Incluida por Anagrama en su serie Panorama de Narrativas, hay que avisar que "Proust, novela familiar" es un ensayo (Premio Médicis 2023) sobre la mejor novela (junto con El Quijote) de la historia de la literatura mundial: la heptalogía En busca del tiempo perdido. Entre la indagación de la vida y obra de Marcel Proust (simultaneando, no pocas veces contraponiendo, el París de finales del siglo XIX y principios del XX con el París actual), y unas páginas autobiográficas que tienen como norte la hechizante lectura de En busca del tiempo perdido (descubierta durante la juventud de Laure Murat), en este gozoso libro que reseñamos para TODO LITERATURA sus dos principales temáticas quedan amalgamadas en todo momento sin ningún amago de discontinuidad: «El mundo pasado en el que crecí seguía siendo el de Proust, que había conocido a mis bisabuelos, cuyos nombres aparecen en su novela». Nacida en Neully-sur-Seine en 1967, esta francesa historiadora, crítica de arte, profesora de la UCLA y firma asidua en Le Monde y Libération (como experta en cuestiones sociales, en particular la cultura de la cancelación), cuenta en Proust, novela familiar cómo –por propia decisión– quiso alejarse de sus orígenes aristocráticos para poder así desarrollar con plenitud una vida de mujer sin hijos, soltera, homosexual, votante de izquierdas y feminista. Descendiente de los Luynes y de los Murat, dos estirpes de abolengo (la madre era la hija mayor de un duque, el de Luynes, cuya genealogía arranca de Luis XIII, y su padre el sobrino tataranieto de Bonaparte), Laure Murat pertenece por sangre tanto a la aristocracia del Antiguo Régimen (que acaba con la Revolución de 1789) como a esa nueva, sin raíces ni pasado, surgida durante el Primer Imperio de Napoleón y el Segundo de Napoleón III. Esta nueva aristocracia tan poco apreciada por los legitimistas; una, a fin de cuentas, reinvención de la nobleza que fusiona antigua aristocracia, nuevos ricos del régimen y burguesía, crea una élite que, sirviendo al poder imperial, recibe títulos nobiliarios a cambio de lealtad. Los progenitores de Murat tenían personalidades singulares y por ejemplo, dice la hija, «al contrario que los personajes proustianos del Faubourg Saint-Germain, con la excepción del barón de Charlus, eran buenos aficionados a la lectura». La madre escribió cinco libros de Historia. El padre era considerado un bicho raro por haber producido las primeras películas de Louis Malle, incluida la escandalosa (en su época) Los amantes. El propio Marcel cenaba en el palacete de la bisabuela Murat –«el más hermoso de París»–, y esta se acordaba siempre de aquel escritorzuelo callado y con fama de pesado al que ponían en un extremo de la mesa. Laure Murat no evita su desconcierto ni el sarcasmo a la hora de reflejar la incapacidad de esos nobles retratados, seres dignísimos pero insustanciales, para captar la grandeza del escritor, rebajado por ellos a la categoría de indiscreto gacetillero. Paradójicamente, será Proust quien inmortalice a esos hombres y mujeres reales, a través de sus ficticios trasuntos, en los héroes o villanos de un mundo abolido. Murat cuenta cómo «aprendí muy pronto a remontar el tiempo sin esfuerzo, fabricándome una memoria por poderes, depositaria de recuerdos de cosas que yo no había vivido. Por la persona interpuesta de mi padre y su educación, solo me separaba un grado de la sociedad que Proust describió en su heptalogía, un universo obviamente lejano y pretérito y aun así familiar». «Me pasé toda la adolescencia oyendo hablar de los personajes de En busca del tiempo perdido, convencida de que eran tíos o primas a los que yo nо сопоcía aún, cuyas ocurrencias se contaban exactamente igual que se citaban las agudezas que soltaban en las cenas mundanas personas reales de las que me resultaba imposible distinguirlas. Las réplicas de Charlus y las pullas de la duquesa de Guermantes se confundían con las salidas más picantes de la familia, sin solución de continuidad entre ficción y realidad». De lectura apasionante, Proust, novela familiar, es un ensayo que gustará muchísimo tanto a los lectores de la Recherche como a quienes se disponen a escalar esta cumbre de la literatura; una cumbre que Laure Murat no encuentra insalvable, pero que requiere, –eso sí–, de una constancia y una concentración cada día más difícil de hallar en el lector actual. Este homenaje a la novela de Proust (entendida casi como si fuera un álbum familiar), el testimonio contagiante de su lectura (que acompaña a Murat desde hace treinta años), es la mejor manera de hacernos comprender «cómo esa novela que no para de pensar (el Tiempo, el yo, las artes, la escritura, los celos, la fenomenología), a través de ese yo del narrador y protagonista, nos devuelve a nosotros mismos». Es lo que atesoran las obras de semejante genialidad: no hace falta que sus protagonistas tengan algún grado de parentesco o relación con quienes atienden sus miserias, o la grandeza con que vengan descritos (Proust los somete a un extenso proceso de desmitificación). En este caso resultan cercanos a cualquiera que haya emprendido, o vaya a emprender, el larguísimo viaje que es En busca del tiempo perdido. Y sorprendidos al reconocernos a nosotros mismos en cada página, pronto nos descubrimos mejorados. «Con Proust aprendí muy pronto a remontar el tiempo sin esfuerzo, fabricándome una memoria por poderes, depositaria de recuerdos de cosas que yo no había vivido. En el fondo, por la persona interpuesta de mi padre y su educación, solo me separaba un grado de la sociedad que Proust describió en su heptalogía, un universo obviamente lejano y pretérito y aun así familiar». Puedes comprar el libro en:
Noticias relacionadas+ 0 comentarios
|
|
|