"La casada infiel", de Federico García Lorca: Un romance que desafía las convenciones sociales a través de la poesíaEl poema "La casada infiel" de Federico García Lorca narra un encuentro sexual entre un gitano y una mujer casada, quien se presenta como soltera. A través de intensas imágenes poéticas, el autor explora la sensualidad y la traición, reflejando el orgullo masculino del gitano frente a la infidelidad de ella.
La casada infiel A Lydia Cabrera y a su negrita
Y que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido. Fue la noche de Santiago y casi por compromiso. 5 Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos. En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me abrieron de pronto 10 como ramos de jacintos. El almidón de su enagua me sonaba en el oído como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos. 15 Sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido, y un horizonte de perros ladra muy lejos del río.
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Pasadas las zarzamoras, 20 los juncos y los espinos, bajo su mata de pelo hice un hoyo sobre el limo. Yo me quité la corbata. Ella se quitó el vestido. 25 Yo el cinturón con revólver. Ella sus cuatro corpiños. Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, ni los cristales con luna 30 relumbran con ese brillo. Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío. 35 Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos. No quiero decir, por hombre, 40 las cosas que ella me dijo. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido. Sucia de besos y arena yo me la llevé del río. 45 En el aire se batían las espadas de los lirios.
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Me porté como quien soy. Como un gitano legítimo. La regalé un costurero 50 grande de raso pajizo, y no quise enamorarme porque teniendo marido
me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río. 55 Federico García Lorca: Primer romancero gitano. Barcelona, editorial Castalia, 2018. ColecciónEdiciones facsimilares de la Academia. Edición, introducción y notas de Miguel García-Posada.
[Sigue resultado de interés la interpretación -comprensible- que efectuó Guillermo Díaz-Plaja del Romancero gitano en su obra titulada Federico García Lorca, publicada en Buenos Aires, en 1954, por Espasa-Calpe, solo 15 años después de la muerte del poeta]. En julio de 1928 se publica el Romancero gitano, tras un proceso de escritura que se prolongó desde 1923 hasta 1927. El título original de las de las ediciones primitivas fue el de Primer romancero gitano, título que responde no al hecho de que el poeta pensara escribir una serie de obras dedicadas al tema gitano, sino porque es la primera vez que dicho tema adquiere un tratamiento literario. La obra en modo alguno es una andaluzada folclórica. A este respecto, escribe el propio García Lorca: “El libro en conjunto, aunque se llama gitano, es el poema de Andalucía, y lo llamo gitano porque el gitano es lo más elemental, lo más profundo, más aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo y el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza universal. […] Un libro donde apenas sí está expresada la Andalucía que se ve, pero donde está temblando la que no se ve: un libro antipintoresco, antifolclórico, antiflamenco, donde no hay ni una chaquetilla corta, ni un traje de torero, ni un sombrero plano, ni una pandereta; donde las figuras sirven a fondos milenarios y donde no hay más que un personaje grande y oscuro como un cielo de estío que es la Pena, que se filtra en el tuétano de los huesos y en la savia de los árboles, y que no tiene nada que ver con la melancolía, ni con ls nostalgia, ni con ninguna otra aflicción o dolencia del ánimo; que es un sentimiento más celeste que terrestre; pena andaluza que es una lucha de la inteligencia amorosa con el misterio que la rodea y no puede comprender.” (cf. “Conferencia-recital del Romancero gitano”. En Obras completas, III [Prosa], pág. 179. