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Francisca Baltasara de los Reyes, apodada La Baltasara
Francisca Baltasara de los Reyes, apodada La Baltasara

Actriz “travestida” y ermitaña: La Baltasara, una vida de teatro

Por Pilar Úcar Ventura
miércoles 02 de junio de 2021, 20:17h

Pocos y controvertidos son los documentos que se conservan de la vida de la actriz y muchos se han reconstruido a partir de las comedias de santos, tan prolíficas en el siglo de Oro. Su vida cruzó los límites de la realidad y se hizo teatro, comedia musical y texto literario.

Ana Martínez o Francisca Baltasara de los Reyes, apodada La Baltasara, su “nom de guerre”, nace el día de Reyes en el Madrid de Felipe III.

Rojas Zorrilla (1607-1660) y Vélez de Guevara (1579-1664) elogiaron los papeles dramáticos que representó esta conocida actriz ataviada de hombre. Su fama y su arte corrían en coplas:

"Todo lo tiene bueno la Baltasara,
todo lo tiene bueno, también la cara".

Bella, graciosa y muy popular, en pleno éxtasis de su vida profesional y personal, sintió la llamada divina y dejó “tou à coup” las bambalinas para recluirse monacalmente en un cenobio consagrado a Juan el Bautista en la región de Murcia. A pesar de los intentos por parte de admiradores propios y ajenos de que “colgase los hábitos”, se mostró contumaz; eso sí, parece que nunca dejó de danzar bailes castizos en los alrededores de la ermita.

Así pues, de las tablas donde disfrazada “a lo garçon” hacía las delicias de un público barroco ávido de escenas con aire procaz, pasó a transmutarse en una María Magdalena tan del gusto de pintores áureos.

No pocas leyendas hacen de esta “personaja”, una mujer que anticipaba modos y actitudes modernas, fémina rescatada del olvido y hoy interpretada magistralmente por la actriz Pepa Zaragoza. Hubo otras comediantas que siguieron los pasos de La Baltasara en aquellos tablaos rudimentarios: patios de vecindad atiborrados de mosqueteros, nobles, abuelas y niños, reyes y madres amamantando a sus pequeños, amantes y criados, caballos en la entrada…ruido y jolgorio.

Difícil seguir el hilo argumental de una comedia salpicada por tanto trajín de entradas y salidas del personal bullanguero, mutis por el foro y algún que otro sobrio cambio de escenario…; pero ella, con su sola presencia, llenaba el espacio dramático: toda una dama del teatro, remedando la expresión actual reservada a las grandes actrices veteranas. Con “gentileza y donosura” atizaba mandobles a diestro y siniestro, espantando funestos augurios de mujeres avanzadas en feminismo. Dúctil y polifacética, nada diletante, lo mismo se zambullía en damiselas lloronas por el mancebo esquivo que se convertía en galán petulante y pendenciero. Avezada en cuestiones pragmáticas, sabía que para representar en el escenario debía estar casada fuera de él. Con Miguel Ruiz, su marido, actor de papeles de “gracioso”, montaron su propia compañía dramática: un buen tándem profesional.

En la Genealogía origen y noticias de los comediantes de España, se afirma de ella que fue “muy zelebre en las tablas” y para al espectador atento no se le escapa el deseo de utilizar el teatro como vía mística de evasión de la realidad, volar libre y hacer esencial su existencia. Se aúnan en su extrema personalidad las virtudes del gran talento y de la bondad humana. Su tumba llamada Cueva de la Cómica fue lugar de visitantes y viajeros que veían un halo de misterio en la figura de nuestra protagonista tan contrastiva y atrayente.

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