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“La difícil reconciliación de los españoles” de Santiago Carrillo

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Santiago Carrillo ha sido un testigo de los años más importantes de nuestra historia reciente. Reconstruye en su libro La difícil reconciliación de los españoles los últimos 40 años de relato político desde la cercanía y el rigor.



La difícil reconciliación de los españoles
de Santiago Carrillo, un nuevo título en el que el autor hace una radiografía sobre la incipiente España democrática. Esta obra es el testimonio único de una de las pocas voces de la Guerra Civil y la Transición aún en activo y que describe desde la cercanía su propia experiencia. Una reflexión sobre quiénes fuimos y quiénes somos como sociedad.

Si en los años de la transición la palabra de moda fue consenso (y poco después lo sería desencanto), en los últimos años, sobre todo en el período 2004-2008, la palabra que ha presidido la vida política ha sido crispación. Santiago Carrillo, histórico dirigente del PCE y hoy lúcido analista y comentarista político, estudia el fenómeno de la crispación desde una experiencia personal que se remonta a los años de la II República. Así, establece una línea de continuidad entre lo que fueron los ataques de la Iglesia y la derecha a las moderadas reformas de la República, y los del PP y la Iglesia actual a la política del PSOE.

Y en ese recorrido histórico, Santiago Carrillo establece algunas tesis interesantes y novedosas. Una de esas tesis es que la guerra civil pudo evitarse. Otra (no absolutamente original, pero que Carrillo enfatiza y subraya especialmente) es que la guerra civil fue la primera fase de la segunda guerra mundial.

No sólo la guerra civil es inseparable de la segunda guerra mundial, sino que la vida de la II República estuvo mediatizada por el ascenso de los fascismos. La II República llegó a España de un modo totalmente pacífico cuando Mussolini ya ocupaba el poder en Italia y Hitler se aprestaba a ocuparlo en Alemania. Y esa manera pacífica de ocupar el poder, tan alabada tradicionalmente, le parece a Carrillo a estas alturas más un
defecto que una virtud. La total ausencia de violencia con que se implantó la República hizo que el aparato del Estado tradicional permaneciera intacto, precisamente ese aparato del Estado (Ejército, Iglesia, oligarquía) que no iba a dejar de conspirar contra la República. Con unas horas de lucha entonces, nos hubiéramos ahorrado la guerra de cerca de tres años que vino después, escribe el autor.

La radicalización de las derechas, según Carrillo, durante el período 1931, contrasta con la tibieza de los políticos republicanos. Sin embargo, entre esos políticos destaca de modo particular Manuel Azaña, para el que Carrillo no ahorra elogios. Frente a la grandeza de su figura política, Niceto Alcalá Zamora aparece como un intrigante irresponsable. La tibieza y moderación de los dirigentes republicanos hizo que cundiera el desánimo y disminuyera el apoyo a la República entre los trabajadores, pero no frenó la constante conspiración de la derecha política, los militares y los monárquicos. Esos
enemigos de la República querían recuperar el poder a toda costa: o por las urnas o por las armas.

En un primer momento, lo consiguieron por medio de las elecciones. Y en esa coyuntura emerge la figura de Gil Robles, representante de un fascismo católico semejante al encarnado por Dollfus en Austria. Son los años en que ya se conocen los horrores del fascismo y del nazismo, y Gil Robles representa para muchos el mismo peligro en España. En cuanto a la Iglesia, era la fuerza más sólida y efectiva del bloque de derechas. Ante el peligro de que España engrose la lista de países fascistas, la izquierda se radicaliza.

Un claro ejemplo de esa radicalización fueron las Juventudes Socialistas, que, en vez de plantear una política antifascista interclasista, optaron por una política de clase. Fue precisamente el PCE y la Internacional Comunista, recuerda el autor, los que, al defender una política de Frente Popular, curaron a los jóvenes socialistas del izquierdismo.