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1996. Edición de Miguel García Posada). Componen el Romancero gitano dieciocho poemas: del 1 al 15, que constituyen el auténtico “núcleo gitano” -su interpretación personal, salida de su imaginación, de un mundo gitano que no se puede identificar en términos objetivos con “la gitanería”-, y la sección “Tres romances históricos”, que es la versión agitanada de cuadros histórico-legendarios, ya sea de contenido religioso (“Martirio de Santa Olalla”) o bíblico (“Thamar y Amnón”), o bien de extracción literaria (“Burla de don Pedro a caballo”). Y si la brillantez metafórica es un recurso inherente al estilo lorquiano, en cuanto al romance -como género literario, con una amplia y antiquísima tradición-, García Lorca ha sabido condensar en él todas las características propias del Romancero castellano medieval: versos octosílabos con una única rima asonante en los pares; comienzo de los poemas “in media res”, entrando directamente en el tema; inserción de rápidos diálogos introducidos sin “verba dicendi”; adjetivación reprimida; aposiciones que ejercen una función similar a la de los epítetos épicos; constantes repeticiones y paralelismos; exactas referencias temporales y locales para situar las acciones narradas; interrupción de la narración en el punto de máxima tensión emocional -procedimiento estético llamado “fragmentarismo”, con el que se logra que el poema gane en lirismo y capacidad sugeridora-; escasez descriptiva; y, de modo muy notable, la restauración del “epos” (piénsese, por ejemplo, en la grandeza épica de la “Muerte de Antoñito el Camborio” o del “Romance de la Guardia Civil española”). Sin embargo, y como rasgos distintivos propios, García Lorca añade la continua referencia al mundo andaluz y, en especial, a las costumbres gitanas. ********** El poema está dedicado a Lydia Cabrera, narradora cubana especializada en las huellas de la cultura africana en Cuba; es autora, entre otras narraciones, de Contes nègres de Cuba, obra publicada en París en 1936. Y consta de 55 versos, con rima asonante /í-o/ en los impares -y no en los pares, como sucede en el romance tradicional-, y de los cuales el primero es eneasílabo -con las conjunciones y, que en principio de oración independiente, usadas para dar un valor enfático a lo que se dice: “Y que yo me la llevé al río”- y, los cincuenta y cuatro restantes, octosílabos; y relata la relación sexual pasajera, acaecida la noche de Santiago, entre un gitano y una mujer casada, a la que este suponía soltera (“creyendo que era mozuela, / pero tenía marido”, versos 2 y 3), porque ella misma así se lo había manifestado (“porque teniendo marido / me dijo que era mozuela / cuando la llevaba al río” (versos 53-55). Los versos 1-3 no son originales de García Lorca, sino que pertenecen a una copla que el poeta escuchó a un mulero en en una excursión realizada a Sierra Nevada. El título del poema -que ya anticipa el carácter adúltero de la joven- no es sino un simple motivo narrativo del que se vale García Lorca para recalcar la hombría del gitano, auténtico tema del romance, quien en primera persona hace una narración -lírica- del suceso sexual acompañada de cierto exhibicionismo; tal y como reflejan los versos siguientes, sacados de contexto y encadenados: Verso 5: “y casi por compromiso”. El gitano afronta con una cierta indiferencia la relación sexual que parece proponerle la joven casada; pero su orgullosa condición masculina le impide, por otra parte, rechazarla. Versos 40-43: “No quiero decir, por hombre, / las cosas que ella me dijo. / La voz del entendimiento/ me hace ser muy comedido”. La falta de pudor de la mujer casada es contrarrestada por la discreción del gitano, cuyo orgullo masculino queda a salvo. Versos 48-49: “Me porté como quien soy. / Como un gitano legítimo” El gitano, que ha dejado sexualmente satisfecha a la joven casada, proclama su orgullo varonil y étnico: como hombre y como gitano ha salido airoso de una situación ante la que se sintió, si no deseoso, desde luego comprometido y obligado. Versos 50-52: “La regalé un costurero / grande de raso pajizo, / y no quise enamorarme”. El gitano, descubierto el engaño de que ha sido objeto, trata a la joven casada como a una prostituta, y le agradece sus servicios sexuales con un regalo que bien podría recordarle su condición de mujer casada: una canastilla para guardar los útiles de costura. (Quizá aquí radique el porqué del empleo del laísmo forzado -“la regalé un costurero”-, inusual en García Lorca). A partir del verso 6, y hasta el 47, las constantes transposiciones metafóricas envuelven en una atmósfera de gran intensidad poética la prosaica realidad de un adulterio. Con una eficaz antítesis (“se apagaron/se