Ahora, en un momento más complicado si cabe, se retomó la colección de libros, y, por fortuna, este séptimo número lo cierra el poeta Rafael Ávila con una antología de tres décadas de poesía titulada, Razones de la herida, contraviniendo las restricciones mitológicas. Un libro fundamental, no ya porque recoge el testimonio esencializado de todos estos años de escritura poética, sino porque constituye una suerte de estado de la cuestión, un desafío, que, a mi modo de ver, también va a contradecir cánones, etiquetas, clasificaciones, y, sobre todo, resistirá el paso del tiempo. Como Paul Valéry que “se entregaba al esfuerzo”, el poeta melillense pertenece a una generación donde el trabajo es el pilar no ya de la literatura sino de la estructura social. Un trabajo intenso, honesto y de civismo por educación sentimental. A menudo, se le ha incluido en la tendencia humanista solidaria. Humanismo Solidario es un movimiento fundamental, del que además es cofundador. No obstante, no estamos ante una definición muy precisa, al menos, literariamente, no así en sus actitudes, planteamientos y proyectos. A lo sumo, se podría asociar, la no ruptura con generaciones anteriores abogando por una visión objetiva del árbol de la literatura, la importancia de insertar la esperanza en cualquier ámbito vital y el anhelo interdisciplinar. Habrá que profundizar algo más. De esta suerte, el escritor y crítico, Francisco Morales Lomas, define la lírica de Rafael Ávila, como una presencia nostálgica permanente, un espíritu de soul. En efecto, se emparenta como esa música donde no caben estridencias sino manifiestos anhelos de romanticismo, de tradiciones reformuladas como surtidor de una voz poética verdadera que no se sustenta en lo mediático sino en la intensidad de la soledad. Una poesía elegante que viene a reforzar la poética de la caballerosidad que han marcado poetas como Juan Manuel González, Antonio Colinas o Rafael Pérez Estrada, por poner algún ejemplo. El espacio de la poesía dará sentido de modo inteligente y sereno a los tornasolados instantes del crepúsculo, luces matutinas y vespertinas sombras. Su poética de la caballerosidad romántica encuentra imágenes y ritmos que le permiten deambular por jardines otoñales, oleajes laberínticos y cómplices meditaciones, probablemente porque vida y poesía sean entidades comunicables. Ese afán por conceptualizar la emoción, algo que se dará con el gusto por la belleza, la precisión y la seducción de su lenguaje poético y en cierto modo el oculto deseo de transformar la vida, nos lleva a entender su antología como la de un poeta romántico, cívico, discreto y con una imagen lírica portentosa, rehuyendo de oropeles, intercambios de cromos y vida en sociedad exhibicionista. Bien mirado, lo que no define a un poeta romántico que se centra en el amor, que encierra un buceo en la naturaleza, un permanente interrogar las variables que hacen que el poema sea al fin motivación plena para remediar los fondos vacíos. En este sentido, Rafael Ávila no recurre tanto a la fantasía como a la reflexión o meditación para expresar los impulsos vitales que pudiera liberarse de los moldes establecidos, sencillamente, se coloca en un triple eje dialéctico, necesario y fructífero para desarrollar todas sus aspiraciones, entre las que cuenta el amor como hecho intuitivo, como acto objetivable, como norma prevaleciente, donde el deslumbramiento es punto de partida y de llegada del poema. En el poema “La tarde y yo”, leemos: “He entrado de repente/al cuarto de los libros/y la he sorprendido/huyendo hacia la noche”.
Razones de la herida, en cierto modo, trata de una retrospectiva con la introspección lírica como línea argumental, a la vez que una formulación enunciadora de principios, recogida en sus inéditos, ofreciendo nuevos caminos para su escritura, que deben necesariamente beber del contexto de la tradición -inagotable fuente de inspiración, destapar las cartas de la experiencia o existencia, acaso a la manera del pacto autobiográfico que señalaba Philippe Lejeune, esto es, un entendimiento tácito que sin requerir fidelidad absoluta a los hechos, implica un compromiso de veracidad y, finalmente, la fuerza de la memoria. Sea como sea, el relato del amor es tan verídico como bello.
Por consiguiente, los parámetros románticos, una escritura fina y precisa que profundiza en los quehaceres de la nostalgia, así como la mirada en lo uno y en lo otro, en el anverso y el reverso, la realidad que no puede verse desde un único prisma, todo ello evidencia el nuevo proyecto poético que se titula Doble vida. En un poema titulado “Paseo por La Caleta”, dedicado a Fernando Quiñones, podemos leer, con la certeza de la incertidumbre: “Aquí quedaste,/ eterno paseante,/ pendiente de la mar, el sueño, el aire,/buscando las palabras/ que te entregan las olas,/ como ofrenda de dioses/ o restos de un naufragio,/ las memorias que alumbrarán poemas/ o contarán historias”.
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