Pero antes de elaborar la política de Frente Popular, la posibilidad de que Gil Robles (el Dollfus español) llegara al poder llevó a sectores de la izquierda a intentar adelantarse con un movimiento revolucionario en octubre de 1934; movimiento que Santiago Carrillo considera que fue justo y necesario. En todo caso, la tentación del golpe de Estado también estaba presente en la derecha. Gil Robles lo consideró en vísperas de las elecciones de 1936 y cuando éstas dieron el triunfo al Frente Popular.

El proceso de acercamiento al fascismo por parte de la derecha (carlistas, Falange, Renovación Española) se acelera después de febrero de 1936. Las potencias del Eje quieren garantizarse el control del Mediterráneo ante la guerra mundial que se avecina, por lo que les interesa que en España haya un gobierno amigo. Fue una táctica de apoyo mutuo que le sirve a Santiago Carrillo para subrayar su tesis de que la guerra fue más que un conflicto interno entre españoles. La rápida intervención de Alemania e Italia junto a los militares sublevados en julio de 1936 refuerza esa tesis.

La guerra, además, pudo haberse evitado de no darse esa intervención de las potencias fascistas, ya que la sublevación militar fracasó en la mayor parte de España.

La guerra civil fue, pues, en buena parte el inicio de un plan estratégico que debía facilitar la victoria del Eje en la guerra mundial. Ese plan confluyó con la política de una derecha tradicional, incapaz de asumir las moderadas reformas de una República burguesa. En la estrategia de la tensión desatada contra la República (la crispación es una especie de guerra civil fría), la Iglesia tuvo un papel muy destacado. Y hoy, cuando
ni la monarquía ni el Ejército son los de entonces, la Iglesia sigue aferrada a su intolerancia y a su vocación de controlar el Estado, azuzando a la derecha para que recupere un poder que considera de su propiedad.

La crispación del período 2004-2008 ha significado la división más profunda entre españoles desde la transición democrática. En esa legislatura el PP lanzó una campaña de acoso y derribo al gobierno socialista, con el apoyo de la jerarquía eclesiástica. Uno de sus caballos de batalla fue la unidad de España, basándose en la reforma de los
Estatutos de Autonomía. Precisamente, la creación del Estado de las Autonomías le parece a Carrillo la transformación más importante y renovadora de la transición.

La crispación, en definitiva, prueba que la derecha libra un combate en retirada contra la modernidad. En ese combate cuenta con el apoyo de la institución más antimoderna: la Iglesia católica.

Santiago Carrillo nació en Gijón, Asturias, en 1915. Siguió los pasos de su padre, destacado militante socialista, e ingresó en las Juventudes Socialistas, de las que llegaría a ser secretario general en 1934. Trabajó como periodista en El socialista desde 1928. En 1934 participó en la fracasada Revolución de Octubre en Asturias, por lo que pasó dos años en la cárcel.

En 1936 promovió la unificación de las organizaciones juveniles socialista y comunista, formando las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), aunque poco después ingresaba en el Partido Comunista de España (PCE). En 1937 entró en el Comité Central del PCE y durante la guerra civil española fue miembro de la Junta de Defensa de Madrid.

Al acabar la guerra se marchó de España, pero siguió participando en la dirección del partido, y fue ministro del gobierno republicano en el exilió presidido por José Giral. En 1960, sucedió a Dolores Ibárruri en la secretaría general del partido. Al morir Franco en 1975 entró clandestinamente en España, pasó doce días en la cárcel en 1976 y finalmente lograría la legalización del PCE el 9 de abril de 1977.

Desde las primeras elecciones democráticas en 1977 fue elegido diputado por Madrid (reelegido en 1979 y 1982); pero los mediocres resultados electorales del partido y el goteo de abandonos de personalidades de talante «renovador» le llevaron a dejar la Secretaría General en manos de Gerardo Iglesias, en 1982.

Diputado en las Cortes Constituyentes de junio de 1977 y en las ordinarias de 1979 y 1982, tuvo una participación activa en la elaboración de la Carta Magna de 1978. Doctor Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Madrid en 2006, hoy está considerado una figura histórica del movimiento comunista internacional y un protagonista relevante de la Transición política española.

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