encendieron”), el poeta, combinando imágenes visuales y acústicas, sugiere el paso de la luz que alumbran los faroles (“se apagaron los faroles”, verso 6) a la oscuridad, animada por el canto de los grillos (“y se encendieron los grillos”, verso 7). Por otra parte, la presencia de los grillos ya aporta connotaciones eróticas, pues los machos, con su canto, atraen a las hembras. Caminando hacia donde las calles terminan (“En las últimas esquinas”, verso 8), y alejados ya de la claridad, el gitano entabla un primer contacto físico con el cuerpo de la joven, que el poeta expresa por medio de una sugestiva comparación: los pechos, carentes todavía de sensibilidad, son “como ramos de jacintos” (verso 11) que se abren inesperadamente al ser acariciados (“toqué sus pechos dormidos / y se me abrieron de pronto”, versos 9-10); y es, precisamente, el contraste entre el adjetivo “dormidos”, aplicado a “pechos”, y la locución adverbial de pronto, referida a “se abrieron”, el procedimiento de que se vale el poeta para ayudar a evocar la excitación que producen en la mujer estas primeras caricias del gitano (“se me abrieron de pronto”, (verso 10). Por otra parte, en estos versos confluyen sensaciones visuales, olfativas y táctiles. Una nueva imagen auditiva le sirve al poeta para comparar el efecto que produce en el oído del gitano el sonido del almidón de la enagua de la joven con un tejido de seda que diez cuchillos, a modo de diez afilados dedos, desgarraran (“El almidón de su enagua / me sonaba en el oído, / como una pieza de seda /rasgada por diez cuchillos”, versos 12-15). Y, otra vez, el poeta centra su atención en el ambiente, y vuelve a combinar imágenes visuales y auditivas, ahora para sugerir la ausencia de luna, que hace más intensa la oscuridad de la noche (“Sin luz de plata en sus copas / los árboles han crecido”, (versos 16-17), solo alterada por los ladridos de unos perros que se diluyen en la lejanía (“y un horizonte de perros / ladra muy lejos del río” (versos 18-19). [Como señala García-Posada en la edición de referencia, “Esta ausencia de la luna y de su séquito de perros indica que lugar y tiempo son propicios a la unión amorosa”]. Y en estos cuatro versos que cierran la primera parte del poema, García Lorca cambia hábilmente los tiempos verbales, abandonando los pretéritos del modo indicativo (tanto si expresan los hechos ocurridos, distanciados temporalmente del presente, como terminados -perfecto simple: “llevé” (verso 1), “fue” (verso 4), “se apagaron” (verso 6), “se encendieron” (verso 7), “toqué” (verso 9), “se abrieron” (verso 10)-; como si expresan los hechos pasados en su transcurrir -imperfecto: “era” (verso 2), “tenía” (verso 3), “sonaba” (verso 13); tiempos que reemplaza, primero, por el pretérito perfecto -que indica acción pasada y perfectiva que guarda cierta conexión temporal con el presente: “Sin luz de plata en sus copas / los árboles han crecido” (versos 16-17)-; y, a continuación, por el presente -que expresa acción actual y no acabada: “ladra muy lejos del río” (verso 19). De esta manera, y con dichas transiciones verbales, la narración gana en inmediatez, y el lector se siente súbitamente transportado al lugar y al momento en que los hechos acaecen, precisamente cuando el ritmo narrativo del poema aumenta, coincidiendo con la llegada de los amantes a las proximidades del río. La segunda parte del poema se inicia con la preparación de un improvisado lecho en las embarradas márgenes del río, superados ya los arbustos (“Pasadas las zarzamoras, los juncos y los espinos, / bajo su mata de pelo / hice un hoyo [como consecuencia del beso] sobre el limo” (versos 20-23). Los amantes se desnudan con gran rapidez (el “revólver” le delata al gitano como contrabandista), realzada por el poeta con un magnífico montaje paralelístico de extraordinarios efectos rítmicos, formado por cuatro secuencias compuestas cada una de tres elementos básicos, que centran, alternativamente, la atención hacia cada uno de los amantes [versos 24-27]:
Yo (A1) me quité (B1) la corbata (C1). Ella (A2) se quitó (B2) el vestido (C2). Yo (A3) [me quité] (B3) el cinturón con revólver (C3). Ella (A4) [se quitó] (B4) sus cuatro corpiños (C4).
Esquema rítmico-acentual:
Verso 24: sílabas 1, 4, 7. Verso 25: sílabas 1, 5. 7 (sinalefa /tóel/). Verso 26: sílabas 1, 4, 7 (sinalefa /Yoel). Verso 27: sílabas 1, 4, 7.
