musa siempre han dado mucho que hablar, pero si nos atenemos sólo a esta premisa no habremos entendido la sentida actuación de María Giménez de Cala en el papel de Elizabeth Siddall, la mujer que aparece sumergida en el famoso cuadro prerrafaelista de Millais, Ophelia, y que dijo: «El amor de una mujer nunca es breve».
La campanilla suena. El ritual comienza, en un oscuro negro de escenario y vestuario. 13 Tongues saldrán a escena. 13 Lenguas, 13 cuerpos, 13 lunas.
La mirada de la máscara. Que parece impersonal y sin vida, pero es todo lo contrario.
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