En los siguientes versos, el poeta retiene el ritmo narrativo para describir con extraordinaria intensidad poética la sensualidad del cuerpo femenino desnudo. Las impresiones táctiles y visuales que el cutis de la amante causan en el gitano se expresan con estos sugestivos versos: “Ni nardos ni caracolas / tienen el cutis tan fino, / ni los cristales con luna / relumbran con ese brillo” (28-31); es decir, que la suavidad de la piel de la amante sobrepasa la de las aromáticas flores blancas de los nardos y la del nacarado de las caracolas, y su luminosidad es superior a la de los cristales bañados por la luz nocturna de la luna. Tras este remanso, el ritmo narrativo gana de nuevo en rapidez, y con la misma rapidez se van sucediendo las sorprendentes imágenes poéticas. El poeta presenta con suma delicadeza la culminación del acto sexual, recurriendo a comparaciones e imágenes dotadas de gran fuerza plástica, a través de las cuales se visualiza la agitación de las extremidades femeninas (versos 32-33) y se ofrecen alusiones lo suficientemente explícitas (versos 34-35) como para percatarse de su excesiva viveza y ardorosa vehemencia: “Sus muslos se me escapaban / como peces sorprendidos, / la mitad llenos de lumbre -en inequívoca mención a la fogosidad que irradia el cuerpo de la mujer-, / la mitad llenos de frío” -en referencia a la mayor frialdad de las nalgas, alejadas del sexo-. La construcción paralelística de la imagen -“la mitad llenos de lumbre, / la mitad llenos de frío” confiere, si cabe, una mayor expresiva a la escena descrita, que el valor “desrealizador” del lenguaje metafórico atenúa en sus aristas más procaces. La aventura sexual queda resumida por el poeta en los siguientes cuatro versos, que giran en torno a las palabras “potra” y “nácar”, todo un feliz hallazgo poético: “Aquella noche corrí / el mejor de los caminos, / montado en potra de nácar / sin bridas y sin estribos” (versos 36-39). La potra simboliza la pasión juvenil desbocada; y el nácar, con su tersura al tacto y con sus irisaciones, recalcan la suavidad y brillo de la piel femenina, cualidades que ya le había otorgado el poeta en los versos 28-31: “Ni nardos ni caracolas / tienen el cutis tan fino, / ni los cristales con luna / relumbran con ese brillo”. La imagen “montado en potra de nácar” queda rematada por el verso “sin bridas y sin estribos”, que alude nuevamente al desenfreno de una pasión sexual descontrolada. Alcanzado el clímax emocional del poema, el ritmo narrativo -que ha marchado siempre paralelo a los acontecimientos- va paulatinamente decreciendo, y los amantes abandonan las márgenes del río dejando tras de sí el entrechocar de los lirios mecidos por una suave brisa (“Con el aire se batían / las espadas de los lirios” (versos 46-47). Pero el gitano quiere reprocharle a la mujer casada el engaño de que ha sido objeto -pues esta le advirtió que era mozuela cuando se le insinuó sexualmente-, y por tal razón el poeta construye unos verso llenos de reproches: “Sucia de besos y arena / yo me la llevé del río” (44-45); suciedad que, más allá de la física -explicable por el escenario de los hechos-, alude a la moral, consecuencia de la infidelidad. Y así, “sucia de besos” es un claro eufemismo con el que se tilda de adúltera a la joven casada y se censura su comportamiento. A salvo ya el orgullo étnico y masculino del gitano (“Me porté como quien soy. / Como un gitano legítimo”) [versos 48-49], el poema se cierra con el pago de los servicios sexuales prestados en forma de “… un costurero / grande de raso pajizo” (50-51), versos que, por la naturaleza del regalo, vinculan a la joven con las tareas de las mujeres casadas; y con el explícito rechazo del gitano a mantener amoríos adúlteros (“y no quise enamorarme / porque teniendo marido / me dijo que era mozuela / cuando la llevaba al río” (versos 52-55). Brillante poema “La casada infiel”, cuyo trasfondo erótico-sexual aparece revestido de comparaciones y metáforas de gran fuerza descriptiva, muchas de las cuales viene determinadas por la abundancia de elementos visuales (“Se apagaron los faroles / y se encendieron los grillos”; “Sin luz de plata en sus copas / los árboles han crecido”; “Ni nardos ni caracolas / tienen el cutis tan fino, / ni los cristales con luna / relumbran con ese brillo”; etc.) y, también, de elementos auditivos (“y se encendieron los grillos”; “El almidón de su enagua / me sonaba en el oído / como una pieza de seda / rasgada por diez cuchillos”; “y un horizonte de perros / ladra muy lejos del río”; etc.); comparaciones y metáforas que, pese a al contenido exclusivamente “físico” del poema -la simple descripción de un acto sexual-, le confieren un altísimo valor estético: pechos “como ramos de jacintos”; muslos “como peces sorprendidos”, “llenos de lumbre”... Y es que García Lorca ha sabido acumular, en “La casada infiel” cuanto de seducción puede aportar la lengua literaria para representar una determinada concepción estética del mundo, hecha de ritmo, plasticidad, sensualismo, procedimientos retóricos… [*] ********** No parece que García Lorca hubiera quedado excesivamente complacido con este poema; más aún: les pidió a los rapsodas que lo eliminaran de su repertorio. Y Emilio de Miguel Martínez, por ejemplo, da algunas razones que solo compartimos en parte -sin comparar este poema con otros de la obra-: “[El poema] lo considero, sin paliativos, como una caída poética con relación al nivel del libro y, por lo mismo, una excepción dentro de la obra de este poeta de tan escasas concesiones. Y ello porque es romance de exterioridades lorquianas, realmente hermosas, pero romance sin elipsis, sin sugerencia, sin misterio; es decir, sin el espíritu del poeta. […] Me atrevo a llamar la atención sobre cómo arropa Lorca este débil poema (débil en fuerza significativa, entiéndase) flanqueándolo con dos romances bien distintos y hasta opuestos al superficial contenido del romance sexto. Antes del mismo coloca el romance de “La monja gitana”, lleno de dramatismo y agitación interna, frente a este sexto, que solo tiene acción externa. Como este sexto, aquel romance quinto es poema de asuntos sexual, pero de sexo sofrenado, reprimido, profesionalmente controlado, frente al sexo exhibitoriamente realizado por el gitano legítimo y la casada infiel. Y detrás del romance sexto, otro poema protagonizado por mujer. En este caso, por Soledad Montoya […]; esa mujer honda y perturbada que exterioriza su dolor y su angustia a preguntas del poeta, y cuyo perfil psicológico es rotundamente opuesto al de la casada infiel. Baste recordar que, frente a aquella, que pasó la noche en compañía prohibida, esta Soledad es mujer sin compaña y amargada en la espera; es mujer que busca solución y equilibrio vitales, pero no en fáciles recursos, no en efímeras soluciones exteriores, sino en su propio interior: vengo a buscar lo que busco / mi alegría y mi persona... Cuestión distinta es que el público lector, con elección que disgustó hondamente al propio Lorca, se haya apoderado de este romance con marcada preferencia a causa de sus magníficas gracias formales, sacándolo del total en que se engarzaba y convirtiéndolo en bandera de una superficialidad, de un aire festivo o festivalero que, mi mucho menos, es el que caracteriza el Romancero gitano”. (cf. edición del Romancero gitano. Introducción, págs. 33-34. Madrid, Espasa-Calpe, 1990, 8.ª edición. Colección Austral, A-156).
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Recitaciones. Recitación de Miguel Herrero. https://www.youtube.com/watch?v=41YacWA0PuM Recitación de Nati Mistral. https://www.youtube.com/watch?v=NiIcASECfhk
Bibliografía. Del romance “La casada infiel” se ocupa Vicente Gaos en un interesante trabajo, titulado precisamente “Análisis de La casada infiel (Introducción a Lorca)”, incluido en el segundo tomo de su obra Claves de literatura española (Madrid, ediciones Guadarrama, 1971; págs. 291-301); análisis que va más allá del propio texto y reflejan el profundo conocimiento que Gaos tenía de la obra lorquiana. ********** De la obra de García Lorca nos hemos ocupado en esta misma revista digital en otras cuatro ocasiones, comentando poemas de diferentes obras; comentarios a los que se puede acceder por medio de los enlaces reproducidos.
16 de septiembre de 2025. “La aurora”.
2 de noviembre de 2025. “Gacela del amor que no se deja ver”.
14 de noviembre de 1915. “Casida del llanto” y “Casida de los ramos”.
29 de noviembre de 2025. “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”: La cogida y la muerte. Puedes comprar sus libros en:
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